Ya he comentado anteriormente que tenemos un mapa de la realidad, que es nuestra manera específica de comprender el mundo que nos rodea. De modo análogo a un mapa cartográfico, que representa el territorio pero no lo es, cuanto más rico, detallado y lleno de alternativas sea nuestro mapa interior, más nos permitirá orientarnos bien y alcanzar nuestros objetivos, llegando al lugar deseado.
Si los mapas interiores son personales y únicos, ¿cómo queda la cuestión de la comunicación? ¿Cómo lograr que nuestro mensaje llegue a la otra persona, sea inteligible y forme sentido para ella? Comprendamos en primer lugar cómo ese mapa se presenta para nosotros mismos.
Antes, haz una pequeña experiencia: piensa en una situación muy agradable que hayas vivido – puede ser reciente o bien antigua. ¿Lo has recordado? Ahora contesta: ¿cómo sabes que en este momento estás pensando en ese episodio específico y no en otro?
Respuesta: vas a notar que hay una imagen interna que representa esta experiencia – no necesariamente toda la situación, sino destellos, fotos o una película corta en tu mente, con imágenes significativas de aquella circunstancia. Junto a la imagen vienen también sonidos – del mundo externo (como voces, música o el murmullo del mar, por ejemplo) o interno (el sonido de tu propia voz comentando algo sobre esa escena). A veces, el sonido es el del silencio. Y también están presentes en esa representación algunas sensaciones… En ese ejemplo nuestro, éstas deben ser agradables, porque es lo que te he pedido que selecciones. Todas nuestras experiencias internas tienen los tres componentes: visual, auditivo y sinestésico (palabra que se refiere a las sensaciones táctiles, olfativas y gustativas). Estos aspectos se denominan sistemas de representaciones.
Pese a que todos tenemos registros de las situaciones vividas e imaginadas (¡tenemos memorias de futuro también!) en todos esos sistemas, muchas personas tienen cierta tendencia hacia uno o dos de ellos. Algunas se ligan más a los aspectos visuales, otras a los auditivos o incluso a los sinestésicos. Esa preferencia (que no es consciente o intencional y se desarrolla a lo largo de la vida) se manifiesta en diversas áreas: en el modo de comunicarnos, en la manera de organizar nuestro trabajo, etc.
Las personas más orientadas hacia lo visual, cuando van a comprar una prenda de ropa, por ejemplo, dan más importancia al color y a la apariencia, mientras que para una sinestésica la textura es fundamental. Para alguien más inclinado hacia lo auditivo, tiene más impacto escuchar una declaración de amor que leer las mismas palabras en un mensajito enamorado. Un par de tenis tirado en medio del salón, que al sinestésico no le molesta, puede “enloquecer” a una persona visual.
Muchos conflictos de relación suceden por el hecho de que las personas tienen sistemas preferenciales distintos. Imagina una pareja en que la mujer sea más visual y el marido sinestésico, que van a celebrar, con una cena íntima en casa, su aniversario de bodas. La mujer ciertamente va a disponer un escenario primoroso, con la vajilla bonita (la de diario ¡nunca!), flores, velas, ropa especial e incluso lucirá un nuevo corte de cabello. El marido (sinestésico), al llegar viene desabrochando el cuello de la camisa y aflojando la corbata, pues, para una persona así, estar cómodo es muy importante. Tira la cartera y la chaqueta encima del sofá, abraza afectuosamente a su mujer, le acaricia la cabeza y ni siquiera comenta el nuevo peinado y la ropa elegante – probablemente ni siquiera se ha dado cuenta. Además se ha olvidado de traer un regalito (recuerda que para una persona visual es importante VER algo). En ese momento la mujer puede estar empezando a mirar la perspectiva de la cena como algo no muy brillante y el marido a sentirse incómodo al percibir la frialdad en la compañera. A estas alturas, él se va a la ducha, dejando el cuarto de baño de aquella manera – la toalla tirada, charcos de agua por el suelo – y se pone ropa cómoda: bermudas, camiseta y chinelas. Cuando llama a la mujer para estar juntos, ella está desesperada, intentando poner orden en el desbarajuste que le causa aflicción.
Ese tipo de situaciones lleva a las personas, por el hecho de no conocer las preferencias de sistemas, a interpretar el comportamiento del otro como falta de respeto y desatención (ya le he pedido tantas veces que recoja la chaqueta en la habitación, no hace ningún caso a lo que le pido) o como manía de limpieza y falta de cariño (¡en vez de estar conmigo, prefiere ordenar el cuarto de baño!) y así ocurren los desentendimientos que podrían haberse contornado si cada cual supiese que el comportamiento del cónyuge está dirigido por el sistema de representaciones que más desarrollado tiene.
Aquí es importantísimo poner cuidado para que la preferencia en el sistema de representaciones no se convierta en un rótulo. Una persona NO es visual, sino que ESTÁ operando visualmente en determinado momento. Aunque esto lo haga el 80% de las veces, es fundamental poder identificar cómo está en el momento en que nos comunicamos, y no llevar la relación con la idea de que ella es – y siempre lo será – visual.
Otra información básica: los sistemas de representaciones pueden desarrollarse, y está muy bien que sea así. Ayudan en la comunicación y permiten que aprovechemos más del mundo que nos rodea.