Estaba preparada para recibir un nuevo tipo de masaje, ciertamente más fuerte y doloroso que todos los que conocía.
Mal podía yo saber que S., sin tocar con un solo dedo mi cuerpo, me dejaría como si mi alma hubiese sido atravesada por un rayo. Fue hora y media de sermón, recordándome todo cuanto había hecho o dejado de hacer para llegar al punto en que estaba, y previniéndome contra futuras consecuencias si insistiese en mi actitud de omisión para conmigo misma.
Estuve llorando todo el tiempo mientras él hablaba. Básicamente, lo que él me recordaba era lo cuanto me había alejado de mí misma, colocando todas mis expectativas en los demás, exigiéndome excesivamente e ignorando mis verdaderas necesidades. En ningún memento sentí que él estaba siendo duro en demasía, yo estaba llorando por reconocer uno a uno todos los fallos que él estaba señalando. Sentí como si mi yo superior estuviese hablando por su boca.
Aquel también fue el año en que mi madre falleció.
Una vez alguien me ha dicho que la muerte coloca a cada uno en su debido lugar.
Es exactamente lo que me ha ocurrido. Es como si hubiese recibido una orden perentoria de que ahora ya no había disculpas para postergar ciertas providencias que debería haber tomado hace más tiempo.
La primera ha sido conseguir cambiarme de apartamento, cosa que estaba intentando desde hacía muchos años sin poder encontrar la energía suficiente.
La segunda ha sido enfrentar con coraje el nuevo trabajo conmigo misma que S. me señalaba. Entré a formar parte de un grupo que se reunía, una vez a la semana, en la clínica de S., bajo la coordinación de su hija, A.
Desde el primer momento en que entré en aquel ambiente, he sentido que mi barco había finalmente encontrado su puerto seguro.
Nunca había estado en un lugar tan despojado de marcas exteriores, y al mismo tiempo, tan entrañable.
Allí no se reverenciaba a nadie, no había rituales ni guiones preestablecidos. Había un pequeño grupo de personas, sentadas en el suelo, que aprendían a oír el lenguaje de la propia alma.
Lo que me parecía increíble es que, una vez más, yo había sido guiada, sin que lo buscase propiamente, hacia un lugar que solamente más tarde he venido a saber que se denominaba SER, donde las personas hacían un trabajo de “auto-reconocimiento”.
No solamente no he preguntado de qué se trataba antes de entrar, sino que me ha parecido la cosa más natural del mundo estar allí, yo que necesitaba, justamente, auto-reconocerme.
Tengo plena conciencia de que es imposible transmitir los pasos de un proceso personal muy sutil, basado en algo que no tiene cartilla ni receta.
Exactamente esa característica es lo que me prende hasta hoy a ese trabajo, y que marca toda la diferencia con todo cuanto había experimentado hasta ahora.
El hecho de que no haya un maestro iluminado, sino apenas cada uno de nosotros, todos en el mismo pie de igualdad, hace que me sienta suficientemente a gusto como para intentar vencer mis resistencias.
Lo que S. nos conduce a auto-reconocer es aquello que somos y representamos en términos de eternidad, para que recordemos lo que hemos venido a hacer en esta vida actual.
El diferencial que caracteriza este nuestro trabajo es el hecho de tener en cuenta que hemos venido a esta vida con un propósito preestablecido por nuestra alma inmortal y que nuestro objetivo es recordarlo para, a partir de ahí, hacer lo que debe ser hecho. Partiendo de esa premisa, todas las cuestiones de la vida asumen proporciones muy relativas.
La trampa más común es que nos dejemos envolver por las cuestiones terrenas, hasta el punto de olvidar el verdadero motivo que nos ha traído aquí. En el fondo, es la eterna lucha del ego contra la esencia. Todo el trabajo consiste en rescatar nuestra verdadera esencia, removiendo todos los obstáculos que han sido creados para nosotros mismos por nuestro ego.
Con la ayuda del grupo, conseguimos localizar las armadillas, y dependiendo de nuestra determinación, tenemos al menos una oportunidad de desarmarlas.
No pretendo reproducir lo que ocurre en una sesión, sería imposible y tal vez inútil. Pero aún así, voy a intentar transmitir aquello que me parece que pueda ser compartido, en la esperanza de que pueda ser útil para alguien.
Veo cada oportunidad de estar junto al grupo como una gran búsqueda de oro, en la cual cada uno de nosotros puede descubrir preciosidades, dependiendo de su grado de compromiso con el trabajo.
Las personas que están a nuestro alrededor forman las piezas de un gran mosaico que se va formando a medida que el trabajo avanza.
Con el paso del tiempo, también queda cada vez más claro que el grupo se forma según un designio superior. O sea: nada ocurre por acaso (esa será una máxima recurrente todo el tiempo, y siempre verdadera).
Todo el trabajo con el grupo se resume en prestar el máximo de atención a aquello que cada uno suscita en nosotros. Es un ejercicio sutil de escucha, para aprender a tener acceso a nuestros verdaderos sentimientos. Poco a poco, nos damos cuenta de que cada uno de nosotros representa para el otro un espejo, en que vemos reflejadas nuestras cuestiones, principalmente aquellas que nos negamos a observar en nosotros mismos.
Tardé en comprender que cuando alguien o algo nos incomoda particularmente, en lugar de librarnos del incómodo, es entonces cuando debemos prestar más atención, porque ciertamente algo de muy importante en nosotros mismos está siendo movilizado.
Mi primera dificultad ha sido reaprender a compartir con los demás informaciones sobre mí misma que no estaba acostumbrada a revelar a nadie.
He estado demasiado tiempo guardando para mí sola las cosas de mi “íntimo” (que no debe ser confundido con “intimidad”).
Ciertamente esa dificultad mía tiene qué ver con el miedo al enjuiciamiento, que a su vez está ligado a mi viejo hábito de juzgarlo todo y a todos, comenzando por mí misma.
En la fase en que me encuentro, diría que mi dificultad es triple: una, la de percibir lo que estoy sintiendo; otra, la de considerar que lo que estoy sintiendo es pertinente; tercera, la de conseguir expresar sin miedo lo que está viniendo a mi mente.
Y ahí está el gran desafío: cómo dejar de filtrar todo por la mente y permitir que sea el sentimiento lo que se manifieste…
Sobre o autor Angela Li Volsi é colaboradora nesta seção porque sua história foi selecionada como um grande depoimento de um ser humano que descobriu os caminhos da medicina alternativa como forma de curar as feridas emocionais e físicas. Através de capítulos semanais você vai acompanhar a trajetória desta mulher que, como todos nós, está buscando... Email: [email protected] Visite o Site do Autor