Lauro de Souza Lima puede ser considerado un verdadero apóstol de la caridad, pues aplicaba la medicina con el corazón. Además de asistir a los enfermos, no despreciaba oportunidades para llevar consuelo de amigo o esperanza de misionero.
Nombrado médico en el Sanatorio Padre Bento de Guarulhos, en una época en que la medicina brasileña aún no contaba con medicación específica para el Mal de Hansen, acabó asombrando al país con su trabajo verdaderamente cristiano.
Los enfermos del Mal de Hansen, en antiguos y tristes tiempos, eran ahuyentados de las ciudades, teniendo que vivir en los bosques, donde recibían escasa alimentación y vestuario de algunas almas piadosas. Nadie se atrevía a acercarse a aquellos hombres y mujeres marcados por el Mal de Hansen. Cuando algún enfermo llegaba hasta los lugarejos, la población le detenía, a base de agresiones. Los enfermos del Mal de Hansen constituían una sociedad marginada, destinada a sufrir y padecer desastradamente.
Lauro de Souza Lima, en seguida después del nombramiento, pasó a verificar los problemas y los medios de dar una asistencia más adecuada. Era una novedad la presencia de un médico, y aún joven.
En una tarde, fría, el Dr. Lauro andaba por los corredores del hospital recientemente construido, observado desde lejos por los enfermos, que no creían en sus buenos propósitos. Fue andando hasta en final del pasillo, cuando encontró a un enfermo semidesnudo. Viendo que estaba solo, se quitó la chaqueta que llevaba y se la dio al hombre, que tiritaba de frío. A lo lejos, los enfermos, observando tal procedimiento, rindieron gracias a Dios, porque ahora tenían la seguridad de que Jesús, el maestro incomparable, había mandado a un hombre bueno para suavizar sus dolores.
Al comienzo la tarea era ingrata y de poco éxito. Ante eso, el Dr. Lauro tomó la decisión de viajar hasta París, donde podría conseguir el medicamento denominado Promim, que no existía en el Brasil. Viajó decidido, dejando a sus amados enfermos, allá en el Sanatorio.
Los enfermos ante el viaje inesperado consideraban que él ya no regresaría jamás. Y cual no fue su sorpresa cuando recibieron, días más tarde, una larga y cariñosa carta del Dr. Lauro, que les recomendaba permanecer en la esperanza, porque si le saliese bien su intento, pronto regresaría con medicamentos. Llevaría a cabo algunos cursillos por allá, pero no los olvidaría.
El tiempo pasó, aumentando la amargura en aquellos corazones abandonados por la sociedad, hasta que, un día soleado, cuando el pensamiento de toda aquella malhadada comunidad se dirigía a Jesús, en una oración triste, como en súplica de una bendición, he ahí que surge el Dr. Lauro de Souza Lima.
Había regresado de Francia y tan pronto le fue posible, se dirigió al Sanatorio, en busca de sus enfermos queridos. Llegado allí, les dio la buena noticia. Había traído el medicamento que habría de salvarlos.
Meses más tarde, con la aplicación segura y cariñosa de aquella medicación, por las manos benditas del médico-misionero, varios enfermos se fueron recuperando. Y cuentan los biógrafos de ese médico, que en el plazo de un año, 500 enfermos se habían curado, quedando libres de la enfermedad.
Hoy, la enfermedad de Hansen ya no asusta, porque existen medicamentos adecuados para contener el desarrollo de la dolencia, caso aparezca en una persona, pero el dolor de la separación, tanto cuanto la desesperación creada por la indiferencia, continúan martirizando a estos corazones. El caso es que los enfermos que aún viven en sanatorios, ahora, necesitan de otro y mucho más raro medicamento. Ellos necesitan de amor, para que puedan creer que Dios es bueno y que el dolor, realmente, es una bendición que el Creador envía a sus elegidos, según señala el Evangelio.
He escrito este artículo en Noviembre de 1978, habiendo sido publicado en el periódico O Semeador de la FEESP.
En aquella época, actuábamos juntamente con Venâncio, Nércio, Dr. Rezende y muchos otros, dando asistencia espiritual y material a los enfermos de Hansen residentes en hospitales, como Pirapitingui en Itú, Padre Bento en Guarulhos, Santo Ângelo en Jundiapeba. En enero del siguiente año, yo estaba leyendo la Folha de Sao Paulo y quedé asombrado con la noticia de que en la región de Passos en Minas Gerais los enfermos estaban siendo tratados de forma inhumana.
En aquella época el gobierno había puesto en marcha un proyecto con el objetivo de socializar nuevamente al enfermo o, como se dice actualmente, realizar su reinserción social. En Três Coraçoes había un hospital que albergaba alrededor de 1.500 enfermos. Las subvenciones para su mantenimiento habían sido retiradas y los enfermos, desalojados. Una institución mantenida por monjas vino en socorro, asumiendo la administración y mantenimiento del Hospital, pero albergando tan sólo a 500 pacientes. Los otros vivían por las calles o en barrios construidos por la alcaldía en las periferias de las ciudades circunvecinas.
La imposibilidad de trabajar, sin embargo, llevaba a los enfermos y a sus hijos a practicar la mendicidad.
Pues bien, tan pronto hube leído el reportaje, reuní a algunos amigos de Guarulhos, Jacinta y Juan. Ellos tenían un pariente, el Sr. Rachid, en Passos. Nos fuimos allá y las escenas que vimos eran monstruosas. En Sao Sebastiao do Paraíso los enfermos que deambulaban por la ciudad eran capturados e introducidos en la parte trasera de un camión, y arrojados fuera de la ciudad. Nótese bien, no estoy aumentando en las expresiones, no. Era precisamente eso lo que ocurría, porque las personas tenían miedo a tocarles. Otros vivían por las carreteras, en cabañas. En la región no había médico, ni cualquier especie de atendimiento. Estaban proscritos de la sociedad, y más que esto, del derecho de vivir.
El esfuerzo hercúleo de Valter Venancio, capitaneando la Caravana de la Fraternidad Jesús Gonçalves, más la valerosa colaboración de todos cuantos la integraban, hizo que se restaurase el derecho de vivir a aquellos ciudadanos. Tras varias pláticas, entrevistas, campañas y orientaciones los médicos y la sociedad aceptaron la presencia de los enfermos. Y el Dr. Carlos Alberto (vivía en Guarulhos y no era espírita), como reviviendo la presencia del Dr. Lauro de Souza Lima, fue el pionero, organizando y poniendo a funcionar el primer puesto de salud especializado en Mal de Hansen en aquella región.Por todo ello, una vez más, yo insisto en hablar del sincronismo universal y de la disponibilidad que debe estar siempre en nuestro corazón. Habiendo llegado hasta mis manos una pesquisa e informaciones sobre el Dr. Lauro, yo escribí. O Semeador publicó y naturalmente esto creó una atmósfera, un campo de energías propicio para las conexiones. El otro periódico, Folha de Sao Paulo, publicó el reportaje / denuncia, yo leí la noticia y los amigos de Guarulhos atendieron la petición, poniéndose en disposición para ir hasta Passos. Y de ahí, la voluntad y humanidad de los integrantes de la Caravana completaron la misión.
Y atiendan a los detalles: El Dr. Carlos, de Guarulhos, mis amigos de Guarulhos y precisamente aquellos que se dispusieron a ir, tenían un pariente en Passos, facilitando que fuésemos para allá.
Yo creo en que todo eso revela un sincronismo y que las manos espirituales y el corazón del Dr. Lauro de Souza Lima, han estado presentes en todo lo sucedido.
Wilson Francisco é Terapeuta Holístico, escritor e médium espírita. Desenvolve o Projeto Mutação, um processo em que faz a leitura da alma da criatura e investigação do seu Universo, para facilitar projetos, sonhos e decisões, descobrindo bloqueios, deformidades e medos que são reprogramados energeticamente.
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