Una de ellas fue la de un crío de 9 años. Llegó acompañado de su madre, durante un trabajo de cirugía espiritual. Le dije que no había necesidad de traer al niño, pero aun así me pidió que lo viese, pues ya no sabía qué hacer. Lo miré y era impresionante. Ojos almendrados, firmes y fijos en mí, frente alta, cuerpo larguirucho. Lo observé durante algunos instantes y llamé a la madre aparte, diciéndole: “No sé cómo reaccionará usted a esto que voy a contarle... Su hijo es un extraterrestre.”
Ella se puso a llorar y mirándome exclamó: - “¡¡¡Gracias a Dios que alguien lo ha visto!!!”
Me contó, rápidamente, que su hijo, desde los 6 años, le decía que no era de aquí, que este planeta no le gustaba por ser atrasado. Remató contando que él había amenazado muchas veces con suicidarse. El parto había sido muy difícil, pues había tenido que afrontar un principio de convulsión, o eclampsia, como se dice en patología. Su tensión había llegado a 21, sin que los médicos pudiesen hacer nada. No sabía cómo había sobrevivido.
Le di una cita en aquella semana para atenderla y le pedí que no trajese al crío. En ese encuentro acabé de conocer toda la situación. Su hijo había venido a cumplir una encarnación en la Tierra, como punición por un estrago que había hecho en su planeta. Él había intentado no nacer y no construyó proyecto alguno para esa encarnación. Por ello no participaba en nada en la escuela, diciendo siempre a su madre que nadie tenía nada para enseñarle. La madre una vez hizo una prueba con él. Tomó un libro y empezó a leer. Como el niño estaba de frente para ella y por consiguiente veía el libro por la parte de atrás, no podía leerlo. Pero eso no fue lo que ocurrió; el chico continuó leyendo lo que la madre visualizaba en pensamiento. Todas las pruebas de encefalograma daban estado alfa. No hemos tenido dudas. El chaval tenía capacidades psíquicas mucho mayores que cualquier crío de aquí de la Tierra. El problema era conseguir que él hiciese un proyecto. Sin proyecto, parecía un presidiario que sale para tomar el sol, apático y sin esperanza. Pasé a la segunda etapa. Negociar con los guardianes que le acompañaban. Ellos se presentaron, captados por mi videncia, como “carceleros” que allí estaban para garantizar que él no se suicidaría. Habían sido ellos, incluso, los que habían salvado a la madre con ocasión de su nacimiento.
Una vez aceptada la negociación, le pedí que trajese al niño. Fue la conversación más surrealista que he tenido con un crío de 9 años. Empecé hablando que nosotros los de la Tierra necesitábamos de su conocimiento, pues su planeta de origen era bastante avanzado tecnológicamente y también espiritualmente. Él prontamente asintió. Le pedí que hiciese un proyecto de encarnación y le hice un ‘renacimiento’. A partir de entonces empezó a colaborar.
Confesó a la madre: “Ya que no queda más remedio, enséñame acerca de este sistema solar. Quiero conocer los planetas y como funciona todo por aquí.” La madre me telefoneaba contando los avances y los descubrimientos. Sentía más confianza en sí misma por saber cómo lidiar mejor con la situación. Una vez me contó que, estando su hijo reticente a bañarse, ella le dijo: “Vas a tener que bañarte y cepillar los dientes. ¡Si en tu planeta no se hace eso, aquí sí!”
Hoy viven en el interior de Minas Gerais y, a lo que parece, están adaptados.
El segundo caso fue el de un joven
Este fue muy difícil. Su madre ya llevaba ocho años de búsqueda, intentando comprender lo que había ocurrido con su hijo. Cada vez empeoraba más. Hasta los 14 años era normal, con una vida normal. Cuando cumplió los 14 años, empezaron los síntomas. Agresividad, ausencia, tentativas de suicidio, mucho sarcasmo, conversación en 3ª persona. Ya no se comunicaba bien con nadie. Intentó acuchillar a su hermano y prendió fuego a la casa.
Empecé la investigación del caso a través de su madre.
Ella venía y yo retiraba muchos obsesores. Nada cambiaba. Fue entonces cuando mi computador empezó a fallar diariamente. Venía el técnico y nada encontraba. Cierto día, en un rincón de la sala donde yo atendía, apareció una figura extraña, que me dijo que era él quien estaba estropeando mi computador. Le pregunté por qué. En seguida me dijo que aquella persona a quien yo me empeñaba en tratar era un fugitivo que no había tenido siquiera la decencia de quedarse en su planeta para ser juzgado. Le pregunté entonces de qué se le acusaba. Él me lo mostró. Fue una visión terrible. Un planeta todo transformado, genéticamente.
Aquel joven, hijo de aquella tierna señora sentada ante mí, había consumado un estrago genético en su planeta de origen, mezclando genes de seres que allí habitaban, con los de sus animales representantes. Y ahora lo habían encontrado. Ese ser extraterrestre estaba haciendo que todos los perjudicados de su planeta se pusiesen a obsederle frenéticamente.
Intenté argumentar que atormentarlo no serviría de nada. Que si ellos estaban de acuerdo, aunque para ello deberían dejar de obsederlo, yo me comprometía a acompañar el caso. Y tan pronto él recuperase su sanidad, ciertamente, al dormir, colaboraría con ellos en su planeta.
Acuerdo firmado, acuerdo cumplido. El muchacho, que tomaba 5 medicamentos diarios, de los de franja negra, por primera vez en 8 años había amanecido calmo. La madre, por cuenta propia, empezó, despacio, a retirarle los medicamentos. Lo habíamos ‘renacido’. Solamente faltaba su colaboración durante la noche, como habíamos acordado con el verdugo. Ese fue el problema. Era un espíritu muy rebelde. Hemos tenido que comenzar un trabajo de adoctrinamiento mediante apometría, que se llevó a cabo en otro lugar, recomendado por mí. Mientras escribía este artículo, su hermana me telefoneó para darme noticias de él. Ya viaja con la familia, conversa, dice que está adaptándose... Qué bueno, han sido 5 años de lucha. Su familia no desistió en ningún momento. Punto para ella. Punto para él, punto para nosotros.