El ser humano lucha para diferenciarse y distinguirse del todo en la búsqueda de sentido y reconocimiento de una identidad propia (Yo), pero la paradoja es que sufre con la sensación de no formar parte de ese todo, de no ser “igual” a los otros y, por tanto, muchas veces se siente inferior e inadecuado.
Como seres humanos somos todos iguales. Llevamos en nosotros igualmente la herencia genética y psicológica del desarrollo filogenético. Por tanto, la posibilidad de expresión de esta herencia es infinita.
Lo que nos distingue en cuanto individuos son las “proporciones” con que expresamos esta herencia, por eso cada individuo es uno y único. En consecuencia de ello, nuestra vida no es más que la expresión de quiénes somos.
Si vives una vida que consideras no buena, fíjate en tu “cuota” de participación en ella y percibe cuánto y cómo te posicionas. ¿Cuánto derecho te concedes a expresar lo que piensas y sientes realmente?
El auto-perdón se encaja ahí: en la capacidad de auto-aceptación. Aceptar que la forma de expresar el ser humano que somos no es ni acertada ni equivocada, sino única.
El auto-perdón nada tiene que ver con la auto-condescendencia.
La auto-condescendencia tiene una pizca de auto-piedad, pues la persona se “perdona” diciendo así: “Ah, pero pobre de mí, yo no podía actuar de otro modo. ¡La culpa es del otro!”
En la auto-condescendencia la “culpa” de que determinada situación no saliese bien es del otro. Ha sido el otro el que no lo ha puesto fácil, el otro ha sido quien no tuvo buena voluntad, el otro era el que exigía demasiado... y así en adelante, en tu pseudo auto-perdón...
El auto-perdón es asumir quien eres: ni mejor ni peor que nadie. ¡No hay nada que enjuiciar!
Saber que has hecho lo mejor que te era posible en aquel momento. Consiste en decir lo que sientes y lo que piensas, por ser realmente lo que sientes y lo que piensas; concediéndote el derecho de tomar posición frente a las situaciones de tu propia vida.
Para que podamos compartir con el otro y con el mundo hemos de tener una noción clara de quiénes somos (auto-consciencia) y cuáles son nuestras necesidades físicas, intelectuales, espirituales y psicológicas para poder colocar quiénes somos de la forma más fiel posible y requisar lo que necesitamos del medio ambiente y de las personas.
Por ejemplo, si eres posesivo no sirve de nada hacerte el “tipo” liberal, porque la persona que esté contigo procederá libremente y tú no te sentirás feliz; tendrás normalmente crisis de celos incomprensibles para el otro, que tiene de ti una imagen y un discurso de “El liberal”.
Lo contrario también es verdadero. Si tú eres una persona que necesita de libertad no sirve de nada buscar relaciones que exijan gran comprometimiento, porque, seguramente, te sentirás prisionero y sofocado por las exigencias obvias que vendrán.
Al perdonarse, la persona deja de exigirse a si misma aquello que todavía no está preparada para dar, e igualmente deja de sentirse culpable por algunos “balones fuera” que echa.
Deja de auto-exigirse y de dar al otro o al mundo aquello que “considera” le están exigiendo. Es la liberación de la dictadura auto-impuesta que imaginamos proceder de fuera.
El proceso de auto-perdón empieza retirando los “deberías” y los “tendrías” de tu diccionario y de tu cotidiano. Has de decirte a ti mismo: “Yo tengo que... ¡nada!”, “Yo no debo hacer... ¡nada!” Aceptar que tienes necesidades físicas, intelectuales y emocionales distintas de las de otros; y más, aceptar que tienes todo el derecho a satisfacerlas, siempre, lógicamente, que no interfieras ni invadas los derechos del otro.
La ética no se aplica apenas en las relaciones interpersonales, sino también en la relación intrapersonal: si tú no respetas tus límites ni te perdonas por tenerlos, estás siendo anti-ético contigo mismo. ¿Cómo puede haber relaciones éticas en tu vida si no las tienes contigo mismo?
Ser diferente, muchas veces, se percibe como ser inferior e inadecuado y por tanto, muchas veces, las personas se avergüenzan de ser lo que son.
Por ello usan máscaras (que Jung denominó Personas), que consideramos aceptables porque queremos ser amados, y arrojamos al fondo de nosotros mismos a nuestro verdadero Yo.
Esa actitud se lleva por delante la auto-estima y el auto-valor, pues nunca conseguimos la real satisfacción proveniente del reconocimiento del otro sobre nuestro Yo verdadero, puesto que lo que conseguimos, como máximo, es una retroalimentación, positiva o negativa, sobre lo que mostramos, nuestra Persona.
De ahí proviene la eterna sensación de la falta de amor.
Esa sensación de falta de amor no es porque no se tenga el amor de las personas, sino porque no se tiene auto-amor, pues, por alguna razón, queremos ser perfectos y no nos perdonamos por no serlo. Por eso, auto-perdón tiene que ver con auto-aceptación.
Auto-perdón es vivir “de buenas” con uno mismo.
Maria Aparecida Diniz Bressani é psicóloga e psicoterapeuta Junguiana,
especializada em atendimento individual de jovens e adultos,
em seu consultório em São Paulo.