Cuando empezaron a construir un condominio horizontal en el terreno baldío que había por detrás de casa, nosotros y nuestros vecinos entramos en pánico. Los condominios horizontales siguen reglas peculiares en relación a retranqueos y espacios, las casas quedan muchísimo más próximas unas de otras. “Va a desvalorizar nuestro barrio”, decía una. “Tendremos que vender nuestras casas”, se aterraba otro. Salí de aquella reunión triste, por mí, por todos. Llegué al dentista, abrí una revista y... fui abducida por la foto dorada de una villa en Sicilia: casas, unas por encima de otras, cubriendo una colina rodeada de mar y de humanidad subida a una percha de gallinero...
Empecé a reírme... hubo un tiempo en que la noche era oscura, de un modo que hoy ni siquiera imaginamos. En ese tiempo, dormir era una osadía y el cuerpo del otro, la respiración cálida del otro, la única protección. Las ciudades medievales son todas así, casas pegadas unas a otras, idénticas, formando hileras en las calles minúsculas, torcidas, laberínticas, todo trucos para driblar el miedo a la noche y al enemigo desconocido que vivía en algún lugar, por fuera de los muros, al otro lado, después del bosque, tras las montañas, en el horizonte del mar...
Nada nuevo hay bajo el Sol, como diría el salmista. Ya vivimos subidos al gallinero. Lo otro nos acompaña siempre, desde siempre. Hay que vivir con eso.
Pero ¿cómo?
La revista europea Monocle hizo una encuesta entre sus lectores para descubrir cómo sería el barrio ideal. Juntándolo todo con algunas ideas bastante modernas sobre lo auto-sostenible y la economía de recursos naturales, llegó a algunas conclusiones. El barrio ideal debe tener casas de tamaños y estilos variados, entremezcladas con tiendecitas, por lo menos un bar o restaurante acogedor, servicios 24 horas para emergencias y olvidadizos, supermercado (evidente), un parque, un lago, tranvías, ventanas en vez de aire acondicionado, escuela, abastecimiento de frutas y legumbres a través de productores locales o, cuando menos, de las proximidades.
Sí, el barrio ideal... un sueño que empezamos a construir siendo... el ciudadano ideal. Y aquí es donde entra el homo cordialis.
Una especie que ya estuvo amenazada de extinción, pero que, a juzgar por la cantidad de cursos, talleres y libros sobre “empatía”, “rapport”, “comunicación no verbal”, parece que anda procreando, en cautividad, pero...
Y ¿cómo sería ese hombre/mujer cordial, vecinos perfectos, ciudadanos del futuro, habitantes impecables de un mundo apiñado y tolerante?
Veamos...
- decir ‘por favor’, ‘muchas gracias’, ‘con permiso’, básico.
- respetar las filas, a pie, en bicicleta o en coche.
- ser generoso con las sonrisas.
- y muy ahorrador en las críticas.
- saber cuándo ofrecer ayuda...
- y cuándo mantener la distancia.
- conocer el mundo lo suficiente para apreciar sus múltiples aspectos.
- y tolerar el convivir con seres diferentes a uno mismo.
- no dejarse intimidar con costumbres exóticas, al revés, encontrar al vecino tailandés cazando grillos al atardecer para freírlos en la cena, debería como máximo provocar en ese ser cordial una sonrisa de complicidad y, eventualmente, con gracia y elegancia, se podría ofrecer una linterna...
- ha de dominar el arte de conversar, sobre el tiempo, economía, política, fútbol e incluso religión, sin perder la expresión afable y, sobre todo, jamás, en tales situaciones, amenazar a su interlocutor con la posibilidad de, en cualquier momento, transformarse en un misionero furioso.
- y saber escuchar es fundamental, en una proporción de, digamos, tres preguntas realmente interesadas acerca del otro, para cada minuto de conversación sobre uno mismo.
- mantener en privado tu vida privada, lo cual puede parecer obvio, pero no lo es; algunas personas insisten en compartir sus preferencias y hábitos más íntimos, incluyendo en esta larga lista de cosas que no han de hacerse más que entre cuatro paredes, simplezas como rascarse y eructar, sólo para dar dos ejemplos banales.
- evitar compartir con los vecinos nuestros gustos musicales también es buen precepto, pero comprender que hay fiestas a las que no hemos sido invitados y que pueden tener lugar precisamente al lado de nuestra ventana también lo es...
- ejercitar la mirada directa, amistosa, al cruzarnos con otros seres humanos, atreverse a un saludo: ¡buenos días, buenas tardes, buenas noches! Ser gentil no es obligación sólo de los políticos...
- comprender que la calle, el barrio, la ciudad, no son exactamente “tuyos”, son de todos, ahora bien, tu perro, ése es sólo tuyo... (esto, por cierto, vale para toda tu basura y para tu coche cuando está aparcado delante del garaje del otro o en un lugar prohibido, por ejemplo).
- agradecer siempre y pedir disculpas, cuando fuese el caso; y ¿el otro ni siquiera se ha enterado? El ser cordial sabe que la mayor parte de las veces en que somos de hecho cordiales no es a causa del otro, sino para alimentar una agradable sensación de estar, al fin y al cabo, lejos de las selvas...
Todo esto porque, ya sabes, no basta con elegir el alcalde y el concejal, tú, y cada uno de nosotros, ha de empezar a escoger desde ahora el tipo de ciudadano que le gustaría ser.
Adília Belotti é jornalista e mãe de quatro filhos e também é colunista do Somos Todos UM. Sou apaixonada por livros, pelas idéias, pelas pessoas, não necessariamente nesta ordem...
Em 2006 lançou seu primeiro livro Toques da Alma. Email: [email protected] Visite o Site do Autor