Hemos crecido creyendo que el sexo y el amor andan juntos. Y ahora, ¿cómo queda si lo que observamos es bastante diferente? ¿Cómo explicar que la mayoría de los machotes que tanto desean a las mujeres, lo que ciertamente son es allegados a los hombres con quienes beben, confidencian y presumen de sus “conquistas” en las mesas de los bares? ¿Cómo explicar que la mayoría de los homosexuales sean tan íntimos de las mujeres y que sientan deseo por hombres – en especial por aquellos que no son homosexuales explícitos – con los cuales tienen una relación tensa y llena de hostilidades recíprocas? Respuesta: Todo nos lleva a pensar que, en nuestra cultura, la sexualidad está ciertamente asociada a la agresividad y no al amor y a la amistad. Tenemos que dejar de iludirnos y observar los hechos: el juego de conquista y seducción es extremadamente violento, de modo que podemos concluir que rijosidad y odio andan juntos.
A fin de cuentas, ¿por qué las mujeres se interesan tanto por colocar prótesis de silicona en sus senos si a la mayoría de los hombres no les gusta el efecto táctil que producen? Respuesta: La prótesis provoca un efecto visual interesante, especialmente cuando la mujer lleva ropa escotada. Puede despertar el deseo visual masculino, prometiendo algo que será un tanto frustrante en la intimidad. Parece que despertar el deseo visual a distancia se percibe como más importante que agradar al compañero. Además, las mujeres así “tuneadas” pueden sentirse por encima de sus competidoras.
Si un hombre – o una mujer – se encanta con un determinado compañero en virtud de su modo de ser, ¿por qué después, a lo largo de la convivencia, insiste tanto para que él se modifique? Respuesta: Nos encantamos con alguien a causa de la admiración que sus cualidades nos producen y además debido a la presencia de algunos defectos que nos permiten cierta defensa contra una intensidad amorosa que no seríamos capaces de soportar. Las cualidades nos atraen mientras que los defectos nos alejan. Resulta un grado de intimidad que toleramos. El compañero sabe que no podrá modificarse porque eso determinaría un desequilibrio peligroso para la continuidad de la relación. ¡La pareja riñe mucho y todo se queda exactamente tal como está!
A fin de cuentas ¿qué es lo que pretende una mujer cuando lleva, por ejemplo, un bolso de marca exclusiva, uno de esos muy codiciados por estar de última moda y ser carísimos?
Respuesta: Los motivos pueden ser variados, pero lo único indiscutible es que un bolso no provoca las miradas masculinas tal como lo puede hacer un pantalón viejo y ajustado. No conozco a muchos hombres que se sientan atraídos por mujeres gracias a sus bolsos. Éstos son, más que nada, símbolos de poder, de modo que sus “dueñas” son inmediatamente percibidas como pertenecientes a la clase dominante – y, claro, tratadas como tales. No cabe duda de que la mayoría de los bolsos son muy bellos, pero para lo que se usan de veras es para definir el status social y también para provocar la envidia de las demás mujeres.
¿Qué es lo que lleva a una persona a quien hemos ayudado mucho, que ha vivido en nuestra casa durante un buen tiempo y a quien hemos dado todo tipo de apoyo moral y material, a desarrollar tanta rabia contra nosotros? ¿No debería mostrar reconocimiento y gratitud? Respuesta: El otro día, leyendo la reseña de un libro, el autor citó a Cicerón (orador y político romano del siglo I antes de Cristo), que decía que la gratitud es la mayor de todas las virtudes. A primera vista, puede parecer una exageración, ya que hemos aprendido a pensar que todos aquellos a quienes hemos ayudado no harán más que su obligación al quedarnos agradecidos. Pero la verdad, la regla general, es que aquel que recibe favores materiales o ayuda emocional suele desarrollar enorme hostilidad contra nosotros. La ingratitud es “hija” de la envidia. Es así: aquel que recibe se siente por debajo, humillado. Como necesita recibir, no tiene otra opción y acepta lo que le ofrecemos. Cuanto más reciba, más humillado y resentido quedará. Acabará buscando algún pretexto y se alejará, agrediéndonos y acusándonos de algo que no hemos hecho. ¡Es preciso pensarlo dos veces antes de decidirnos a ayudar a alguien!