Todos tenemos algún tipo de recuerdo complejo que envuelve nuestra infancia, especialmente en las relaciones familiares. Uno de los problemas más frecuentes es aquel que incluye la rivalidad entre un hijo pródigo y su padre. Cuántos hombres cabales no acuden a un terapeuta en busca de ayuda porque siempre se han sentido menos queridos de lo que creen merecer, por las personas en general y por los íntimos en particular; están siempre frustrados porque sus padres, cuando en vida, no les daban el debido valor. Esto hace un daño terrible a la autoestima de esas personas, por veces tristonas y cabizbajas cuando podrían enorgullecerse de sí propias y de sus realizaciones. Problemas de ese orden, similares a otros que envuelven a madres e hijas, así como rivalidades entre hermanos, son temas especialmente relacionados con el alma - indirectamente tienen que ver con la sociedad que nos ha organizado en familias y con el cuerpo que se ha beneficiado del emparejamiento estable para mayor posibilidad de supervivencia de la prole. La comprensión de que emociones tales como los celos, las rivalidades y la envidia, pueden y suelen estar presentes, y de forma predominante, en las relaciones familiares, ayuda mucho a la persona para conciliarse con su propia historia. En esos casos, el tratamiento es esencialmente psicodinámico y los detalles de ese tipo de trabajo son dificilísimos de describir en pocas palabras, caso fuese posible explicarlos si hubiese que escribir largamente acerca de ello. Lo ideal es que cada cual aprenda a realizar ese trabajo observando el modo de proceder de un profesional más experimentado - que, aún así, tendrá que adecuarse al modo de ser de cada terapeuta - o entonces sometiéndose a un proceso psicoterapéutico.
Hay personas de buena formación moral que pueden vivenciar complejos conflictos cuando sus valores entran en choque con los acontecimientos reales o con sentimientos muy fuertes que nacen dentro de ellas. Es el caso, por ejemplo, de una mujer casada o infeliz en el matrimonio que se enamora de otro hombre. En caso de que ella tenga conceptos éticos que le impiden la infidelidad, estaría frente a un complicado dilema y con problemas para decidir qué hacer, los cuales podrían llevarla a sufrir fuerte ansiedad, insomnio e incluso depresión. Los dilemas éticos pueden surgir también cuando una madre tiene que relacionarse con una hija adolescente que se comporta de forma muy distinta de la que ella había aprendido; ello tanto desde el punto de vista de su vida amorosa y sexual como, por ejemplo, si decide seguir una carrera profesional de naturaleza artística y eso implica alejarse precozmente de casa. Las dudas surgen siempre que nuestras creencias entran en crisis y en esos momentos un trabajo psicoterapéutico de tipo psicodinámico podría ayudar a la persona a encontrar nuevas y mejores formas de lidiar con situaciones que también están en permanente modificación. Ayudar a las personas a desarrollar el "cerebro poroso" es tarea para un terapeuta que también lo posea.
Muchos hombres se sienten incomodados, amenazados y deprimidos cuando sus esposas evolucionan profesional y económicamente más que ellos. Entran en crisis y, no raramente, pasan a padecer de algún tipo de dificultad sexual con ellas. No es infrecuente que busquen otras mujeres e incluso que se envuelvan con alguna que les parezca menos brillante y menos amenazadora. Viven un dilema enorme, pues admiran a sus esposas más que a sus amantes, pero no consiguen con las esposas la realización sexual que experimentan con las otras. Asuntos nuevos, que rompen viejas creencias, y que exigen soluciones nuevas. Tema para la psicoterapia dinámica y oportunidad para mayor evolución emocional e incluso moral. Otras veces son las mujeres las que no saben si dejar su exitosa carrera porque temen perder a sus maridos, que podrían sentir envidia e inseguridad con el avance de ellas. ¡Cuántos asuntos pueden atormentar el alma! Está claro que estos temas tienen que ver con lo social, pero no con la sociedad actual, sino con lo que era la vida familiar hasta hace algunas décadas, de modo que, más que nada, forman parte de nuestras creencias, importante ingrediente de nuestra subjetividad.
Los dilemas de orden sentimental ocupan un espacio importantísimo en nuestra alma. Nos da miedo ligarnos muy intensamente a las personas, al tiempo que tememos quedarnos solos. Nos apetece llevarnos bien con nuestra pareja, sin embargo parece que nos irritamos particularmente con sus defectos – como si no pudiese tenerlos; es más, llamamos defectos a aquello que es diferente de lo que somos, de modo que nos colocamos como referencia de perfección. Lo más curioso es que hemos elegido a esa persona precisamente por ser como es; de modo que sus defectos nos convenían porque garantizaban determinado distanciamiento, un encaje imperfecto que resolvía otros miedos relacionados con la plena fusión. Los adolescentes siempre se interesan por aquellos que no están interesados en ellos; tal proceder no raramente se extiende a lo largo de la vida, especialmente en mujeres que, a lo que todo indica, no quieren casarse, pero no aceptan que esa sea su verdad íntima. O sea, muchas veces nos equivocamos respecto de nuestras propias intenciones, de modo que una buena forma de saber lo que exactamente queremos, es verificar qué es lo que, de hecho, estamos haciendo y no tanto aquello que estamos pensando o deseando.Me gustaría resaltar todavía más cierta cuestión, extremadamente frecuente, entre tantas otras que podría señalar. Es lo que se denomina hipocondría, o sea, un miedo crónico e indebido a las enfermedades. El miedo es indebido porque la persona ya ha estado consultando con varios médicos y no se ha convencido de que no es portadora de enfermedad alguna. Insiste en que se encuentra mal, que siente dolores en el pecho, mareos, sensación de desmayo inminente, palpitaciones, extrasístoles, fortísimos dolores de estómago, diarrea y todo lo demás que podríamos sentir cuando estamos en pánico. Lo curioso e importante a observar acerca de estos casos es que tales personas nunca están efectivamente enfermas - es más, si pasan por algún problema físico efectivo, inmediatamente dejan de quejarse de los síntomas propios de la hipocondría. El estudio del historial de vida de estas personas no da indicios de que la hipocondría se deba a causas previas, ni siquiera se explica en virtud de conflictos o dramas que estén viviendo actualmente. La regla es que el individuo se convierte en hipocondríaco en algún momento de su vida. Esto es importante para que reflexionemos que nuestra alma puede desequilibrarse también por motivos positivos, lo que no creo ocurra con el cuerpo. Nos asustamos cuando estamos muy bien, muy felices. Ya he dicho que parece que esto atrae algún tipo de tragedia, que provoca la ira de los dioses y la envidia de los humanos. ¿Y qué hacemos? Destruimos, por cuenta propia, buena parte de nuestra felicidad mediante la producción de síntomas desagradables y del miedo terrible de que vamos a morir en breve. El mecanismo forma parte de lo que denomino miedo a la felicidad, que es uno de los componentes a considerar siempre al encontrarnos frente a cuestiones relacionadas con el alma. Tenemos miedo porque no poseemos control sobre las variables fundamentales de nuestra vida y es esencial que aprendamos a posicionarnos con humildad ante ese hecho. Tenemos que aprender a lidiar mejor con la real condición humana, de desamparo y también de relativa insignificancia. Estos son grandes problemas para el alma y algunos de los temas fundamentales para los psicoterapeutas en su vertiente psicodinámica.
Reafirmo la importancia, en todos los casos de psicoterapia psicodinámica, de que intentemos enfocar una meta definida a perseguir. En el caso de las fobias y otras cuestiones relacionadas con el cuerpo, el objetivo es claro y se muestra por sí mismo. En los demás casos, es preciso enfocar, bien la cuestión de la autoestima, o el dilema moral y la necesidad de superar nuestro punto de vista para poder dar solución a aquel determinado problema práctico, bien el miedo a la felicidad, la dócil aceptación de que es cierto que no tenemos control sobre las variables fundamentales, y así sucesivamente.
Cualquier avance en una de las áreas suele expandirse a las otras. Aquella que más se beneficia de cualquier avance íntimo es la de las relaciones interpersonales. El trato con los "otros" mejora siempre que estamos mejor con nosotros mismos, a no ser en aquellos pocos casos en que el problema fundamental tiene que ver con eso - críos que han sido rechazados por compañeros en el colegio por ser distintos de la media, extranjeros que cambian de país y tienen dificultades con el nuevo idioma, etc.