He estado pensando cada vez más acerca de la condición femenina. Se trata de uno de los pocos temas de la psicología de las personas normales sobre el cual nunca he escrito un texto largo – y me estoy preparando para hacerlo. He leído mucho al respecto y he visto qué pobre es la visión que hombres y mujeres tienen de sí mismos – principalmente las mujeres. La dificultad de los hombres para entender a las mujeres y viceversa es más fácil de aceptar porque se nos hace muy difícil lidiar con las diferencias.
Las diferencias siempre provocan tendencia a comparaciones. Lo curioso en las comparaciones entre hombres y mujeres es que casi todos los hombres se sienten por debajo, inferiores a ellas. Las mujeres varían más en cuanto a este aspecto y, por lo menos una buena mitad, considera que la condición femenina es más favorable. Claro que aquel que, al compararse, se sienta por debajo, desarrollará la hostilidad agresiva propia de la envidia. El papel de la envidia en la asociación entre sexo y agresividad es muy relevante y esto está muy claro para mí desde hace ya unos 20 años.
Nuestra época es difícil de entender y las generalizaciones son peligrosísimas. Hay personas pertenecientes a por lo menos 3 generaciones distintas que se han sucedido a lo largo de los últimos 30 años. Están, por ejemplo, los hombres que, teniendo más de 35-40 años, siguen manifestando todos los comportamientos tradicionales de machismo agresivo o de reverencia intimidada ante las mujeres, especialmente aquellas que les despiertan el deseo sexual. Existen los hombres que hoy tienen entre 20 y 35 años que están totalmente perplejos y perdidos y no saben muy bien qué posición adoptar. Tienden a mirar a las mujeres de manera más igualitaria, respetándolas profesionalmente; sin embargo, todavía envidian el poder sensual de ellas y esto determina dos tendencias: una es la de continuar actuando, aunque de forma disimulada, de la manera más tradicional que he descrito para los de más edad; la otra manera es intentar imitar el modo de ser de ellas, tratando de despertarles el deseo mediante el perfeccionamiento de sus aptitudes físicas; son los que frecuentan los gimnasios, usan cremas, gastan bastante en ropa y otros adornos.
El tercer grupo es el de los jóvenes de menos de 20 años. Éstos están en un brete. Miran a las mujeres reales apenas como compañeras románticas y se interesan sexualmente por ellas apenas cuando las están cortejando. Cuando están a solas, se valen de las facilidades derivadas del harto material pornográfico a su disposición. No frecuentan prostitutas y no tienen mucho interés en el sexo casual. Prefieren el sexo virtual o el sexo en el contexto amoroso. No son ligones y no se sienten inferiores por el hecho de no provocar el deseo de las mujeres, porque están siempre muy satisfechos sexualmente gracias a sus “programas virtuales”. Suelen ser chicos serenos e incluso un poco perezosos, pues no sienten que necesiten hacer mucho esfuerzo o lograr gran éxito para tener acceso a las chicas que, no viéndose asediadas, han pasado a asediarlos – o a intentar intercambiar caricias con otras chicas.
¿Y las mujeres? No tengo la impresión de que sea posible agruparlas en 3 tipos – y sus subgrupos – como hice con los hombres. Parecen portadoras de una multiplicidad que ni siquiera ellas entienden. Los hombres las envidian porque consideran que ellas tendrían una enorme facilidad para el sexo casual, ya que están siempre siendo cortejadas por alguien (lo que no les ocurre a ellos, que han de irles detrás). La gran mayoría de ellas no se interesa por esto, a pesar de que les encanta exhibirse y atraer miradas. Parece que el placer exhibicionista es suficiente para ellas, lo cual no tiene sentido alguno para los hombres.
Otras tienen miedo de su exhuberancia sexual y tratan de deformarse: engordan demasiado precisamente en la juventud o descuidan otros elementos de su apariencia. Otras se quejan de falta de orgasmo y la gran mayoría ni siquiera se da cuenta de que el orgasmo no les produce la saciedad parecida a la que tiene lugar con la eyaculación masculina. Lo que de veras buscan es el sexo asociado al amor y hacen, cada vez más, el discurso por la igualdad que pide el sexo sin compromiso. Ello precisamente cuando los hombres jóvenes están perdiendo el interés por eso. Las mujeres homosexuales, a diferencia de los hombres, prefieren relaciones estables y duraderas. Mujeres heterosexuales solas buscan compañeros en la noche, y siempre se decepcionan cuando no hay continuidad. A pesar de ello, continúan diciendo que es estupendo este juego de seducción y flirteo. Muchas son sinceras, se declaran no interesadas en eso y van claramente buscando un compañero fijo. Otras mujeres se divierten de verdad con el sexo casual y sus amigas las envidian y no saben por qué no son como ellas. Unas gustan de tomar la iniciativa en el coqueteo mientras a otras esto les parece terrible.
Bien, basta de confusión por ahora. Me gustaría dejar claro que esto es tan sólo el comienzo de la charla, porque las mujeres parecen ser portadoras de una multiplicidad que sorprende a ellas mismas. La pregunta de Freud – “Al fin ¿qué quieren las mujeres?” – parece que no será respondida fácilmente; y tal vez sea más difícil para ellas dar la respuesta que para un observador masculino.