En la primera lección hemos verificado la necesidad de recordar los sueños y reconocer los sentimientos que han sido contemplados durante la noche, buceando así poco a poco en nuestro Gran Mar, el Inconsciente.
Cultivando siempre el propósito de mantenerte presente en todo lo que haces, procura estar 100% consciente de todo lo que ocurre dentro y fuera de ti. Presta especial atención a aquellas actividades cotidianas y rutinarias, interrumpiendo aquel modo automático con que te has acostumbrado a realizarlas.
El mejor medio de alcanzar ese estado de presencia es respirar de modo consciente. La respiración también se ha convertido en algo automático por ser un mecanismo instintivo de supervivencia. Sin embargo, hemos dejado de percibir lo mucho que se ha desviado de su forma natural, espontánea y saludable a causa de los condicionamientos a que nos hemos ido sujetando a lo largo de la vida.
¡Toda criatura recién nacida respira con mucha fluidez y es posible percibir la resonancia y reverberación que tiene lugar en su cuerpo en el simple acto de respirar! Esta es la mayor revelación de la perfecta integración entre el cuerpo y el espíritu que lo habita. Más adelante, sin embargo... con tantos “no” que le impiden desarrollar su propia potencialidad, y tanto distanciamiento de una vida natural y saludable, la criatura va perdiendo ese estado de unión, y la respiración se va restringiendo y condicionando a los bloqueos emocionales.
¡No es en vano que la principal herramienta en toda práctica de meditación es concentrar la atención en el acto de respirar! Meditar, al contrario de lo que muchos piensan, no significa abstraerse de los sentidos externos, sino sumergirse en las sensaciones corporales a partir de la observación atenta de la respiración, ¡manteniéndose presente en el aquí y ahora! Permaneciendo al 100% consciente de todo cuanto ocurre, interna y también externamente.
El objetivo de la meditación es la reducción significativa de las ondas mentales, porque el verdadero conocimiento se obtiene de forma directa y no a través de los procesos mentales. Los pensamientos reflejan nuestros puntos de vista, pero no revelan la verdad que se encuentra más allá, en la plena consciencia del SER.
Nosotros podemos desarrollar esta habilidad de respirar de manera consciente durante todo el tiempo, pero para disciplinar nuestra atención propongo que hagamos una práctica diaria de meditación de por lo menos 10 minutos:
Siéntate cómodamente, con la espalda erecta, hombros, cuello y cabeza relajados. Si fuese preciso, sírvete del respaldo de una silla, o siéntate en la postura del loto. Pon la atención en tu cuerpo, en la postura en que él se encuentra, siente el apoyo de las caderas y piernas que le sostienen. Siente la extensión de tu columna, desde el cóccix hasta la cabeza.
Pon entonces toda la atención en tu respiración, sintiendo cómo entra el aire por la nariz hasta colmar los pulmones. Percibe el breve instante antes de que el aire empiece a salir con la espiración, y después la sensación de estar sin aire en los pulmones, antes de volver a inspirar. No interfieras en este proceso, tan sólo observa. Mantén tu atención puesta en ese propósito durante algunos minutos más y si algún pensamiento desvía tu atención, vuelve al objetivo inicial. Tan sólo toma nota, haciendo el reconocimiento, sin juzgar, de todo cuanto sientas, bien en el plano físico – como las sensaciones que puedan surgir; bien en el plano emocional – sentimientos que puedan aflorar; o en el mental – pensamientos en los que no debes fijarte, sino dejarlos pasar, como nubes en el cielo.
La simple observación atenta es capaz de disolver las capas superficiales de nuestros conflictos y dificultades, conduciéndonos al conocimiento profundo de sus verdaderas raíces.