Muchas son las ocasiones en que, en nuestro cotidiano, nos preguntamos acerca del sentido de la vida. E incluso cuando sabemos cuál es el origen de este viaje fantástico que hemos emprendido, desde nosotros hacia nosotros mismos, muchas veces nos parece complicado entender el motivo que nos ha llevado a realizarlo.
Si me permiten decirlo, el motivo no está en nosotros, el motivo es mayor que nosotros. El motivo es la totalidad.
Existimos porque somos parte integrante e indispensable de aquello que es.
Existimos porque el Increado Ser Supremo, en su eterno fluir a partir del Gran Sol Central, ha creado los miles de soles, que a su vez, se expresan en luz y sombra, creando esferas que giran a su alrededor como planetas de diferentes densidades.
Esos planetas, cada uno según sus características y naturalezas, atraen conciencias altamente individualizadas, que partiendo también del Gran Sol Central, se sumergen en grados cada vez más densos de la materia, para ahí emprender un viaje de vuelta, a su punto de partida original.
Pero ¿para qué, al fin y al cabo, el Increado Ser Supremo explota y fluye en miles de soles, que a su vez se fragmentan en esferas cada vez más densas?
¿Por qué razón este mismo Increado Ser emite, con destino a las esferas de los planetas, partes individualizadas de su consciencia, si su única finalidad es regresar?
La respuesta a esta pregunta, tal vez la única, capaz de satisfacer nuestra sed de verdad, está inscrita, desde el principio, en nuestros corazones.
Hemos partido del cierne de la divinidad y allí regresamos, porque somos parte de la totalidad que la compone, y en ella, como cada átomo o célula de un gran cuerpo, tenemos nuestra función.
Imagina al Universo como un organismo vivo, hecho de luz. Un organismo que a todo contiene. Imagina que fuera de él no hay nada, o mejor, que no existe ningún lugar que se pueda denominar fuera, porque todo es dentro.
Imagina que ese organismo es auto-sostenible. Él no se desgasta. Él se mantiene siempre nuevo. Él es eterno.
Imagina que ese frescor suyo, esa su permanencia sea resultante del equilibrio entre sus partes.
Ahora piensa que cada una de esas partes tiene al mismo tiempo una constitución original y única, sin, con todo, dejar de ser una reproducción perfecta de su totalidad.
Si consigues imaginar algo así, has llegado muy cerca de lo que es el Increado Ser Supremo, de cómo es el Universo, y de cuál es nuestro papel en el mantenimiento de su equilibrio perfecto.
Todos los seres del Universo, desde los más densos hasta los más sutiles, desde los mayores hasta los menores, desde los más conscientes hasta los menos despiertos, todos son igualmente necesarios y tienen importancia vital para el equilibrio cósmico.
De la contraposición e interacción entre las partes, surgen las explosiones de luz y los bolsones de sombra perceptibles para nosotros, como las galaxias, soles, estrellas, planetas, agujeros negros, quasares, pulsares y otros fenómenos terrestres y celestes.
Todo en el Universo es eterno en su esencia y pasajero en su forma.
A despecho de eso, toda y cualquier modificación ocurrida en una de sus infinitas partes, afecta al todo. Y siempre, definitivamente.
El organismo llamado Universo, o Increado Ser Supremo, que fluye y se expresa, eternamente repitiendo para sí mismo que es el que es, se alimenta y se mantiene siempre nuevo a través de la energía generada en los intercambios entre las partes.
La búsqueda continua de la aceptación de su propia naturaleza promueve las alteraciones internas necesarias para la realización de las confrontaciones e interacción entre las partes, hasta que los intercambios puedan tener lugar, consentidos y de forma consciente.
El universo entero se renueva y se ilumina cada vez que una de sus partes retorna del gran viaje, afirmando una vez más a sí misma: soy el que soy.
Soles, planetas o personas, somos partes de esa totalidad, viva y auto-actuante, que se supera a cada segundo, en la plácida afirmación de ser lo que es.
Soles, planetas o personas, encarnados o desencarnados, terráqueos o extraterrestres, tenemos todos una única y misma misión: aumentar el grado de consciencia con que interactuamos con nuestros semejantes, ya sean éstos un ser humano amigo, un computador, una berenjena o un perro.
Lo que hacemos, absolutamente, no es la parte importante de la historia, sino, el grado de consciencia con que se da la contraposición o interacción.
La energía resultante de las relaciones, de los intercambios e interacciones con los entes que nos rodean mantiene el frescor y la permanencia de todo cuanto existe, de todo lo que es.
Esa es la única fuerza capaz de mantener a lo que es verdaderamente siendo.
La fuerza que mantiene a las partículas atómicas unidas, a los átomos agregados en moléculas, a los planetas girando alrededor de los soles y a los soles presos a las espirales de las galaxias.
La fuerza que crea de la nada lo existente, de lo existente lo auto-afirmativo, de lo auto-afirmativo lo cohesionado, de lo cohesionado lo luminoso, de lo luminoso lo bueno, de lo bueno lo bello y de lo bello lo verdadero.
Esa es la fuerza prodigiosa del amor.
Una fuerza que emana de los actos más sencillos, como mirar hondamente a los ojos de nuestro semejante, de compartir nuestros sufrimientos, de reconocer dónde y por qué nos hemos equivocado, de agradecer de corazón el apoyo recibido, o de pedir perdón.
Que cada uno de vosotros pueda hoy – analizando los conflictos, confrontaciones e interacciones que ocurren a cada segundo de vuestra existencia actual en este planeta tierra – reconocerse como generador de esa pura energía que sostiene la actividad divina y comprenda, finalmente, la importancia de estar aquí, y ahora.
Amaos los unos a los otros. Y en nombre de ese amor, haced lo que vuestro corazón os ordene.
El Universo retribuirá de la única forma que sabe: siendo el que es, y tornando a cada uno de vosotros cada vez más conscientes de su propia luz.
Si todo hacemos para que el Increado sea, no hay cómo no ser nosotros todo lo que el Increado es.