Ayer por la noche, cuando me fui a acostar, percibí que tenía en la mente la foto del surcoreano que conmocionó al mundo con su capacidad de odiar y expresar sus sentimientos de una forma particular.
Me senté en la cama, cerré los ojos, respiré calmamente y con una esponja imaginaria limpié esa escena de mi mente. Construí una nueva escena para ponerla en lugar de la otra. No tardé mucho en caer en el sueño. Y desperté bien temprano con un pájaro cantando en mi ventana.
Somnolienta, me desperecé, abrí las cortinas, empujé las contraventanas y un rayo de sol entró resplandeciente iluminando todo el espacio.
Sentí profundamente por las personas que no van a poder ver nacer este día.
Salí al jardín y noté que el árbol de romanas estaba cargadito de frutas verdecitas y, aun estando así de pesada, danzaba suavemente acunada por una brisa fresca que entraba por entre sus ramas.
En la mesita que está en el centro del parterre de rosas las drusas blanquitas funcionaban como reflectores de una clara luz que pasaba por aquel lugar. Sentí que la tierra respiraba calma y que de su útero generoso nacía una nueva oportunidad para todos nosotros, de reconocer nuestros errores y corregirlos.
Me senté en la hamaca y pensé calmamente:
- ¿Cómo voy a programar mi día? ¿Qué es lo que quiero atraer a mi vida, en esta mañana de abril en que el cielo insiste en ser azul, aunque no tenga al Mediterráneo para reflejarlo?
Deseé alegrías. Después creé una imagen en la cual yo al fin encontraba a la persona con la que necesitaba conversar para explicar que el malentendido surgido entre nosotros era fruto de mi incapacidad de, muchas veces, expresar mis sentimientos. Mi vicio emocional de querer agradar a las personas intentando señalar las armadillas que están en su camino y que, en realidad, están allí porque son necesarias para su crecimiento y nadie tiene que ir allá y desarmar la tal armadilla.
A continuación creé otra imagen en la que veía a mis hijos sonrientes y felices con sus familias, corriendo por un campo verde de armonía y paz. Aún con los ojos cerrados deseé que mi día estuviese facilitado por la compasión y la comprensión de todos cuantos se cruzasen en mi camino, incluso los conductores de autobús, las cajeras de los supermercados, la florista, el repartidor, los clientes y amigos que anduviesen por cerca en este día.
Sólo entonces me levanté y empecé mi día.
Bajando las escaleras recordé una charla a que he asistido esta semana en el Teatro de la PUC de São Paulo, nuestro querido Tuca de muchas historias, donde escuché del sensible y sabio conferenciante J. I .Leloup que podemos meditar sobre una imagen, una palabra, un poema. Y esta enseñanza ha sido como una clave para mí, que siempre había oído que meditar es una forma de alejar las imágenes. Descubrí con Leloup que meditar sobre una imagen puede ser también un camino que nos lleva hasta nuestro más profundo y nutridor silencio.
Entonces, antes de entrar en la rutina del día-a-día, me detuve, me senté, cerré los ojos, respiré profundamente soplando el aire hacia fuera y medité durante algunos minutos contemplando el rayo de sol que entró en mi cuarto esta mañana.
Para Leloup existe en todos nosotros el deseo de vivir una experiencia que nos dé paz. ¿Qué es lo que trae paz a tu vida?
Izabel Telles é terapeuta holística e sensitiva formada pelo American Institute for Mental Imagery de Nova Iorque. Tem três livros publicados: "O outro lado da alma", pela Axis Mundi, "Feche os olhos e veja" e "O livro das transformações" pela Editora Agora. Visite meu Instagram. Email: Visite o Site do Autor