A pesar de que no siempre conseguimos ver el lado bueno y el malo de una situación, todo en la vida es cuchillo de doble filo. Es difícil convencer a una persona pobre del hecho – indiscutible – de que la riqueza trae consigo grandes ventajas, pero también una serie de nuevas dificultades prácticas y emocionales. Las cosas con que soñamos nos parecen exclusivamente buenas. Solo cuando se hacen realidad aparecen los problemas. Y eso vale para todo.
Tal vez el mayor valor que exista en nuestro mundo civilizado sea el de la belleza femenina. Todas las niñas quieren ser lindas, sensuales y seductoras – y ese es también el proyecto de sus padres para ellas. Parece que, para las criaturas portadoras de ese don innato (que todas se esfuerzan al máximo en perfeccionar) están abiertas de par en par las puertas del éxito, del amor y del dinero.
La mujer bonita se ve solicitada todo el tiempo y, con ello, su ego es constantemente masajeado. Si está triste, basta que dé un paseo, y pronto varios muchachos estarán dispuestos a tratarla como si fuese una reina. Aparentemente todos desean su compañía. Por esas ventajas, la belleza se transforma en el sueño de todas las niñas. ¡Y cómo sufren las adolescentes que no se consideran portadoras de esa virtud en dosis suficiente!
Las ventajas de ser una mujer bella y atrayente son obvias. Vamos a pensar ahora un poco en los aspectos negativos. La niña que, al convertirse en mujer, percibe que las personas pasan a desplegar una alfombra roja a su paso, en virtud de su apariencia física, tiende a acomodarse con este tipo de triunfo fácil. Se preocupa poco de cultivar otros valores, especialmente los intelectuales, morales y espirituales.
Todo le parece tan confortable y sencillo que no percibe la necesidad de esforzarse en alcanzar perfeccionamiento. Freud ya había notado la tendencia de esas mujeres hacia el egoísmo. Es como si ellas quedaran corrompidas por las facilidades que les ofrecen, como si no necesitasen retribuir nada de aquello que les es ofrecido. La belleza “merece” todas las reverencias.
Veamos cómo quedan las cosas en el plano sentimental. Desde el punto de vista de las amistades, el enredador es la envidia. Otras niñas menos atrayentes tendrán dificultades para estimar verdaderamente a la que es muy guapa, por sentirse rebajadas, humilladas ante ella. O se alejarán o permanecerán en las cercanías de modo interesado, sin perder ninguna oportunidad de lanzarle aquellos conocidos “alfilerazos” de los envidiosos.
Los muchachos no podrán ser amigos de estas mujeres, pues el deseo sexual despertado impide la intimidad sin “segundas intenciones”. La propia cuestión romántica es más complicada de lo que parece. Un muchacho podrá quedar encantado con la belleza de la chica y aproximarse de ella, más por la apariencia que por el conjunto de sus características. Si esto es verdad, el egoísmo común a esas mujeres puede ser un importante obstáculo para la felicidad amorosa.
Otras veces, el muchacho también se muere de envidia de ella, porque otras personas son atraídas por su belleza, cosa que tal vez a él le gustaría hacer. Ahí se desarrolla un mecanismo de envidia, disfrazado de lo que se llama celos, cuyo objetivo es disminuir el poder sensual de la chica. Se trata de prohibirle llevar ciertas prendas de ropa y frecuentar sola ciertos lugares. Es evidente que su vida se transforma en un verdadero infierno.
Ya se ha podido percibir que las cosas no son tan sencillas y fascinantes como podríamos suponer. Esas lindas mujeres son muy admiradas, pero tendrán mucha dificultad para ser realmente amadas. ¿Y el proceso de envejecimiento, inevitable para todos nosotros? Será, está claro, increíblemente más penoso para ellas, que se sentirán pésimamente cuando dejen de ser tan codiciadas.
Las mujeres guapas adquieren el vicio de llamar la atención y sufren mucho más cuando pierden su único punto de apoyo, con tendencia a fuertes estados de depresión. Con todo eso, cabe perfectamente preguntar: la belleza ¿es realmente una gran dádiva o, más que nada, una armadilla del destino?