El Síndrome del Pánico se ha hecho conocido por sus varios síntomas: palpitaciones, vahídos, dificultades para respirar, dolores en el pecho, sensación de hormigueo o debilidad en las manos, y casi invariablemente, un miedo secundario a morir, a perder el control o a enloquecer.
Generalmente estos síntomas no se restringen a una situación específica, lo cual, por tanto, los vuelve imprevisibles. Esta dolencia de fondo emocional, trae en su base un miedo intenso, desmedido e incontrolable que va tomando proporciones asustadoras.
Cuando se sufre de Pánico, cada crisis aumenta la ansiedad y el miedo a la próxima, convirtiendo la enfermedad en un ciclo. Como resultado, la persona pasa a evitar todo cuanto pueda acercarla a la situación que le causa temor de forma cada vez más amplia y genérica hasta el punto de que cualquier estímulo puede convertirse en una amenaza.
El ser humano percibe, siente y comprende el mundo y los estímulos que recibe de forma muy particular, en diferente intensidad, variando según las características físicas y emocionales de cada cual. Durante toda la historia de la humanidad el miedo ha estado presente, protegiendo, cuando aprendemos a traducirlo en cautela y sensatez y haciendo sufrir si nos convertimos en esclavos de nuestras ilusiones y de nuestra impotencia, limitándonos y robando nuestra espontaneidad y nuestra creatividad. Muchas veces ese miedo está nutrido por una comprensión equivocada de los valores personales, fruto, entre otras cosas, de la falta de conocimiento de nuestras potencialidades, de los prejuicios y la baja autoestima. Desde nuestra infancia tenemos que aprender a enfrentar nuestros miedos para tener la posibilidad de vivir felices y en paz.
El miedo patológico es un sentimiento que se fortalece en el desconocimiento, es el resultado de la falta de fe en uno mismo y en el mundo. La fe no es algo que podamos entrenar, la fe implica entrega, no de forma ingenua, pues se transformaría en alienación, sino de forma consciente e íntegra, multiplicándose en disponibilidad para percibirnos como un ser al mismo tiempo insignificante y genuinamente especial, singular entre todas las criaturas. Tener fe implica saber exactamente quién se es, con los propios límites y contradicciones. En nuestra mente la fe nace del espacio intermediario entre la fantasía y la realidad. Es vital para el desarrollo humano y su trascendencia, pues implica la noción de si y del otro, en respeto, dignidad, generosidad, amor, en fin, implica la noción del todo, suministrándonos parámetros existenciales.
El amor que recibimos de nuestros padres, parientes y amigos o incluso de las personas con quienes nos relacionamos durante nuestra vida, alimenta las reservas de esperanza y fe que poseemos. Cuando el ser humano no recibe amor, respeto, compasión, solidaridad, se vuelve amargo, violento, rudo, no cree en el otro y consiguientemente, tampoco en si mismo.
La persona que padece crisis de pánico no es necesariamente la que no ha recibido amor, pero es la que no está segura del amor que ha recibido o no lo ha interiorizado, volviéndose persona insegura y frágil emocionalmente, sintiéndose “pobre” en recursos internos para su auto-protección. Se orienta más hacia las posibilidades de muerte que a las de vida. No se trata de una elección, sino que la ansiedad y la desesperación invaden su vida, cegándola.
Ese Síndrome se ha vuelto el carcelero del hombre moderno puesto que gradualmente le quita su derecho a la libertad de relacionarse, ya sea con las personas, o con la vida. Como todas las dificultades o cualquier tipo de dolencia, cuanto más rápidamente se inicia un tratamiento mejores son los pronósticos. Según las pesquisas más recientes de la OMS, los tratamientos indicados como teniendo los mejores resultados, son los que asocian la medicación a la psicoterapia.
Aprender a pedir ayuda es un acto de coraje y de fe, independientemente de cuál sea el tipo de dificultad. Algunas personas no creen que se les pueda ayudar; adoptan una actitud de supuesta auto-suficiencia, evitando compartir sus dolores y angustias, lo cual muchas veces provoca un agravamiento de los síntomas, haciendo que los tratamientos se vuelvan más sufridos y dolorosos.
Creer en si y respetarse alimenta y fortalece nuestra auto-estima; negar nuestras dificultades o intentar ocultarlas tan sólo nos debilita. Comprender que hay dificultades y límites es al mismo tiempo desmitificarlos y aceptar nuestra condición humana, en un proceso dinámico de desarrollo y maduración.
Sirley Bittú é Psicóloga Especialista Clínica pelo Conselho Federal de Psicologia
Psicodramatista Didata Supervisora
Terapeuta em EMDR pelo EMDR Institute/EUA
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