Absolutamente todo en la vida tiene dos polaridades, una buena y otra mala, una positiva y otra negativa. Lo ideal sería estar siempre en un término medio. Imagina un balancín de un parque, te sientas tú de un lado y un niño de 10 años se sienta del otro; si tú no controlas tu peso, el niño acabará en tu regazo, pero si tú flexionas las piernas, habrá equilibrio. Darse cuenta de esto y adaptarse es tener flexibilidad.
Constantemente veo a personas discutiendo cuestiones y teniendo mucha dificultad para llegar a un acuerdo, pues sus mentes se han endurecido y sus personalidades se han vuelto posesivas e inflexibles. Desgraciadamente percibo esa actitud en la mayoría de las personas con quienes convivo, como si fuese un aspecto inevitable de la vida. Temo llegar a padecer ese mal, si no lo padezco ya de “alguna manera”.
Considero que la inflexibilidad viene también de la inseguridad. Muchas personas adquieren algo y por miedo a perderlo construyen una postura mental en forma de escudo para protegerse y proteger ese algo suyo. El nombre de esto es Apego y ha sido considerado por Buda como el gran mal de la Humanidad.
Ser flexible es un verdadero arte, es una constante lección de Humildad, y es también sencillo, pues basta considerar que tu versión del acontecimiento puede estar ultrapasada o ser incompleta. Y el reflejo de esto no puede ser miedo o vergüenza, sino la curiosidad y la misma capacidad que teníamos para aprender en la primera vez.
Considero que en esta vida aprenderemos hasta el último segundo; siendo así, la edad nos traerá la experiencia, pero nunca la verdad absoluta, lo cual nos obliga a permanecer siempre abiertos y flexibles para aceptar la belleza de lo nuevo.