5. En busca de lo que realmente es lo femenino - parte final
Habríamos avanzado mucho en la comprensión de lo que pueda ser lo femenino si pudiésemos comprender mejor la relación de las mujeres con la maternidad, cuyas observaciones iniciales he intentado esbozar en el capítulo anterior. ¿Por qué la gran mayoría de ellas sigue deseando tanto tener hijos? Es preciso pensar sobre esa cuestión y no simplemente darle respuestas obvias. Tener o no hijos define dos caminos muy distintos para las mujeres, ya que la maternidad implica, para las moralmente mejor formadas, pesados sacrificios en lo que atañe a los proyectos personales. Como ya tienen, según creo, una dificultad mayor en dar un sentido, en definir una meta para sus vidas, acaban por tener que renunciar a sus ya flojos proyectos en virtud de convertirse en madres. Esto no sería triste si no se arrepintiesen más tarde, si no se sintiesen perjudicadas en los objetivos personales que tantas defienden con tan poco énfasis. Tener un hijo conlleva una serie de gratificaciones, satisfacciones y también muchas limitaciones, que siempre serán mayores para las mujeres que para los hombres. Así, jamás deberían tener un hijo con la intención de agradar - y mucho menos de sujetar - al hombre. La carga acabaría siendo para ella y el compromiso derivado de haber generado una vida es serio, de modo que no puede ser abandonado en caso de arrepentimiento.
Como ellas tienen, ciertamente por varias razones además de las que arriba he registrado, una mayor dificultad en dar un rumbo firme a su vida individual, acaban por "diluirse" y "adherirse" al proyecto de los hombres con los cuales están viviendo. La idea es interesante y puede hacer que la pareja se una más intensamente, ahora además en busca de objetivos en común. Pero sucede que son muchas las veces que la alianza amorosa se rompe, en cuya condición las mujeres se resienten doblemente: ¡pierden el compañero y también el proyecto de vida! Además, no es imposible que los hombres hagan, de repente, alteraciones en sus proyectos, y que tales cambios no coincidan con los puntos de vista de sus mujeres. ¿Qué hacer? ¿Cómo continuar apoyando un proyecto con el cual no están conformes? Situaciones difíciles de ese tipo podrían muy bien no existir si ellas hubiesen construido proyectos individuales.
Claro que la existencia de tales proyectos limita sus posibilidades afectivas, toda vez que la falta de rumbo permite el acoplamiento, al menos teóricamente, a un sin-número de parejas. Es como si la mujer se mantuviese indiferenciada, esperando a saber quién será su compañero; a partir de ahí, se definirá en función de él. La razón de esto sería el énfasis dado al amor, prioridad sobre el proyecto y la realización individual. Tal vez exista también un miedo relacionado con la postura inversa: mujeres muy determinadas profesionalmente serían menos interesantes para los hombres, de modo que el miedo a la soledad sería importante factor de la indefinición personal femenina. No existe situación similar en la psicología masculina. Por el contrario, los hombres temen no ser interesantes para las mujeres exactamente cuando no son muy bien definidos y triunfantes en el mundo del trabajo, que aquí está siendo tratado como sinónimo de proyecto personal.
En la práctica, las posibilidades afectivas ya son limitadas para todos nosotros. Esto si consideramos que las parejas que pretendan vivir en concordia deberán tener afinidades cotidianas de todo tipo, además de postura ética y proyectos convergentes. Siendo así, de nada sirve esa indefinición que las mujeres se proponen con el propósito de ampliar el "mercado matrimonial". Puede que se casen con más facilidad, pero lo mismo ocurrirá respecto del divorcio. Sí, porque los verdaderos puntos de vista y los anhelos de las mujeres querrán salir al exterior, de modo que, día más, día menos, surgirá el conflicto entre el deseo amoroso de fusión con el amado y el deseo de ser un individuo con proyecto personal definido. Sería interesante que las mujeres pensasen en esto desde el comienzo de sus vidas adultas, de modo que no imaginasen que el amor realmente soporta semejante renuncia; y aunque esto sea verdadero en algunos casos, es probable que acaben por sublevarse contra lo que ellas mismas han aceptado. Es evidente que sería más interesante que una mujer que haya elegido una determinada ruta para su vida venga a vincularse con un hombre que haya optado por un rumbo compatible y viceversa. O sea, es posible que, en el futuro, no lleguemos a vincularnos tan sólo porque nos amamos, sino además por pretender vivir el mismo tipo de vida y alcanzar los mismos objetivos.
Creo firmemente que todo ser humano tiene que empeñarse con más vigor exactamente en aquellos sectores de su subjetividad en que residen sus mayores dificultades. La cuestión del trabajo y del hallazgo de un rumbo definido y personal suele estar asociada, para la mayor parte de las mujeres, con grandes tensiones y con terribles contradicciones internas. Así, precisamente por ese camino debería dirigirse con gran firmeza la atención femenina, siempre teniendo por objeto superar las limitaciones, que no creo sean definitivas. Entre amor e individualidad hemos de encontrar un modo de quedarnos con los dos. No hay elección estable entre dos condiciones que anhelamos mucho. Es urgente, pues, que las mujeres dejen de contemplar el amor como prioridad sobre el hecho de poder ser ellas mismas, y existan como individuos además de miembros de una pareja. Y más: la forma de ejercer ella su individualidad no deberá ser idéntica a la del hombre ni tampoco tendrá que ser igual la relación de ambos sexos con el trabajo. La búsqueda de lo que sea un modo de ser - y de participar en la vida - genuinamente femenino es tarea que solamente ellas podrán cumplir. Cuanto mejor sepamos qué es lo que efectivamente desean para si, tanto más felices serán ellas, como bien encaminada la mejoría de las relaciones entre los sexos. Estar bien con uno mismo es requisito indispensable para establecer relaciones menos agresivas y más consistentes.
Al tratar la cuestión de la identidad, para el caso, la femenina, insisto siempre en ser prolijo respecto del trabajo, porque éste compone, juntamente con el amor y las complejas peculiaridades de nuestra sexualidad, el trípode básico de nuestra vida íntima. Existen innumerables otros aspectos que podrían ser abordados, también de gran importancia, pero que no caben en el contexto de este ensayo. Lo más corriente es que las personas tomen un rumbo en sus vidas a través del trabajo, entendido como actividad productiva y útil para la comunidad. En verdad, no es tan sólo a eso exactamente a lo que intento referirme. Pienso en cualquier tipo de actividad que ayude a la persona a evolucionar, a conocer mejor a si mismo y a la vida, a posicionarse con más sabiduría, constancia y serenidad frente a nuevos desafíos, a tener una postura y a ser una persona coherente, con principio, medio y final que se combinen entre si.
Pienso en seres que, movidos por cualquier tipo de actividad que les satisfaga y engrandezca, tengan una relación con el dinero, con la apariencia física, con las relaciones sociales, con la sexualidad y con el amor que se encadenen entre sí, de modo que un aspecto no entre en colisión con el otro. Pienso en seres cuya manera de apostarse ante los demás individuos indique lo que realmente son y cómo piensan. Pienso en mujeres libres.
Las que consigan avanzar más en la dirección del auto-conocimiento serán las que podrán alterar el modo en cómo lidian con su sexualidad. No puedo dejar de registrar la importancia que atribuyo al final de la instrumentalización del poder sensual femenino para que las mujeres puedan encontrarse consigo mismas y cuánto lo considero necesario para la mejoría de las relaciones entre los sexos, para la aparición de relaciones de efectiva amistad entre hombres y mujeres y para el avance global de la humanidad. No logro vislumbrar ningún camino evolutivo que no pase por el final de la guerra entre los sexos, que no pase por la reducción de la ambición masculina de destacarse socialmente a cualquier precio para impresionar a las mujeres y que no pase por la reducción del exhibicionismo erótico femenino que tiene por objeto tan sólo provocar el deseo masculino. No creo que la situación que estamos viviendo pueda estar haciendo feliz a nadie, ni a los hombres ni tampoco a las mujeres, puesto que esa guerra, además de encarnizar odios, aumenta la dependencia recíproca en todos los sentidos.
Un buen indicio de independencia sería dado por una postura que nos lleve a tratar tanto lo masculino como lo femenino con autonomía y sin comparaciones inútiles. En cuanto a la sexualidad, eso es fundamental incluso porque las diferencias biológicas son notables y muy importantes. No tiene sentido que las mujeres empiecen a preocuparse, de modo exagerado, por su desempeño sexual tan sólo porque esa es la tendencia masculina. En realidad, lo interesante sería conseguir limitar tal preocupación en todos, toda vez que el sexo habrá de ser entendido en su esencia: un simple y agradable intercambio de caricias capaz de desencadenar un tipo peculiar de desequilibrio homeostático, cual sea la excitación. La preocupación por el desempeño ha crecido en los hombres en virtud de varios factores, principalmente relacionados con la noción de que la competencia sexual sería uno de los importantes ingredientes del honor masculino. Nada de esto forma parte integrante de lo femenino, de modo que no cabe cargar ese nuevo peso a espaldas de las mujeres, precisamente cuando es tiempo de quitarlo de las de los hombres.
No cabe igualmente la preocupación obsesiva con el orgasmo femenino, que nació en el interior de la mente masculina, siempre preocupada por mostrarse competente en esa área. Saber conducir a la mujer al orgasmo ha pasado a ser un elemento más de la eficiencia sexual masculina, de suerte que han empezado a preocuparse por el placer femenino solamente a causa de su vanidad. Es posible que tal preocupación haya restado espontaneidad y naturalidad a muchas mujeres, para quienes el orgasmo llegaba o no de modo natural. En virtud de la inexistencia de período refractario, considero que la preocupación por el orgasmo era menor en las mujeres de lo que imaginaban los hombres; ello porque no viene acompañado de la sensación de saciedad que sienten los hombres cuando eyaculan, y que imaginan que ocurre igual con las mujeres. Así, es posible que ellas jamás se hayan sentido incompetentes, frías o inadecuadas por tener orgasmo en algunas relaciones y no en otras. A medida que esto se ha ido haciendo inadmisible para los hombres, ha pasado a ser tema de preocupación también para ellas. Han comenzado a sentirse incompetentes, incluso enfermas, por no tener orgasmo, especialmente durante la penetración vaginal. Sabemos que la inervación vaginal no es demasiado prolija y que ese órgano tal vez tenga una función reproductora mayor que la relacionada con el placer erótico. Aún así, durante varios años las mujeres, ahora preocupadas por el orgasmo, se han sentido incompetentes por no alcanzarlo con la facilidad esperada por los hombres - y después por ellas mismas.
Más recientemente, un informe poco relevante desde el punto de vista científico - el de la Sra. Hite - ha logrado alterar el panorama, puesto que ha tenido éxito en dar dignidad al orgasmo alcanzado a través de la estimulación del clítoris, que siempre ha sido el foco de los estímulos táctiles de las mujeres que se masturban. El número de las que se quejan de frigidez ha disminuido sensiblemente, toda vez que los hombres han aceptado el orgasmo clitoridiano como suficiente para su vanidad, pese a que ellos siempre prefieren el que se alcanza con la penetración vaginal. Insisto en la urgencia de alterar tales formas de proceder, y que el orgasmo vuelva a ser problema femenino y no requisito de la vanidad masculina. El orgasmo es propiedad de la mujer y no un objeto de deleite para el hombre. Siempre está bien recordar que ellas disponen de medios para fingir y actuar conforme a lo que no sienten; así, los hombres inteligentes no deberían atreverse a pensar que siempre serán capaces de distinguir entre lo que es un verdadero y un falso orgasmo; lo mejor verdaderamente es que dejen de preocuparse tanto con la cuestión.
Muchas de las dificultades sexuales femeninas han estado relacionadas con los desdoblamientos de la confusión que he descrito. Muchas mujeres se creían frígidas porque no tenían orgasmo en la penetración vaginal y han pasado a desinteresarse del sexo por reconocerse poco competentes para el tema. Otras fingían ante sus parejas y se masturbaban estimulando el clítoris; otras más, se han servido de la dificultad que tenían para rechazar y humillar con más firmeza a sus parejas groseras. Han preferido, así, dedicarse más a los placeres exhibicionistas capaces de despertar en ellas tan intensamente la excitación erótica típica de la vanidad, además del placer de saber a los hombres en sus manos. Han notado que eso les agradaba más que el intercambio de caricias, de modo que se han convertido en criaturas muy atractivas, pero que no están disponibles para la aproximación masculina; son las que más dramáticamente han instrumentalizado el poder sensual, de modo a obtener ventajas de todo tipo en virtud de conseguir activar el sueño de muchos hombres de que, un día, lograrán aproximarse a ellas.
Nadie está venciendo en esa guerra. Caen muertos los combatientes de ambos lados. Los hombres, agredidos por provocaciones eróticas femeninas, que se vuelven groseros y violentos, lo cual atiza todavía más a las mujeres en contra de ellos - y es, sin duda, una importante causa de bloqueo erótico femenino, lo cual aumentaría aún más la tendencia exhibicionista. Nadie se entiende, nadie va en pos de sus propios ideales. Todos están más orientados hacia el sexo opuesto que hacia si mismo. No será en un contexto de ese tipo donde podremos depararnos con lo que es verdaderamente lo femenino. Es preciso desactivar la guerra entre los sexos para que hombres y mujeres puedan mirar dentro de sus almas y preguntar: "¿Quién soy yo?" ¿Qué deseo para mí?" "¿Cuáles son mis verdaderos anhelos y mis efectivas necesidades?" "¿Cómo puedo posicionarme para acercarme al ideal de felicidad que yo mismo he creado para mí?"
Esas y tantas otras cuestiones sólo podrán empezar a ser respondidas de modo consistente y de una forma individual, respetuosa con las peculiaridades de cada persona, cuando seamos capaces de desatar los nudos y de deshacer las confusiones y tumultos que hoy unen - si es que se puede emplear esta palabra - a hombres y mujeres. El camino es largo y los obstáculos no deben ser subestimados, como solemos hacer tantas veces cuando creamos proposiciones simplistas y demagógicas. Pero no es sin un buen retraso como empezamos ese recorrido; y éste comienza por la tentativa de conocer mejor el enmarañado que tanto nos ha venido perjudicando.
Final
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