Siempre es muy difícil comentar de una forma nueva un asunto que ya conocemos. Tenemos una fuerte tendencia conservadora, que nos lleva a rechazar, al menos en un primer instante, cualquier idea que no se encuentre en concordancia con lo que ya sabemos. Voy a hablar del amor y, entonces, parece más difícil todavía que las gentes consigan ver sus aspectos menos simpáticos.
El amor corresponde a una búsqueda de la completitud. Todos nosotros, desde el comienzo de la vida, tenemos la sensación de ser incompletos. Parece que sólo nos sentimos enteros y en paz cuando estamos con nuestro elegido. Siendo así, es obvio que nuestro primer amor es nuestra madre, y todos los demás objetos de amor que lleguemos a tener a lo largo de nuestras vidas, son substitutos de ella.
Los críos son extremadamente dependientes de su madre, con las cual tienen la sensación de estar fundidos. Se sienten inseguros cuando están lejos de ella y viven atormentados por la pesadilla de que ella podrá abandonarles o morir. Cuando reflexionamos acerca de las relaciones amorosas entre adultos, percibimos que el modo que tienen de unirse es muy semejante al sentimiento que vincula a un crío con su madre. La gran verdad es que los ingredientes negativos relacionados con los celos también se manifiestan de una forma muy intensa. Debido a eso solemos percibir el amor como un sentimiento que acaba por oponerse de modo más o menos definitivo a los deseos de individualidad.
El amor adulto es una copia de lo que pasa en la infancia. El discurso es más racional, pero las reacciones son idénticas a las de los críos. Parejas enamoradas se llaman con diminutivos infantiles y les gusta recibir mimos también infantiles. Esos pequeños detalles no serían importantes si no viniesen acompañados de la noción de que aquellos que se aman tienen derechos sobre sus amados. La madre se cree con derechos sobre sus hijos y eso, hasta una cierta edad, tiene sentido. Ahora bien, que el marido pueda decir a la esposa si ella puede o no llevar determinada ropa, ir o no a un determinado lugar, es una ofensa a los derechos individuales.
El otro tipo de relación íntima que vivenciamos es la amistad. Aquí, el placer de la compañía es tan importante como el que existe en las relaciones denominadas amorosas. La confianza recíproca y la complicidad suelen ser incluso mayores que las halladas entre los que se aman. Somos más respetuosos y menos dependientes de nuestros amigos.
¿Cuál es la conclusión? Para mí, queda claro que el amor es un proceso infantil que suele perpetuarse a lo largo de nuestra vida adulta. La amistad es un tipo de alianza mucho más sofisticada porque no busca la fusión sino la aproximación de dos criaturas que tienen importantes afinidades e intereses en común. Nuestra parte adulta establece vínculos respetuosos y ricos en intimidad, que corresponden a la amistad. Nuestra parte infantil tiende a establecer un lazo único con otra persona, y respecto de ella pasamos a tener expectativas similares a aquellas que teníamos con nuestra madre. No tengo dudas sobre ello: la amistad es un proceso mucho más adulto que el que llamamos amor.