Caminamos por la vida en busca de sentido.
Adquirimos bienes materiales en busca de valor personal.
Queremos una persona con quien relacionarnos, buscando amar y sentirnos amados.
Todo lo que hacemos... todo cuanto anhelamos tiene una única razón: nos han dicho que era así como debía ser. Entonces, lo hacemos, lo anhelamos...
Si observamos bien, estamos – siempre y todo el tiempo – vueltos hacia “fuera de nosotros mismos”.
¿Cuándo podemos detenernos y mirar para nosotros mismos?
¿Cuándo podemos detenernos y escuchar lo que nos pide nuestro corazón?
¿Cuándo podemos detenernos y sentir si estamos o no cómodos – efectivamente – en las más diversas situaciones que vivimos?
Hasta para “detenernos” y percibirnos a nosotros mismos, parece que tenemos que preguntar si “podemos”.
¡Parece que todo lo que nos concierne realmente no depende de nosotros mismos!
Como si, dentro de un gran engranaje, fuésemos tan sólo una pequeña e insignificante parte.
Realmente formamos parte de un gran sistema denominado Vida, no obstante, somos parte esencial y vital de ese sistema.
La calidad de nuestra vida personal es lo que habrá de determinar la calidad de nuestra contribución para este sistema de Vida del cual formamos parte; tal como un órgano de un cuerpo, que si no funciona correctamente, desequilibra todo el organismo.
Pero ¡¿cuánto, al vivir una vida vueltos hacia “afuera”, nos vamos insensibilizando?! Es como si criásemos “callos” emocionales para conseguir sobrevivir y no sucumbir de una vez. Al fin y al cabo necesitamos preservarnos para no ser engullidos por el “engranaje social” que nos dicta lo que hemos de hacer, qué sentir, qué pensar, qué desear... y así sucesivamente...
Sin embargo, entramos en el “juego de la vida” y hacemos, y sentimos, y pensamos, y queremos ¡lo que todo el mundo quiere! ¡Y aún pretendemos ser felices!
¿Cómo sobrevivir en este “juego” sin sentirnos masificados y engullidos por el propio juego?
¿Cómo realmente conseguir esa tal felicidad?
Vivimos en el planeta Tierra, donde la condición de vida se da mediante la materia.
Nacemos y necesitamos desarrollar un ego, que nos permita tener conciencia de quiénes somos; que nos permita relacionarnos con la realidad externa e interna; que nos permita percibir la secuencia de los acontecimientos que vivimos, aquí, en este mundo de la materia, para que consigamos organizarlos “coherentemente” y nos sintamos “normales”.
Así, tenemos que hacer un gran esfuerzo para organizar nuestro mundo exterior en relación a nuestro mundo interior – y viceversa – en un orden coherente; y el camino más fácil que encontramos (con ayuda de nuestros “educadores”) es no mirar mucho para nosotros mismos, es no escuchar nuestro corazón y no prestar atención si estamos o no cómodos en las situaciones que vivimos. Fácil ¿no?
Y ¿cómo queda la tal felicidad en este contexto?
Está claro que necesitamos adecuarnos al sistema social humano, al fin y al cabo formamos parte de él. ¡Somos parte importante de él! Sin embargo, no basta adecuarnos, o más precisamente “encuadrarnos” en él como si fuésemos tan sólo un grabado decorativo.
Cada uno de nosotros trae consigo potenciales a ser desarrollados en el transcurso de nuestra vida. Y la vida aquí en el planeta Tierra nos sirve como “laboratorio” de nosotros mismos, y este “laboratorio” se realiza diariamente, cuando nos experimentamos, cuando desarrollamos nuestros potenciales.
Vivir en el planeta Tierra es la posibilidad de desarrollar nuestros potenciales, que son ilimitados.
Sin embargo, para que podamos hacer ese ejercicio de vivir en constante adelanto – consciente – necesitamos desarrollar nuestra conciencia.
El desenvolvimiento de nuestra conciencia sólo es posible haciendo lo contrario de lo que nos piden que hagamos: necesitamos volvernos hacia nosotros mismos. ¡No egoístamente, sino porque necesitamos saber quién habita nuestro cuerpo!
Tenemos que saber cuáles son nuestros “potenciales”.
Necesitamos saber, a fin de cuentas, qué nos aporta satisfacción y sensación de realización.
Este movimiento (el volverse hacia uno mismo) exige coraje; exige que salgamos de la zona confortable de la anulación. Por increíble que parezca, a pesar de los pesares, la anulación tiene su lado positivo: no necesitamos asumir responsabilidad sobre nada... ¡absolutamente nada!
He aquí la zona confortable de la anulación: ¡siempre encontraremos a un culpable!
Fácil ¿no?
Y ¡¿cómo queda la tal felicidad?!
Y, así, el desarrollo del auto-conocimiento nos exige en primer lugar coraje y, después, discernimiento.
Primero, necesitamos querer, y esto exige coraje. El coraje nos quita de la pasividad, del comodismo y del victimismo.
Mientras que el discernimiento nos ayuda a separar la “cizaña del trigo”, con el discernimiento vamos, poco a poco, distinguiendo lo que nos sirve de aquello que no nos sirve, en todo lo que la Vida, las personas y las situaciones nos ofrecen.
Y aquí necesitamos tener nuevamente coraje para decir “no” a lo que no queremos y “sí” a lo que queremos. ¡Y para esto además tenemos que ser honestos con nosotros mismos!
¿Parece fácil y sencillo?
No obstante es bastante difícil, pues la honestidad no es una clase que nos hayan dado en nuestro “curso de cómo vivir la vida”. Pues primero hemos aprendido a mentirnos a nosotros mismos: aún siendo niños se nos orienta a no “llenar la mano de dulces”; y entonces alguien nos ofrece una bandeja repleta de dulces y la coloca bien delante de nosotros y tenemos que rehusar; pero para conseguir hacer esto, antes hemos tenido que aprender a mentir a nosotros mismos que no los queremos (¿se ha visto a un crío rehusar un dulce espontáneamente?). Hemos aprendido que aunque estemos tristes debemos sonreír (hipócritamente), fingiendo que estamos felices... y así varias otras situaciones en que ejercitamos el arte de mentirnos a nosotros mismos. Y de esta manera aprendemos a fingir tan bien fingido ¡que acabamos por creer que aquello que es fingimiento, es verdad!
Y así aprendemos a no ser honestos bajo la orientación de ser “educados”. Siendo así, lo que verdaderamente hacemos en nuestro proceso de auto-conocimiento es recuperar nuestra honestidad innata. Sin embargo, como ésta se encuentra tan allá en lo profundo de nuestro ser, es difícil contactar con ella y es, muchas veces, complicado.
Entonces, cuando lo hacemos – al recuperar nuestra honestidad – aprendemos a distinguir lo que queremos de lo que no queremos, lo que nos gusta de lo que verdaderamente no nos gusta... aprendemos en primer lugar a ser honestos con nosotros mismos y con coraje para decir no, cuando es no, y sí, cuando es sí.
El camino es el auto-conocimiento.Y, además del coraje necesario, también necesitamos, y mucho, de paciencia con nosotros mismos. La paciencia nos sirve para comprender que estamos donde estamos porque hemos hecho un camino; que el hoy es consecuencia del ayer, que es consecuencia del anteayer y así sucesivamente. Mientras tanto, tenemos al futuro por delante aguardándonos, y podemos modificar el rumbo caso lo que estemos haciendo no nos ayude en nuestro bienestar, ni promueva la calidad de vida que tanto necesitamos. He aquí el milagro de la Vida: podemos cambiar... podemos proporcionarnos bienestar y calidad de vida que nos ofrezcan paz de espíritu.
Maria Aparecida Diniz Bressani é psicóloga e psicoterapeuta Junguiana,
especializada em atendimento individual de jovens e adultos,
em seu consultório em São Paulo.