Extraño pensar en un proceso de despedazamiento de uno mismo, ¿no? Aún más cuando ese proceso se inicia en función de un sentimiento que tiene el intento divino de juntar... Pero es justamente al acto de dejarse desintegrar y mezclarse al otro al que me estoy refiriendo, porque esa decisión - generalmente tomada inconscientemente - es mucho más común de lo que suponemos.
Muchas veces, cuando entramos en una relación y pasamos a verla como “la razón” de toda nuestra felicidad; cuando nos sentimos perdidamente apasionados (en el sentido literal de la palabra) y apostamos todas nuestras fichas en la posibilidad de extender al máximo esa sensación que llena nuestros días, corremos el serio riesgo de no saber más donde termina el otro y donde comenzamos nosotros.
O sea, en la intención de tornarnos parte de la vida del otro, perdemos la noción de lo que es parte esencial nuestra - sea cualidad o defecto - y pasamos a considerar al otro como el “centro” y la “causa” de todo lo bueno (y también lo malo) que sentimos.
Así, perdemos la preciosa oportunidad que el amor debería proporcionarnos. Perdemos la chance de mirar para nosotros mismos a través del otro, pero teniendo plena conciencia de que la persona amada es, en último análisis, la proyección de un amor que existe primero dentro de nosotros mismos.
Porque amar a otra persona y permitirse experimentar la intimidad es, por encima de todo, una invitación a descubrir lo que hay más valioso en nuestra propia esencia. Mientras que cuando creemos - equivocadamente - que lo que vivimos es mérito o “culpa” del otro, permitimos que esa relación comience a despedazarnos.
Comenzamos a tornarnos emocionalmente como pedazos, partes desintegradas de nosotros mismos; y, así, ya no nos reconocemos más. No conseguimos más tener la exacta dimensión de hasta donde podemos o queremos ir. Y en esa simbiosis destructiva, pasamos a actuar en función del otro. Inevitablemente sufrimos, porque perdemos la única referencia realmente válida: nuestro propio corazón.
Si usted se siente confusa y dolorosamente mezclada a la persona amada, sugiero que comience a retomar su propio centro. Esto es, concentrarse en sí misma, en sus más genuinos y personales sentimientos, a pesar de lo que el otro pueda hacer delante de este rescate. Además de eso, en principio el objetivo no es expresar tales sentimientos, es apenas y solamente reconocerlos, aceptarlos y acogerlos.
Después, más consciente de si mismo, creo que sea el momento de comenzar a hacerse presente, de hecho, en esta relación. Solamente así, usted podrá comprender la exacta dimensión de los acontecimientos, de los sentimientos y de las razones que hacen que usted esté al lado de esa persona.
Reconocerse es punto primordial y absolutamente fundamental para tornar constructiva y productiva una relación de amor. Caso contrario, usted estará despedazándose día tras día, literalmente deshaciéndose en pedazos que pierden el sentido, que no complementan, que no justifican una unión. Y, así, deja de ser pleno, de ser íntegro y, sobretodo, amante.
Porque amante es aquel que toma actitudes y hace elecciones... y pedazos no son suficientes. Amantes son enteros que, humilde y sabiamente, se prestan como “mitades” para dar vida al amor del otro, pero nunca mezclarse y perderse... Porque el amor es siempre un encuentro, sin haber salido nunca a buscarse... un encuentro singular de usted consigo misma, a través del intercambio recíproco de dos corazones transbordados de amor...
Rosana Braga é Especialista em Relacionamento e Autoestima, Autora de 9 livros sobre o tema. Psicóloga e Coach. Busca através de seus artigos, ajudar pessoas a se sentirem verdadeiramente mais seguras e atraentes, além de mostrar que é possível viver relacionamentos maduros, saudáveis e prazerosos.
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Publicado dia 3/4/2007 9:06:19 AM em STUM WORLD
