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El dolor que no se va

El dolor que no se va
Publicado dia 2/15/2009 10:11:15 AM em STUM WORLD

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Traducción de Teresa - [email protected]

Quién no se ha sorprendido diciendo: “No puedo creer que aún soy vulnerable a esto… ¡ya debía haber superado ese dolor!”

Cuando decimos que ya no soportamos el sufrir, estamos en puertas de cambiar. Sin embargo, para liberarnos del dolor que resta, hay algo que aún tenemos que hacer: permitir su existencia para que pueda irse después.

El dolor que no se va es aquel que no fue sentido, visto y reconocido. Aquello que duele revela en nosotros algo que no nos gusta mirar: no haber sido vistos como nos gustaría. ¡Ni por otros, ni por nosotros mismos!

El dolor que no se va clama por atención y empatía y, por eso crece frente a las críticas y enjuiciamientos. Para acercarnos a él, habremos de dejar aparte el deseo de justicia dirigido al pasado y mirar hacia delante. Si continuamos cargando con los resentimientos del pasado, estaremos condenados a reencontrarlos en el presente o en el futuro.

Sin embargo, simplemente racionalizar el dolor no hace que se vaya. Pues hay cierto carácter emocional que lo nutre y lo hace crecer. Tendremos, entonces, que usar de método afectivo: amar el dolor.

No se trata de adoptar una actitud masoquista, sino de aceptarlo. Al reconocer nuestra indignación ante el propio dolor, estaremos más cerca de nuestra verdadera condición interior.

Como dice Naomi Remen en su libro “As bênçãos de meu avô” (“Las bendiciones de mi abuelo”): “El dolor que no es sufrido se transforma en una barrera entre nosotros y la vida. Cuando no sufrimos el dolor, una parte nuestra queda presa al pasado”.

Muchas veces, tememos entrar en contacto con ciertos recuerdos que nos hacen sufrir. Sin embargo, la resistencia al dolor se muestra mayor que la sensación original. Tenemos miedo a sentirla y a ser destruidos por ella, pero es al sentirla cuando ella se disuelve.

La invitación de este texto es recordar que podemos penetrar en el dolor ¡y salir de él mejor de lo que estábamos!

Cabe resaltar que esta propuesta de penetrar en el dolor no se refiere a algo así como tirarse a un precipicio, sino sentir el dolor tan solo para superar los prejuicios y resistencias en relación a él. Cada cual, a su tiempo, sabe cómo hacerlos para no perderse en el dolor otra vez. Para tanto, hay un método a seguir: contornear el dolor hasta que estés preparado para encontrarte con él.

Así, podemos rodear el dolor, como los antiguos footings, los domingos en los pueblos del interior, donde los muchachos y muchachas se cortejaban dando vueltas a la plaza en direcciones opuestas, y solo cuando estaban preparados para aproximarse, se sentaban en los bancos para, entonces, conocerse mejor. Como dijo una tía mía, la segunda vuelta era una gran emoción, pues en ella estaba la posibilidad de la confirmación del encuentro de miradas…

Con cada vuelta nos acercamos más a nuestra meta. Perfeccionamos nuestra mirada. Suavizamos las angustias que surgen antes de entrar en contacto directo con nuestro objetivo.

Cuando estamos calmos, nos acercamos naturalmente al centro, pues las barreras de defensa, que creaban los contornos a nuestro alrededor, ya no son tan sólidas. Menos resistentes, ya no tememos tanto lo que antes parecía tan amenazador. Cuando comprendemos el dolor, ya no estamos a merced de él. Podemos liberarnos del dolor a medida que recibimos el mensaje que él quería darnos.

Una máxima budista dice: “No te apegues, ni rechaces, entonces todo se hará claro”. Podemos penetrar en el dolor sin perdernos en él. La idea es poder tocarlo con actitud amorosa. Por eso, si al sentir el dolor empezasen los discursos mentales de rebelión contra él, es hora de salir de él nuevamente. Y de dar más vueltas en torno a la plaza para que pueda disiparse la ansiedad, vaciar los excesos y crear coraje nuevamente.

Una vez nos aproximamos afectivamente a nuestro dolor, extrañamente, lo dejamos que parta.

por Bel Cesar

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Sobre o autor
bel
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia.
Email: [email protected]
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