Una diosa viva. Facilísimo de teclear. Casi imposible de comprender, tan occidental es mi forma de observar el mundo. Una diosa viva no parece una diosa, ni es un recuerdo contemporáneo de una divinidad, ni es una nueva reencarnación de un ser divino.
Una diosa viva, Es.
Así de sencillo. Difícil de comprender. Aún más cuando esa “diosa viva” es una niña, extraída con fórceps de la infancia, colocada en un trono, adornada con joyas, reverenciada como la reencarnación de una de las diosas más impresionantes del panteón hindú, Durga, “la que mata el león”, a quien los dioses han encargado enfrentar y derrotar a los demonios que amenazan el equilibrio del universo. La más poderosa de las “grandes-madres” del hinduismo.
El festival de Durga, Dashain, es denominado “la noche negra” y es una de las más importantes manifestaciones religiosas de Nepal. Es durante una de esas celebraciones cuando la “diosa viva”, la Kumari, es elegida, y su coraje, puesto a prueba.
Kumari, en el idioma de Nepal, quiere decir virgen, niña-virgen. En Nepal, donde hinduistas y budistas conviven desde hace siglos, esas niñas-vírgenes son elegidas entre la población budista, alrededor de los cuatro años. Su vida como kumaris es corta: en cuanto menstrúan o tan pronto manifiesten cualquier signo de “mortalidad”, como alguna enfermedad o herida que implique mucha pérdida de sangre, son destituidas de su cargo divino y vuelven a ser niñas corrientes. Pero con una pequeñísima diferencia: casarse con una ex kumari da mala suerte.
Ahora, detente a pensar en lo muy importante que es el matrimonio de las niñas para las familias en la India. Y ahora ya se puede imaginar que el destino de una ex kumari adulta puede estar hecho de soledad o de miseria...
Pero esto no debe entristecernos todavía, porque el gobierno de Nepal anda tomando medidas para garantizar a las niñas-diosas su quiñón de felicidad mortal.
El Nepal, por cierto, es una región prácticamente ‘multi todo’: multicultural, multireligiosa, multiétnica. La mayoría de la población es hinduista o budista. Tanto unos como otros, aunque de formas distintas, dan culto a una infinidad de dioses y diosas, encarnaciones y manifestaciones de las fuerzas divinas, reverenciadas y adoradas bajo la forma de estatuas, imágenes, pinturas... y “diosas vivas”, las kumaris.
El culto a las kumaris es común en el valle de Katmandú, donde cada ciudad posee su propia niña diosa, seleccionada entre las chiquillas de 4 y 5 años de la casta “shakya”, una de las más bajas y, por tanto, más pobres de la región. Para ser elegida por los sacerdotes encargados del ritual, la niña habrá de poseer los 32 atributos de la perfección, originalmente asociados a la diosa Durga cuando era, ella misma, una niña: salud perfecta, cuerpo sin marcas, ojos negros, grandes y expresivos, dientes impecables, voz aterciopelada, brazos largos, cabellos negros, brillantes y lisos, pies y manos delicados.
Pero no basta con ser bella. La chiquilla habrá de demostrar desde el principio su valentía y una imperturbable serenidad. A la luz de las velas, en la “noche oscura”, la niña habrá de mantenerse impasible ante los danzarines con máscaras monstruosas o disfrazados de leones que intentan amedrentarla. Tan sólo las que resisten sin pestañear son consideradas encarnaciones verdaderas de la diosa y pueden sentarse en el trono de ésta, decorado con gigantescas figuras de leones.
El poder de esas niñas es al mismo tiempo inmenso y ninguno. Son las encargadas de bendecir anualmente al propio rey de Nepal y, dicen, sus pies nunca pueden tocar el suelo, sino tan sólo andar sobre alfombras rojas. Por otro lado, no pueden alejarse de Nepal, ni convivir con las niñas de su edad y viven en los templos, entre ceremonias y rituales.
Pero ¿qué ocurre si la kumari rehúsa desempeñar su papel?
Sajani Shakya, kumari de Bhaktapur, se ha jubilado, leo en los periódicos. Con 11 años, la niña, que ya había provocado la indignación de los sacerdotes por haber viajado a los EUA, donde fue el personaje principal de un documental, decidió volver a su vida normal.
¿Será? Según la BBC, de Londres, el padre de Sajan parece preferir que su hija participe de otro ritual: un matrimonio simbólico que aseguraría fertilidad a la joven y un destino menos solitario. Pero para ello habrá de “desvestirse” de su divinidad.
“Cuando deje de ser diosa, quiero ser fotógrafa”, habría dicho la niña-diosa. Ojalá. ¡Buena suerte, pequeña diosa!
Asiste al trailer del documental “Living Goddess”, sobre las niñas divinas del Himalaya.
Adília Belotti é jornalista e mãe de quatro filhos e também é colunista do Somos Todos UM. Sou apaixonada por livros, pelas idéias, pelas pessoas, não necessariamente nesta ordem...
Em 2006 lançou seu primeiro livro Toques da Alma. Email: [email protected] Visite o Site do Autor