¿Cómo saber cuál es el mejor camino a seguir para alcanzar el estado de plena felicidad? Se nos ha estimulado a pensar que, hoy en día, podemos alcanzar esa armonía permanente gracias a los enormes avances de la tecnología – y la consiguiente revolución de costumbres – que nos permiten vivir con mucho más confort y libertad que nuestros antepasados. ¡Hemos aprendido a creer que el “paraíso” es aquí mismo!
Nuestras observaciones y sentimientos están en franca oposición a expresiones del tipo de: “el dinero no da la felicidad”; o “el sexo no es tan esencial para una buena vida conyugal”; o bien “es perfectamente posible ser feliz estando solo”. Notamos la mirada y la expresión de alegría de las parejas enamoradas y queremos vivenciar lo mismo que ellos. Se nos informa acerca del “glamour” que rodea la vida de los que son ricos y famosos y no podemos dejar de pensar que están experimentando momentos de gran felicidad. En cuanto al sexo entonces, nos morimos de envidia de los más libres y desinhibidos, de los que son seductores y tienen éxito en las conquistas; imaginamos que sus relaciones íntimas son de una intensidad que jamás hemos tenido la oportunidad de alcanzar.
¿Por dónde empezar? ¿Qué debemos buscar primero, el amor o el dinero? ¿Cuál de ellos es más importante para nuestra felicidad? Y el sexo, ¿qué participación tiene en esa ecuación? Pienso que una respuesta buena es la siguiente: ¡lo más importante es aquello que echamos en falta! Si no tenemos nada, todo es igualmente importante. Si tenemos una buena compañía amorosa y poco dinero, éste será el ingrediente más valorado. Nuestro psiquismo es curioso: se ocupa principalmente de aquello que no va bien; parece que ha sido forjado con el objetivo de resolver problemas. Si estamos enfermos, sólo nos interesaremos por recobrar la salud y sólo en eso pensaremos. Lo mismo vale para los apuros económicos o para la sensación de soledad. Al recobrar la salud – al igual que la estabilidad material – o al reanudar la relación con nuestra pareja, inmediatamente nos desinteresaremos por esos asuntos.
Las personas que tienen una vida sexual pobre y repetitiva anhelan, más que nada, un cotidiano con erotismo y voluptuosidad. Al contrario de lo que sucede con el amor, parece que el dinero nunca es suficiente; debido a la competición material en que vivimos, casi todos tenemos la sensación de que somos perdedores en comparación con algunos conocidos. El que tiene riqueza, pero no tiene amor, considera que el dinero no sirve de mucho si no se tiene un buen compañero. Ahora bien, si el dinero le faltase, éste volvería a ser tremendamente importante.
El caso es que nuestros anhelos no son permutables, o sea, la falta de amor o de sexo no se soluciona con “dosis” altas de dinero o de prestigio, y viceversa. Sucede como en el organismo, donde la deficiencia de vitamina B no se atenúa con dosis altas de vitamina C. Necesitamos un poco de cada ingrediente. Una advertencia final: al soñar con lo que nos falta imaginamos alegrías que, si llegan a suceder, durarán muy poco tiempo. Nuestra felicidad sólo es plena durante un período, el de la transición hacia la situación mejor. Después nos acostumbramos y todo se vivencia como trivial. La buena noticia es que esto mismo vale para los acontecimientos negativos, cuando el dolor de la pérdida sólo es máximo también durante la transición.