La dictadura militar, ocultando muertes, haciendo desaparecer personas, ha ocasionado calamidades psicológicas, al haber quitado a las personas el derecho/consuelo de cuando menos tener bajo su mirada el cuerpo de los seres queridos, negándoles así la satisfacción/poder de enjuiciar a los asesinos o causantes de sus desgracias.
El dolor de la pérdida, por si solo, es dilacerante, pero se amplía y amenaza la integridad psicológica del individuo cuando anula todos sus derechos de reacción. Esta impotencia es causa de desintegración.
Una joven decía: - Ya no puedo ver a mi marido, ni puedo llorar sobre su cuerpo y mucho menos saber por qué y cómo le han dado muerte. Me siento despedazada.
El ser humano es así, tiene una necesidad básica que caracteriza su finitud. En toda relación es necesario cerrar etapas, terminar ciclos. Si por un motivo cualquiera él se ve ultrapasando límites, surge el desequilibrio. Existe el tiempo de la infancia, de la mocedad, de la senectud. Tiempo de vivir, tiempo de morir.
La muerte cierra un ciclo vivencial y tiene todo un ritual, un folclore, así como su propia hidalguía. Desde el impío hasta el magnate, todos realizan este evento, al llegar al final de su tiempo.
La ausencia del cuerpo quita a los familiares este sagrado derecho, dejando una llaga abierta, sin cicatrización.
Por otra parte, hay sucesos impunes, ocultos. De la misma forma que causa desintegración la imposibilidad de plañir sobre el cuerpo, también es dilacerante no poder defenderse, acusar o punir.
El estupro, en ese cuadro, también es dilacerante, pues casi toda mujer o niña oculta el hecho, no comentándolo ni denunciando al malhechor. El resultado, casi siempre, es frigidez, alcoholismo, insomnio, miedos y visión nebulosa de los valores de la vida.
S.M. una joven estuprada, ha dicho en un reportaje que ha tenido el coraje de delatar al estuprador. Éste ha sido detenido y al enterarse de su detención, explotó en ella un odio extraordinario, se sintió como una fiera, con deseos de hacerlo pedazos. Y nunca, nunca jamás había imaginado que podría albergar en su interior tamaño sentimiento de rabia por una persona. Pero al retornar a casa estaba leve, segura y sentía dentro de sí una agradable sensación de paz que se irradiaba por su cuerpo y alma.
Había restablecido todos sus paradigmas y sentimientos. Se había hecho justicia, ella había desmontado aquella montaña de odio y fragilidad que le turbaba mente y corazón.
Clausura es el nombre que se da a este proceso ocurrido con S.M. Según Glaucio Ary Dillon Soares, de la Folha de Sao Paulo, clausura es el cierre de un proceso que se inicia con un trauma, un accidente, una dolencia grave, un estupro, la muerte de un ser querido.
En la película “Condenaçoes” exhibida por la TV Globo (15 de abril de 2003) la madre de un hijo asesinado por un compañero somatizó una úlcera hemorrágica. Su vida se degeneró y ella pasó a actuar con todas sus posibilidades para impedir cualquier iniciativa que llegase a viabilizar una reducción de condena o cualquier beneficio para el asesino. El odio que abrigaba estaba en su auge, cuando decidió ir a visitar al asesino.
Obtuvo autorización, acompañada por un abogado. Ante el muchacho, desató una tempestad de palabras, acusándolo con ferocidad, teniendo que ser contenida por los policías.
En casa, rehecha y con una extraña sensación de levedad (¿os acordáis de la chica estuprada?), rememoró el encuentro y la imagen que vino a su mente fue la de un chaval asustado, sufrido, que reconocía la gravedad de su acto, que quería pagar por lo que había hecho y que no odiaba a su hijo.
Retornó varias veces al presidio, trabando amistad con el asesino, lo cual contrariaba frontalmente a sus otros hijos y familiares. Y para espanto de todos y de la comunidad en que vivía, perdonó públicamente al muchacho y nunca más llevó a cabo ninguna acción impeditiva. Al contrario, apoyó la concesión de libertad condicional, por haber él cumplido con buena disciplina una parte de la condena.
Al salir del Tribunal, donde había asistido a la liberación del preso, ya no tenía úlcera, estaba curada. Era otra mujer; desde allí se fue directamente al cementerio, donde oró junto al hijo querido agradeciendo a Dios por aquella oportunidad, y dio comienzo a una vida nueva. El ciclo del odio estaba cerrado, la clausura se había realizado.
Cada persona realiza su cicatrización, su clausura, según sus posibilidades. La madre de Cazuza trabaja incansablemente para las personas seropositivas; la familia Senna ha edificado una gran obra en favor de los pobres. Cerrar el ciclo, lacrar el portal del odio, frente al dolor y a la injusticia o la brutalidad, aún continua siendo el gran desafío del siglo XXI.
Wilson Francisco é Terapeuta Holístico, escritor e médium espírita. Desenvolve o Projeto Mutação, um processo em que faz a leitura da alma da criatura e investigação do seu Universo, para facilitar projetos, sonhos e decisões, descobrindo bloqueios, deformidades e medos que são reprogramados energeticamente.
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