Estamos llegando al fin de esta jornada que he emprendido con mucho entusiasmo y con mucha emoción, pero también con toda la inseguridad de no saber a dónde este camino me habría de llevar.
Una vez más he comprendido que lo que importa no es la meta, sino el camino recorrido.
Ciertamente ya no soy la misma que cuando comencé a rememorar mi historia, y esto lo debo a este trabajo.
De todos los “ejercicios” que me han sido propuestos, este ha sido ciertamente el más difícil, pero también el más gratificante.
Poder compartir momentos a veces muy íntimos de mi vida con personas cuyos rostros no conozco, pero que me han hecho llegar todas sus emociones como si fuésemos viejos amigos, ha sido una experiencia única.
Esto me hace recordar una imagen que una vez un terapeuta empleó para ilustrar su propuesta: nuestro espacio es como aquellos refugios alpinos, que permanecen constantemente con la puerta abierta, donde los viajeros cansados pueden entrar, restaurar sus fuerzas, reponer aquello que han utilizado, colocar lo que quieran, sin ser preciso conocerse ni agradecer.
Tras estos nueve meses de gestación, los que me ha llevado este trabajo, lo que ha surgido a la luz (al menos para mí) es la ilustración de las imágenes que Izabel Telles leyó en mi mente, y que han desembocado en la invitación para narrar en el site aquello que estaba urgentemente clamando por ser compartido.
Fue en el grupo de trabajo con S. donde me he enterado de la existencia de Izabel.
La primera vez que fui a consultarme, entré en contacto con imágenes impresionantes que me mostraban cuánto me había aislado del mundo. Al mismo tiempo, las imágenes que Izabel leyó en mi mente también daban cuenta de una inmensa capacidad de construcción, de creación, que yo misma no sabía que tenía. Las imágenes finales mostraban que con esa misma fuerza yo conseguía revertir aquel aislamiento y reatar los lazos con el mundo exterior.
Este ha sido mi primer contacto con las maravillosas revelaciones acerca del funcionamiento de la mente que el trabajo de Izabel me ha proporcionado. En aquella ocasión, he estado llorando todo el tiempo que ha durado la lectura de Izabel, por reconocer y lamentar cuánto me había alejado no sólo de los demás, sino principalmente de mí misma.
Un año después de la primera consulta, en un momento de particular incertidumbre, decidí tener una nueva experiencia con las imágenes mentales.
Izabel se sentó ante mí, cerró los ojos, y comenzó a describir una escena, a primera vista sin pies ni cabeza, absolutamente surrealista.
Ella me veía colgada por una cuerda, por el lado de fuera de un helicóptero, evidentemente aterrorizada, sobrevolando los más variados paisajes.
De repente, cuando el helicóptero sobrevolaba una aldea medieval, al pasar por sobre un pozo, la cuerda se suelta y yo caigo, con el impacto que se puede imaginar, dentro del pozo. Con el ruido, muchos habitantes de la aldea se aproximan, tratando de ayudarme a salir. Yo los aparto a todos, alegando estar demasiado dolorida para que tiren de mí hacia fuera. Encogiéndose de hombros, uno por uno los últimos voluntarios se alejan, desistiendo de la empresa.
Tras algún tiempo, completamente sola, poco a poco, con mucha dificultad, comienzo a ensayar algún movimiento: saco fuera del pozo uno de los pies, toda la pierna, el otro pie, la otra pierna, un brazo, el otro brazo, hasta que, en un esfuerzo sobrehumano, consigo salir del pozo yo sola.
Reuniendo fuerzas, despacito, me pongo a caminar, toda encorvada y retorcida, por la calleja en que me encuentro. De repente, desde la ventana de una casa por la que estoy pasando, alguien tira una palangana de agua fría que me moja de arriba abajo.
Completamente exhausta, desanimada y desesperanzada, me siento en el suelo bajo aquella ventana, con las piernas extendidas, y me pongo a llorar. Acabo adormeciendo de tan exhausta.
Ya de madrugada, al abrir los ojos, veo venir en dirección a mí un perrito que comienza a ladrarme y me muestra con la cabeza, del otro lado de la calle, una puertecita que tanto podría ser de una casa como de una tienda.
El perrito ladra sin cesar y comienza a tirar de mis ropas con los dientes, siempre señalando con la cabeza en dirección a la casa. Es muy insistente y decido atenderlo, aunque esto me cueste un inmenso sacrificio.
Vamos hasta aquella casa, y llamo a aquella puertecita. La puerta se abre, y aparece un hombre en pijama y pantuflas, frotando los ojos de sueño, que me ve, pone una enorme cara de sorpresa, me llama por mi nombre y demuestra un cariño inmenso por volver a verme después de tanto tiempo.
No deja de demostrarme su alegría, y aún me veo obligada a refrenar su entusiasmo al querer abrazarme, debido a mi cuerpo todo dolorido.
Él me abre camino y yo, seguida por el perrito, entro detrás de él en una casa que descubre tener un enorme patio interior, deslumbrante de flores, vides cargadas de uvas, fuentes, pájaros, personas trabajando en la tierra, una costurera haciendo su trabajo, con una laboriosidad que revela un inmenso amor por la tierra, por la naturaleza, por las tareas artesanales.
El hombre me hace sentar a una mesita del jardín, y me trae los alimentos de que dispone para nutrirme. Yo continúo agradeciendo, en italiano: “Grazie a Dio, grazie a Dio”.
Le pido que se siente conmigo y me cuente sobre su vida. Él toma mis dos manos, y dice que ahora nada de eso importa, lo importante es que yo he vuelto.
Dice que estaba tan seguro de mi regreso, que mi habitación está preparada.
Me conduce entonces a una habitación que me acoge con sus sólidos muebles antiguos: la cama alta forrada de inmaculadas sábanas bordadas, cubierta con un agradable edredón y almohadas de plumas; el amplio ropero con un lindo espejo de cristal; la cómoda con una jarra y una jofaina esmaltadas, pintadas a mano. Todo está impecablemente limpio y encerado, un fuerte perfume de rosas impregna todo el ambiente.
Me invita a descansar y, cuando me acuesto en la alta cama, aún coloca cerca de mí una antigua cajita de música, que toca una suave melodía al piano, para acunarme.
Cuando me deja, con un beso en la frente, sonrío de felicidad y todo mi cuerpo se estira, mi rostro pierde todas las arrugas de preocupación, es como si yo hubiese rejuvenecido. Me levanto, voy hasta la ventana del cuarto, que da para una galería toda florida, desde donde avisto el familiar paisaje, que me remite a la dulzura de la vida en familia, en donde alguien está preparando el almuerzo, alguien está cociendo el pan y hay campesinos que extraen vino de las uvas.
Qué bueno es volver a casa, encontrar los paisajes familiares, los viejos afectos seguros que nunca nos han olvidado, nunca nos han traicionado, nos acogen y nos nutren sin nada preguntar ni pedir nada.Y con esta fantástica sensación de haber encontrado el puerto seguro, cuando Izabel abre los ojos y me pregunta si todo esto tiene sentido, noto dentro de mí una levedad, una felicidad, una sensación de alivio tan nueva, que sólo hay lugar para la sonrisa y el agradecimiento.
Ella me pregunta si hay algo que me gustaría saber y yo, movida por la confianza que toda esa situación me transmite, le hablo de ese antiguo deseo mío de compartir todas mis experiencias, sin saber muy bien cómo canalizarlas.
Entonces ella me hace la invitación para escribir en el site y yo, en lugar de inventar mil impedimentos, como ciertamente mi antigua inseguridad me hubiera sugerido, siento que ha llegado el momento de confiar, sin vacilaciones, y acepto con una naturalidad que soy la primera en considerar espantosa.
Toda mi vida he empleado mis mejores energías en buscar las confirmaciones que apaciguasen mi alma.
Esta vez no tengo la menor duda, la magia del sincronismo está ahí para confirmar que, realmente, ahora he vuelto a casa.
FIN
Sobre o autor Angela Li Volsi é colaboradora nesta seção porque sua história foi selecionada como um grande depoimento de um ser humano que descobriu os caminhos da medicina alternativa como forma de curar as feridas emocionais e físicas. Através de capítulos semanais você vai acompanhar a trajetória desta mulher que, como todos nós, está buscando... Email: [email protected] Visite o Site do Autor