Hablar de matrimonio también significa tener que separar el matrimonio del amor. Puede parecer ingenuidad por mi parte decir esto, pero en la cabeza de la gente, notadamente en la de los jóvenes, amor y matrimonio no se separan. E incluso en las cabezas más adultas, el amor intenso pide matrimonio, el cual aún se entiende como un compromiso sólido, estable y de cohabitación entre dos personas.
De hecho, amor y matrimonio también han de ser claramente separados en dos categorías: el amor es una emoción y el matrimonio una institución – derivada del amor desde hace muy poco tiempo y, por cierto, no con resultados brillantes. En los tiempos en que el matrimonio se derivaba de otras causas que no el amor (acuerdos racionales entre familias), parecía haber un mayor número de buenos resultados; esto, sin duda, requiere la necesidad de revisar los términos de lo que sucede cuando adolescentes y adultos jóvenes se encantan emocionalmente. Y ahí entramos en otro problema fundamental: el encantamiento. ¿Qué es lo que hace que una determinada persona, neutra para mi en un dado momento, se transforme repentinamente en un ser especial, único, sin el cual ya no puedo vivir? ¿Qué es lo que provoca esa magia? Esta persona seguramente será una figura que sustituirá a la materna; pero, en mi opinión, al mismo tiempo nada tiene que ver con la madre. ¿Será que siempre elegimos a las personas o a los objetos amorosos adultos con arreglo a algún problema que hayamos tenido con ella?
Al decir, por ejemplo, que un hombre elige a la mujer conforme a la imagen y semejanza de la madre cuando ha tenido una buena relación con ella, no se está aclarando nada: él elige a la mujer parecida a la madre u opuesta a ella, porque todas las mujeres del mundo son parecidas u opuestas a su madre.
Este tipo de explicación no conduce a lugar alguno; entonces es muy peligrosa esta relación entre los acontecimientos infantiles y las cosas adultas; a la verdad, tengo cierto pavor a ese tipo de razonamientos – tan al gusto de muchos profesionales de psicología – que nos lleva a imaginar que el adulto llegue a transformarse de esta o aquella manera a causa de cierto trauma. Tantas personas se han transformado del mismo modo y no han tenido el mismo trauma. Es preciso un espíritu algo más riguroso y científico. El que la explicación sea lógica y bonita no garantiza su veracidad. Para ello, hemos de servirnos de criterios algo más refinados.
No quiero ser exageradamente conductista (mi especialidad es básicamente psicoanalítica), pero tengo formación médica y en tal sentido, muy rigurosa: considero que los conceptos han de ser comprobados y no simplemente ser bonitos. En psicología, las personas se fascinan más con la estética que con la verdad. El hecho de que el concepto sea bonito, lógico y armonioso parece agradar más que si fuese verdadero. La búsqueda de la verdad parece ser un camino muy poco transitado en estos últimos tiempos. Indubitablemente, es preciso buscarla. Caso contrario llegaremos a un amontonado de conceptos poco útiles, lo cual resulta incluso, en cierto desprestigio profesional para ante algunas personas y notadamente en el área médica, dada la visión poco objetiva y de malos resultados en la práctica.
Acerca del amor adulto, pienso tal como Platón, que, por cierto, es uno de los autores más fascinantes en tratar esta cuestión (trabajó ese tema en alguno de sus diálogos más lindos, El Banquete, Fedro y un diálogo sobre la amistad que se llama Menón); para él, en la vida adulta, el amor se deriva de la admiración. Por tanto, el encantamiento se produce porque el individuo admira en el otro algo muy especial, que, evidentemente, va a depender de sus propios criterios de admiración, variables según la época y también en función de la propia autoestima. Apenas para que se tenga una idea de lo que quiero decir: cuando el individuo tiene de si un juicio negativo, la tendencia hacia encantamiento por el opuesto es casi inevitable. Éste acaba por determinar un tipo de encantamiento que tal vez sea muy interesante en ciertos aspectos; pero desde el punto de vista práctico, o sea, de aquello que el matrimonio tiene de concreto, va a resultar en relaciones catastróficas – por lo menos actualmente.
Hoy en día existen algunas diferencias en relación a lo que era en el pasado, cuando el hombre “daba las cartas” dentro de la relación conyugal; ¡las mujeres obedecían y listo! En la actualidad, los dos piensan. Y siendo así, es evidente que las afinidades intelectuales, de puntos de vista, de proyectos de vida y de objetivos se convierten en cosas fundamentales, porque garantizan la armonía. Las diferencias acaban por determinar disputas, tensiones y contradicciones de todo tipo – tanto que hoy es difícil imaginar que el matrimonio pueda existir y funcionar bien, a menos que esté basado en afinidades.
Esto no ha sido siempre así, y el propio Freud defendía la idea de que las buenas ligazones afectivas lo eran entre opuestos. En Introducción al Narcisismo él afirma esto, e incluso considera que ligarse a personas afines es una expresión narcisista, lo cual quiere decir que la persona tiene amor por si mismo y sólo consigue amar a alguien parecido a si misma. En la realidad, no lo veo así. El individuo que está satisfecho de su modo de ser tiende a encontrar gracia en personas semejantes a él, sin que eso signifique narcisismo o ausencia de capacidad para amar a terceros, mostrando claramente buena aceptación en relación a su persona. Si me gusta convivir con alguien tierno, calmo, educado, no agresivo y generoso, no hay razones para llamar a esto narcisismo, a no ser como el juego de palabras que, a partir de cierto punto de su obra, tenía como objetivo la búsqueda de la coherencia con la teoría (lo cual, en mi opinión, era uno de los grandes problemas de Freud). Es decir, él ya había establecido el concepto de narcisismo, que significaba amor por si mismo – lo cual, por cierto, tampoco es mi punto de vista.Para mí, los narcisistas, con ese temperamento más egoísta que les es peculiar, son personas que en realidad se odian, forman de si mismas un pésimo juicio. ¡Saben que son un timo! ¡Una mentira! Entonces, tampoco no hay amor por si mismo en el narcisismo: éste es un juego de haz-de-cuenta, en que las personas actúan como si fuesen extraordinarias, sabiendo que no lo son. Y no quieren que nadie sepa la verdad. El encantamiento por opuestos me parece básicamente un signo de baja aceptación de si mismo. Hay otra razón más, que lleva a las personas al encantamiento por lo opuesto, que trataré más adelante. De cualquier modo, el amor se deriva de la admiración y puede darse entre todos los tipos de personas. Puedo encantarme con quien nada tiene que ver conmigo. Ahora bien, con relación al matrimonio, si tal encantamiento se produce apenas porque la amo y las diferencias existen de manera significativa, probablemente llegarán a minar y a destruir la relación afectiva y el propio matrimonio en poquísimo tiempo.
Hay estudios interesantes llevados a cabo en Estados Unidos. Los norteamericanos son lo opuesto a los psicoanalistas: ellos miden y pesquisan todo, volviéndose objetivos incluso en demasía en ciertos aspectos. Han estudiado a personas, por ejemplo, que se casaron menos enamoradas pero según criterios racionales de afinidad, o sea, un matrimonio racional – más al gusto de nuestros abuelos. El sentimiento era menor en una primera fase, pero, al final de cinco años de vida en común, las relaciones afectiva, conyugal y amorosa habían crecido. Las personas con una buena relación se apegan las unas a las otras. ¿Por qué no habría un aumento de la cercanía y de la buena calidad afectiva con el paso del tiempo? Al revés, las que se casan enamoradas, pero ricas en diferencias fundamentales – de carácter, estructura, proyecto de vida – cinco años más tarde, aproximadamente, se divorcian.
Por lo tanto, no basta que se amen para que el matrimonio perdure. El matrimonio es una cuestión diferente del amor; también exige afinidades prácticas, por ser una sociedad civil, una institución con fines prácticos. Y si no se respeta ese lado práctico, lógico y objetivo, las cosas no evolucionarán favorablemente, lo cual significa acabar efectivamente con la idea de que el amor tiene que estar en oposición a la razón. Ambos tienen que andar juntos para que el matrimonio no se aborte. Mejor dicho, es preciso contemplar nuevamente los hechos con objetividad. Aproximadamente el 90% de los matrimonios ha fracasado en menos de siete años. Con relación al número de divorcios, posiblemente sea menor.
Por lo tanto, es preciso saber que el matrimonio es un emprendimiento de alto riesgo y, por ello se hace necesario que en él tome parte la razón. Es más, el desprecio por el lado racional del ser humano es la otra cara de la modernidad psicológica, en que lo importante es el sentir y ya no el pensar. Es pretender que lo humano sea sub-humano. No apruebo lo opuesto: las personas quieren que lo humano sea sobrehumano, pronto a la caridad, a la renuncia, al sacrificio integral. Pero tampoco me gusta el desprecio por la razón, que hace al hombre un pariente demasiado cercano del mono. Hay un lugar para nosotros en esa escala. No somos monos ni santos. Hay un punto intermedio en el cual podemos permanecer, teniendo la razón absolutamente activa y en funcionamiento.