Ese paso de la mente al corazón ha venido marcando toda la diferencia.
No es novedad para mí saber que toda la vida he dado más importancia a los frutos del árbol de la mente.
De unos años a esta parte he pasado a desconfiar de esos frutos, como si ellos estuviesen envenenados.
Ahora, tras mis últimos descubrimientos, he venido intentando transformar mi mente en mi mejor amiga, una socia insustituible.
Uno de los primeros, preciosos resultados del trabajo en los grupos de S. ha sido la constatación de cuánto estaba yo todavía engañada acerca de mí misma. El trabajo en estos grupos, en vez de reforzar una auto-confianza ilusoria, como había ocurrido en los grupos anteriores, me ha colocado frente a frente con todas mis verdades, las buenas y las malas.
En cierta forma, siempre he considerado que el hecho de haber conseguido sobrevivir sola, sin ayuda de nadie, y sin haber perjudicado a nadie, era mérito suficiente para esperar que la vida me supliría de todo cuanto me faltase.
Continúo pensando que existe una ley de causa y efecto que protege a quien procura ser honesto consigo mismo y con el prójimo. Pero ahora ya he comenzado a sospechar que la vida no llamará más a mi puerta ofreciéndome un abanico de ofertas, entre las cuales pueda elegir la que más me agrada.
Todas las coartadas del pasado, para justificar cierta inercia por mi parte, no se sostienen ya más.
Lo que los grupos de S. me han enseñado es que, si yo no aprendo a reconocer y a atender mis necesidades básicas emocionales, si yo insisto en solamente exigir de mí misma resultados eficientes, sin dar oídos a las demandas del corazón, no conseguiré salir del mismo lugar.
En los primeros tiempos, he tenido que curtir una situación bastante humillante, que ha puesto a dura prueba mi autoestima. Mientras estaba en contacto con el grupo, todo me parecía perfectamente claro, me hacían feliz los descubrimientos que llevaba para casa. Pero bastaba solamente volver a estar a solas, y las viejas dificultades insistían en perseguirme.
Esto al principio me parecía desesperador, era como si mi cabeza fuese tan dura, que olvidaba inmediatamente aquello que había acabado de aprender.
Me cansé de tener sesiones individuales con A., la coordinadora de nuestro grupo, que prácticamente todas las veces repetía las mismas observaciones acerca de los aspectos de mí misma que solamente yo no conseguía observar. Era como si ella hablase un lenguaje desconocido.
He necesitado muchas sesiones individuales y en grupo para ver lo obvio: no se trataba de entender con la mente, yo necesitaba accionar el camino del corazón.
Tardé un tiempo enorme, con la ayuda del grupo, para comprender lo siguiente: yo no estaba acostumbrada a reconocer la voz de mis sentimientos, de mis deseos.
Era muy difícil, para mí, hablar a los demás sobre aquello que sentía, por la sencilla razón de que yo misma no sabía reconocer de inmediato esos sentimientos. Todas las veces que, en el grupo, yo debía manifestar algo que estaba sintiendo en aquel momento, permanecía bloqueada, como si le hubiese dado un corto circuito a mi sistema.
Tenía una enorme habilidad (sorprendente incluso para mí misma) para detectar matices muy sutiles… en los procesos de los demás, pero cuando se trataba de percibir los míos, ocurría aquel vejamen.
Siempre he sabido que es mucho más fácil observar lo que se refiere a los demás que aquello que nos concierne a nosotros, pero no tenía conciencia de lo cuánto me había alejado del lenguaje de mi propio corazón.
Poco a poco, como si subiese de lo profundo de una caverna en dirección a la luz solar, he ido descifrando uno a uno los significados de aquello que me ha ocurrido durante mi vida entera.
Tal como siempre repite S., cada uno de nosotros viene en este “capítulo” para resolver una única cuestión, que se refleja en todos los aspectos de nuestra existencia. Si conseguimos localizar esa cuestión, que se revela a lo largo de toda la vida, llevándonos a repetir los mismos errores, habremos descubierto qué hemos venido a hacer aquí.
El trabajo del grupo se llama “auto-reconocimiento” porque lo que necesitamos hacer es simplemente reconocer aquello que está ahí desde siempre, a la espera de ser revelado, para que podamos cumplir nuestro propósito en esta vida. El problema es que, en general, pensamos haber reencarnado para realizar algún hecho despampanante, de altísima repercusión, y nos frustramos al constatar que la vida no nos ofrece tal oportunidad. Pensamos entonces haber fracasado. No nos damos cuenta de que el trabajo más difícil, y esencial, es el de reconocer quiénes somos, y cuál es la cuestión que hemos venido a trabajar.
Por no conseguir ningún hecho extraordinario, permanecemos a la espera de que determinadas condiciones ideales se concreticen para emprender alguna cosa. Es exactamente lo contrario lo que habrá de garantizar que algo llegue a suceder: es preciso dar el primer paso, por más insignificante que parezca, para que las cosas se pongan en movimiento. (Esta es una de las armadillas más comunes, porque siempre podremos culpar a las circunstancias para justificar nuestro inmovilismo).
He aprendido en el grupo que la vida nos coloca ante situaciones, y nos rodea de personas que están hechas para recordarnos la dificultad que necesitamos superar.
Ocurre que en general interpretamos todo al revés: en lugar de observar lo que nos rodea y advertir ahí oportunidades de aprendizaje, tenemos tendencia a culpar a esas situaciones y a esas personas, como si fuesen responsables por nuestra infelicidad o nuestro fracaso.
Así, por ejemplo, es como he notado que las personas de mi familia, las personas con las cuales me he relacionado, estaban ahí para recordarme mi dificultad para tener acceso a mis sentimientos y para manifestarlos. Yo era quien debería haber creado el puente para llegar hasta ellos, y no esperar lo contrario. En vez de eso, me he sentido traicionada por esas personas, como si ellas tuviesen obligación de adivinar aquello que yo había escondido allá en lo profundo de mi corazón, encubriéndolo tan bien hasta el punto de ya no saber interpretarlo ni siquiera para mí misma.
Durante toda la vida siempre me ha parecido fundamental entender el porqué de aquello que me ocurría. He movilizado todas mis energías para que las cosas cobrasen sentido. Era como si, una vez yo comprendiese, todo hubiera de ser más soportable. Con esto, me he alejado cada vez más de vivir realmente la vida, estando demasiado preocupada en comprender para poder saborear realmente lo que había en torno a mí.
Hasta hoy no sé de dónde viene esta dificultad mía para lidiar con los sentimientos. Sea cual fuere su origen, más importante que saber es procurar poner atención a mí misma y vivir de verdad todas las oportunidades de hacer aflorar mis emociones y compartirlas.Tampoco sé por qué siempre he necesitado demostrar una fuerza física y psíquica que estaba lejos de tener, haciendo de cuenta que podía llevarme por delante todas las dificultades que la vida me presentaba. (Sobre todo, siempre me ha parecido signo de debilidad quejarme de algún problema o, peor todavía, llorar delante de alguien).
No sé tampoco por qué siempre he considerado que es mucho más meritorio aguantarlo todo sola, sin repartir con nadie la tarea.
El resultado práctico de todas esas creencias ha sido sobrecargar todo mi sistema con un fardo mayor del que podría soportar.
Así fue como, bajo la aparente capa de superioridad y de orgullo, he disimulado tan bien mis carencias que el resultado sólo podría haber sido el de hacer doler todos mis huesos.
Fue más fácil buscar un antídoto para los dolores físicos que admitir todo aquello que sofocaba mis verdaderos anhelos.
Lo más curioso es que justamente cuando pensamos estar disimulando algún sentimiento, olvidamos que “el cuerpo habla” y, en la realidad, aquello que se quiere ocultar queda patéticamente expuesto para quien quiera verlo.
Sobre o autor Angela Li Volsi é colaboradora nesta seção porque sua história foi selecionada como um grande depoimento de um ser humano que descobriu os caminhos da medicina alternativa como forma de curar as feridas emocionais e físicas. Através de capítulos semanais você vai acompanhar a trajetória desta mulher que, como todos nós, está buscando... Email: [email protected] Visite o Site do Autor