Ya he registrado el impacto negativo sobre las chicas jóvenes y sin experiencia, sedientas de un lugar al sol en el juego erótico que se establece entre ellas por la conquista de los muchachos más disputados, producido por las imágenes de modelos y símbolos sexuales femeninos, altas y delgadísimas. Es ínfima la proporción de chicas que naturalmente se aproximan a ese modelo, hoy considerado ideal – sí, porque hasta hace pocas décadas la mujer atrayente era aquella cuyas formas se realzaban, lo cual implicaba un 10% de peso más que hoy; y ya ha sido mucho más. El peso ideal y la apariencia física más atrayente son definidos por la cultura, según criterios variados, que van desde signos de prosperidad, pasando por cuanto se cree bueno para la salud, y acercándose a los intereses comerciales de la industria de ropa y cosméticos en general.
El caso es que las chicas que no se ajustan al patrón – casi todas – se sienten muy mal, en plano de inferioridad y menos atractivas, aunque despierten el interés de buen número de muchachos. Todas ellas desearían ser las más bellas, sin darse cuenta de que eso es imposible y no tan relevante. Pero quien charla con una adolescente sabe que nada es más importante que estar en sintonía con lo que piensan sus iguales y con el modo que tienen de comportarse. Siendo así, prácticamente todas las jóvenes pasan a hacer dietas con el propósito de perder peso y ajustarse al patrón actual. Cuando no consiguen el grado de sacrificio necesario, pasan a vomitar después de las refecciones o siempre que comen algo “prohibido”. Otras se sienten encantadas con el poder que desarrollan para dominar su apetito, de modo que prácticamente no se alimentan durante días seguidos. Se sienten orgullosas con su disciplina y fuerza de voluntad y esto se convierte en lo más importante. Pasan a perder peso indefinidamente, poniéndose mustias y enfermas. Desarrollan un cuadro difícil de revertir, pues acaban “encantadas” con su competencia para ayunar.
El tratamiento, en estos casos cada vez más frecuentes y complejos, pasa por una fase cognitiva, en la cual es preciso explicar que están entendiendo mal las “órdenes” que vienen recibiendo desde fuera, que no todo se debe obedecer al pie de la letra, que no existen represalias para los que desobedecen a ese tipo de solicitación de los medios. A continuación se pasa a una fase dinámica e interpretativa de las cuestiones relativas a la vida afectiva, necesidad de ser aceptado por el grupo, deseo de éxito social, especialmente con el sexo opuesto, necesidad de auto-afirmación y tantas otras cuestiones básicas para quien está iniciando la vida adulta. En los casos más graves, en especial la anorexia nerviosa, es necesario el internamiento en hospital, alimentación por vía intra-venosa y medicación antidepresiva para deshacer este cuadro que más parece un trastorno obsesivo. En el caso de la bulimia, suele ser más fácil alcanzar buenos resultados, pero la experiencia enseña que hay fuerte tendencia a reincidir: cada vez que la chica engorda un poco más, vuelve a vomitar. Es como si hubiese aprendido a “trampear” en el juego de las calorías. El tratamiento debe, por veces, extenderse un poco más, precisamente para tratar ese aspecto “moral”. También hay necesidad de un trabajo de alineación del comportamiento, ligado a la modificación definitiva de los hábitos de alimentación. Ya lo he dicho y lo repito, que establecer asociaciones y crear hábitos es muy fácil. Deshacerlos es tarea difícil y llena de dificultades. No por ello debemos acomodarnos o dejar de empeñarnos al máximo en el sentido de ayudar al paciente a alterar todos sus hábitos inadecuados.
Otro tipo de dificultad, esencialmente masculina, es la que se refiere al pleno ejercicio de la función sexual, precisamente en virtud de sentirse ellos excesivamente exigidos en esa área. Hemos escuchado, desde siempre, que un hombre de verdad no rehúsa situaciones eróticas, que no siente miedo ni evita a una mujer en hipótesis alguna, que deberá ser capaz de tener no sé cuántas relaciones seguidas, y así sucesivamente. En fin, hemos crecido con la idea grosera de que “cuanto más mejor” y que jamás deberíamos decir “no” a una mujer. ¡Eso sería cosa de maricas! Véase la situación de los hombres, especialmente los más delicados: tienen que desempeñarse siempre según la expectativa que el medio social alberga respecto de ellos; lo peor es que no siempre lo consiguen. Entonces, fracasan. La sensación es desastrosa y terrible. En cualquier otra situación, aunque sea más adecuada, el pavor de nuevos fracasos pasa a perseguir a aquel que un día ha fracasado – es increíble, pero el hombre cuando en determinada situación específica no consigue mantener la erección y consumar la relación sexual, generaliza su experiencia y su ansiedad, de modo que pasa a dudar sistemáticamente de su virilidad.
Ocurre que el miedo de fracasar se convierte en la principal causa de nuevos fracasos. Sí, porque el hombre va a cada relación ansioso y con miedo, lo cual produce vasoconstricción, lo opuesto de lo necesario para que tenga lugar la erección. Si no consigue reducir la ansiedad, lo cual depende mucho del comportamiento de la mujer con la que está, no conseguirá mantener la relación normal otra vez. Eso puede convertirse en rutina y la dificultad tiende a crecer. Estos hombres tienen una erección normal cuando duermen, cuando están manteniendo intimidades con una mujer lejos de la situación de tener que ir a la cama – en un baile, por ejemplo. O sea, no se necesitan exámenes urológicos para saber que están físicamente bien. Técnicas conductistas variadas, desarrolladas desde finales de los años 60 a partir de los trabajos de Masters y Johnson, son muy eficientes para reducir la ansiedad asociada a la situación erótica y recrear condiciones positivas para el ejercicio de esa función. Pasan por pedir al hombre que tenga una compañera cooperadora, con quien pueda reaprender – o aprender – a estar en la cama sin sentirse obligado a nada – según el caso, conviene prohibirle el ir más allá de ciertas caricias más superficiales, lo cual le proporcionará más calma todavía – hasta que sea capaz de recuperar la serenidad y la confianza en sí mismo.Hoy en día las personas se han venido valiendo de medicamentos tipo Viagra, vasodilatadores de la región peniana, que ayudarían a mantener la erección, ya que actúan en la dirección opuesta a la ansiedad y al miedo. Esto ha substituido las técnicas de tipo conductista, con la desventaja de que la persona tiende a tornarse un tanto dependiente de la medicación. Ahí es donde entra como elemento fundamental, cuando menos desde mi punto de vista, la psicoterapia dinámica, que conduciría al paciente a trabajar esa terrible e indebida dependencia, presente en la gran mayoría de los hombres, de su competencia sexual. O sea, no tiene cabimiento que nuestra autoestima y orgullo personal se encuentren vinculados a nuestro desempeño sexual. Eso, como mínimo, hace a los hombres extremadamente débiles ante las mujeres; más precisamente, muestra la debilidad que sentimos respecto de ellas, cuestión que es uno de los temas de la psicoterapia. Una postura nueva, más independiente y menos preocupada con el desempeño y con el juego de poder entre sexos, es indispensable para la resolución de esa dificultad a largo plazo.
De una forma general, podemos decir que aquí, como en tantos otros tipos de problemas descritos, los medicamentos tienden a sustituir las terapias de comportamiento. En lo que se refiere a la psicoterapia de carácter dinámico, ésta me parece cada vez más necesaria e insustituible, especialmente cuando se pretende consolidar resultados a largo plazo así como extraer lecciones más profundas y definitivas de los sufrimientos que la vida nos impone.
El medio social ejerce bastante influencia en la formación de una personalidad predispuesta a la homosexualidad masculina. A medida que vivimos en un medio que considera como parte de la virilidad que el niño sea portador de cierta dosis de agresividad y de competencia para devolver la ofensa cuando es objeto de ironías y juegos violentos, esa misma sociedad hace que aquellos niños delicados y miedosos, más sensibles y menos competentes para situaciones agresivas, crezcan con dudas acerca de su virilidad, poniéndoles motes que indican su futura predisposición homosexual. Llegan a la pubertad inseguros, temerosos de fracasar. Si esto sucediese, o incluso si el miedo llegase a ser mayor que el coraje para abordar a una mujer, el muchacho no tendrá más dudas: ¡es homosexual! Todavía más si es guapo y se da cuenta de que es deseado por hombres mayores que él y ya encaminados en esa dirección. Se trata de otro caso más en que la profecía parece auto-realizarse. Enfocada la homosexualidad desde este punto de vista, está claro que considero posible tratarla; eso para aquellos que efectivamente así lo deseen.
Otros innumerables problemas emocionales se derivan de presiones sociales relacionadas con el cumplimiento de un patrón medio que no sirve para todos. Los que son más bajos que lo usual de la población son objeto de ironías y bromas desde pequeños, condición incómoda y humillante. Intentan disimular la violencia con que sienten el golpe y tienden a transformarse en adultos resentidos, vengativos y muy ambiciosos. Lo mismo ocurre con los que son más gordos, más altos, que tienen los cabellos de un tipo que no se encuentra entre los corrientes, los que hablan con la lengua presa, etc. Las presiones son tantas y tan variadas que los sentimientos de inferioridad pueden ser considerados como universales. Éstos son los responsables por serias dificultades de socialización que se manifiestan en muchos de los que no han podido ser capaces de encontrar mejor solución para su dolor moral: tienden a ser retraídos y a proceder como rechazados por anticipación, otra profecía que se auto-realiza, ya que el que se pone así a la defensiva aparece a los ojos de los “otros” como arrogante y pretencioso, lo cual despierta sentimientos negativos.
Muchos se vuelven extraordinariamente tímidos, siempre considerando que no van a agradar y que su presencia será tenida como una contrariedad por las demás personas. Intentan ocupar el mínimo espacio posible y se retraen, lo cual determina reacciones poco simpáticas por parte de los interlocutores; a su vez, esto refuerza su postura cada vez más defensiva. Los tratamientos en esos casos tienen que ser del tipo psicodinámico, intentando, a través de la propia vivencia terapéutica, alterar el punto de vista de la persona respecto de sí misma. La psicoterapia habrá de ser una “experiencia emocional correctiva”, para utilizar la expresión de F. Alexander: el paciente va a comportarse tal como es, mostrarse como, de hecho, es, y percibirá que puede despertar sentimientos positivos sinceros por parte del terapeuta. Vivencias de ese tipo neutralizan y desorganizan puntos de vista cristalizados en la subjetividad del paciente. Por cierto, todos los procedimientos terapéuticos deberían contener, entre sus varios ingredientes, ese de que el individuo se sienta aceptado y respetado tal y como efectivamente es. Esto solamente podrá ocurrir si el terapeuta no es una persona crítica ni se erige en juez.
La timidez radical es, por veces, fenómeno más complejo, al encubrir dificultades específicas del área sexual o incluso al formar parte de un tipo de personalidad denominada esquizoide, en la cual las dificultades de comunicación derivan de supuestas alteraciones cerebrales de carácter genético. No son frecuentes y se escapan a los objetivos de este trabajo, toda vez que no podrían ser tratadas a no ser por psicoterapias sin plazo definido, además de eventual acompañamiento medicamentoso. Cuando existen causas definidas ocultas tras las dificultades de convivencia social, conviene tratarlas en primer lugar, para ver si la inhibición en el trato con las demás personas no se disuelve por sí.