Este artículo es resumen de una conferencia proferida en 1990 y publicada en el libro Vida a Dois (Vida a Dos). Mi objetivo aquí es tratar un tema básico: las cuestiones del amor y del matrimonio.
Desde 1975, en mi libro Dificuldades do Amor (Dificultades del Amor), vengo señalando, junto a otros varios autores americanos, la clara relación que existe entre ciertos tipos de encantamiento amoroso – en particular la pasión – y los vicios, o dependencias psíquicas en general. En verdad, el amor y el vicio son muy parecidos, porque ambos determinan el mismo tipo de búsqueda desesperada del objeto – y en ese sentido se encuadra también el vicio del tabaco, cuyo tema se trata profundamente en mi libro Cigarro: Um Adeus Possível (Tabaco: Un Adiós Posible). Además de ese, hay otros dos más, también de mi autoría, que abordan la temática del vicio: Vício dos Vícios (Vicio de Vicios) y Deixar de Ser Gordo (Dejar de Ser Gordo).
Hablar de esta cuestión no escapa demasiado al que deseo abordar aquí, más persistente y obsesivo, que es el del amor. Versar sobre las cuestiones del amor y del matrimonio, hombre y mujer, significa hablar de la necesidad absoluta de separar sexualidad y amor como dos impulsos esencialmente antagónicos.
Es una perspectiva heterodoxa: el propio Freud lo consideraba una expresión sublimada de la sexualidad y, por tanto, colocaba los dos impulsos en la misma categoría, generando un enorme volumen de equivocaciones que la mayoría de los profesionales de la psicología continúa cometiendo hasta hoy. Tal volumen lleva a un cúmulo de complicaciones en el plano teórico, determinando, probablemente, subproductos graves – como en un problema de matemáticas en que haya error en una cuenta: la dificultad va en aumento y se agrava al pasar a las etapas siguientes.
Para mí, el amor es un impulso que surge desde el momento del nacimiento y busca devolver al niño la paz que sentía durante el período uterino; o sea, el amor como búsqueda de armonía a través de la aproximación física y, tal vez más tarde espiritual, con otro ser humano, o como fenómeno obligatoriamente interpersonal que busca la paz. Conviene recordar que nuestro primer objeto de amor es la madre.
Las manifestaciones de la sexualidad surgen por vez primera al final del primer año de vida y forman parte del proceso de individuación, es decir, cuando el crío empieza a reconocerse como criatura independiente de la madre e inicia la pesquisa de su propio cuerpo. Y es cuando realmente descubre que el tocar ciertas partes le produce una sensación muy especial: un tipo de excitación física percibida como agradable. Es la excitación sexual – fenómeno de desequilibrio; contrariamente a lo que ocurre con el amor, que es un fenómeno homeostático, la sexualidad es un desequilibrio homeostático. Amor es paz, cercanía protectora, y sexo es excitación, acción, movimiento.
Tal vez por eso Freud haya hablado tan insistentemente de la idea del sexo como impulso vital por excelencia. En realidad, para mí, y desde el punto de vista más teórico, el instinto del amor o el amor como instinto substituye, en la concepción psicoanalítica, al concepto de instinto de muerte. Freud reconocía la existencia de la doble tendencia en el ser humano: una hacia la acción y otra hacia la inercia, o hacia la paz y la ausencia de tensión; sólo que esto él lo considera una búsqueda de la muerte. Y me parece más razonable imaginar que el ser humano, al buscar algo, procure reencontrar lo que ya ha vivenciado, en vez de procurar encontrar lo que desconoce.
Desde el punto de vista técnico o científico, no podemos considerar a la muerte como un fenómeno conocido. Es posible que algunas personas tengan presentimientos acerca de lo que ocurre en la hora de la muerte; pero no nos basemos en esto. Por cierto, al propio Freud, como ateo, se le hacía difícil imaginar cosas sobre la muerte, incluso porque un ateo no puede tener idea alguna de lo que ella realmente pueda ser, si no es la suposición de que por falta de oxigenación de las células cerebrales, el individuo cese apenas de sentir. Pero no sabemos si esto es obligatoriamente paz o no; es apenas una conjetura y no podemos conjeturar, hemos de tener cosas un poco más sólidas. Podemos hacer conjeturas en psicología, pero éstas tienen que transformarse un día en experimentos que puedan ser confirmados o infirmados.
Uno de los grandes problemas contemporáneos y, principalmente, del psicoanálisis es este: el coleccionar un enorme volumen de hipótesis que no pueden ser cuestionadas ni afirmativa ni negativamente. Es decir, permanecen como autos de fe: quien cree, cree, quien no cree, ¡creyese!
Entonces, esa separación entre sexo y amor me parece absolutamente fundamental, sobre todo porque el amor, además de ser un fenómeno interpersonal, es una búsqueda permanente del ser humano en todas las otras fases de la vida, completamente diferente, en esencia, de la búsqueda sexual. Es evidente que a partir de la pubertad, cuando ambos se mezclan, esto puede convertirse en una serie de confusiones, ya que las búsquedas amorosas y más tarde eróticas intentan encontrar un camino común; y eso no siempre es tan automático o fácil; vuelvo a decir: el amor es obligatoriamente un fenómeno interpersonal, no existiendo, por tanto, por si mismo; sólo existe por un objeto externo; y es paz, es homeostasis.
El sexo – en su origen, al menos – es un fenómeno esencialmente personal, o sea, el crío descubre la sexualidad tocándose a si mismo. La idea de que la sexualidad infantil es básicamente auto-erótica aparece de forma clara en la obra de Freud. En mi opinión, ella persiste como tal de por vida, pese a que surjan elementos interpersonales a partir de la pubertad; pero es básicamente un fenómeno personal, es excitación y no armonía, es lo opuesto al amor. Esto, ciertamente, podrá ser el responsable por algunos de los ingredientes más fundamentales de las dificultades posteriores de todo ser humano.Si queréis colocar esto en otro tipo de lenguaje y adoptar, por ejemplo, la manera de pensar de un filósofo importante de este siglo – llamado Arthur Koestler – podríamos hablar más acerca de la doble tendencia del ser humano: una hacia la integración (en un libro de su autoría titulado Jano, que es un dios antiguo de dos caras) – o sea, la tendencia a sentirse parte de un todo mayor, que correspondería a la manifestación de lo que estoy llamando instinto del amor – y otra más, hacia la individuación y la individualidad; el individuo quiere formar parte de un todo y ser unidad en si mismo. Esta tendencia correspondería, básicamente, a la manifestación sexual, que en su versión adulta se acrece con un ingrediente importantísimo al cual vengo llamando vanidad (un fenómeno auto-erótico vinculado al placer de exhibirse).
De esta forma, esa doble tendencia corresponde a la dualidad básica de todos nosotros; y obviamente, las buenas soluciones para la vida son aquellas que encuentran soluciones de armonía entre la doble tendencia así opuesta, ¡lo cual, evidentemente, no es fácil! Esto explica por qué en estos últimos diez mil años de historia los resultados obtenidos para resolver la cuestión del hombre no son tan brillantes. Si así fuese, ciertamente, ya tendríamos soluciones más exitosas y armoniosas desde hace mucho tiempo. Estamos intentando resolver un rompecabezas muy complicado, que es encontrar una solución que satisfaga a todas las partes del psiquismo humano.