Desde que el filósofo francés Descartes escribió, en el siglo XVII, la tan difundida y venerada frase “Pienso, luego existo”, muchas cosas extrañas han venido sucediendo en lo que concierne a este asunto.
En efecto, hemos pasado a pensar más y más y a considerar que cuanto más piensa alguien, más vive y, en consecuencia, se vuelve mejor. Aunque haya cierta verdad en esta idea de que pensar es una buena manera de hacer evolucionar al ser humano, ¡creo que hemos estado profundamente equivocados sobre la esencia de esa frase!
Basta observar para darse cuenta: durante los últimos siglos y especialmente las últimas décadas, hemos pensado cada vez más, hemos tenido acceso a un número cada vez mayor de informaciones, nunca hemos estado tan expuestos a la tecnología y al avance de diversas áreas técnicas. No obstante, qué extraño… hemos venido existiendo, genuina y esencialmente, cada vez menos.
Hablo de la existencia plena, de estar conectado con el presente, viviendo lo que está sucediendo ahora. Hablo de darse cuenta de las sensaciones que pueden ser experimentadas en este momento, de conseguir mirar verdaderamente para sí y para el otro.
Hablo de una existencia que solo es posible cuando se deja aflorar algo que está mucho más allá del ejercicio desenfrenado del pensamiento. Hablo de sentir, de actuar, de ser.
Afortunadamente, después de Descartes, la voz del pueblo creó el proverbio: “¡Quien mucho piensa, no hace!”. Por éste sí, apuesto yo. Cuántas veces dejamos de darle una idea al jefe por entrar en un remolino de pensamientos que gritan en nuestra mente: “¿será que él va a oírme?”, “¿será de veras una buena idea?”, “¿será que no van a aprovecharse de mi creatividad?”
O bien, cuántas veces dejamos de vivir un amor porque nos sumergimos en pensamientos del tipo de “¿y si yo no fuese correspondido?”, “¿será la persona adecuada?”, “¿y si sale mal?”.
Acaso te identifiques más con algo así: hace tiempo que te planificas para empezar a frecuentar el gimnasio, pero tus pensamientos te paralizan repitiendo furtivamente “mejor dejarlo para el mes que viene, pues tendré más dinero disponible”, “ya me sobra tan poco tiempo, que el gimnasio solo me complicaría más la vida”, “¡caramba, ir yo sola no tiene gracia!”… y así sucesivamente.
Y lo peor de todo es cuando pensar no te deja dormir. Te acuestas en la cama sintiéndote exhausto, pero allí están tus pensamientos más despiertos que nunca, perturbándote el sueño, robando tu tranquilidad y haciendo que te conviertas en un pastel, volteando de un lado para otro durante horas.
Nota cómo abandonas tus planes y terminas no realizando tantos sueños simplemente porque te dejas dominar por el exceso de pensamientos inútiles. Observa cómo tu mente intenta prever el futuro para convencerte de que es mejor desistir, no arriesgar.
Y si esto forma sentido para ti, atiende: te has convertido en un cabezón. Tu mente se parece más a un manicomio que a un templo, cuando debería ser justamente lo contrario: mucho más silencio y mucho más enfoque que disculpas, nada más que disculpas.
La próxima vez que te llenes de coraje para dar un nuevo rumbo a tu vida y, en seguida, tu mente empiece con un bombardeo de “si”, “¿será?”, “déjalo para la semana que viene”, “no tengo tiempo”, “cuando tenga dinero”, grítate lo más alto que puedas, a ti mismo: “¡CÁLLATE LA BOCA, CABEZÓN!” ¡y simplemente ACTÚA!
Rosana Braga é Especialista em Relacionamento e Autoestima, Autora de 9 livros sobre o tema. Psicóloga e Coach. Busca através de seus artigos, ajudar pessoas a se sentirem verdadeiramente mais seguras e atraentes, além de mostrar que é possível viver relacionamentos maduros, saudáveis e prazerosos.
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