Me acordé de una vez, cuando compré una tela finita, muy ligera y transparente… de fondo negro con estriados en dorado y beis que parecían del color de las plumas de gavilán…
Era un pedazo de tejido que se exponía en un puesto de retales, pero en cuanto lo vi estuve segura de que me gustaba y lo compré… No sabía qué hacer con él… no era un tejido que estuviese “de moda”, pero para mí era tan especial que no quería hacer con él tan solo cualquier cosa…
Durante un buen tiempo la tela permaneció en mi armario porque aún no sabía qué inventar con aquel pedazo de género que me había gustado a primera vista… y continuaba gustándome cada vez que, arreglando mis cosas, lo encontraba entre los otros tejidos. A algunos les encontraba utilidad, otros los regalaba, pero aquel lo guardaba, porque sabía que un día haría algo especial con él.
Hasta que un día, preparándome para un trabajo en las montañas, tomé el tejido y las tijeras e hice un mantón precioso… Repiqué todos los lados y quedó como si fuese un fleco. Lo doblé en diagonal, dejando una parte mayor que la otra, para que apareciesen dos hileras de flecos… Hice un broche con una rosa de satén, quemada por las puntas con el fuego de una vela y unas plumas que guardaba. Quedé encantada con el resultado…
Aquello que llevaba tanto tiempo guardado en poco tiempo se había transformado en un lindo mantón…
El tejido se deshilachaba por donde se había cortado el fleco y vuelta y media perdía un pedazo… pero esto, en vez de ponerlo feo, solo hacía que fuese cada vez más bonito… porque le daba una levedad todavía mayor… el viento ponía en movimiento aquel fleco dando ciertamente la idea de las alas del gavilán…
El caso es que si ya me encantaba aquel tejido, me encantó todavía más lo que había hecho con él. Y desde aquella vez que lo llevé para un trabajo en las montañas, a la gente le gustó… y yo me sentía acogida.
Claro que allí es normal que las mujeres lleven mantones… faldas largas… y cosas que no tienen necesariamente que estar “de moda”, la moda allí es otra y cada cual hace la suya según lo que le gusta, lo que le hace sentirse bien… Por eso… da gusto ver a las mujeres de allí con sus mantones coloridos y adornados, bordados con abalorios y semillas… con broches creados por la imaginación de quien tiene acceso al mundo de las hadas o de las soñadoras… negros cuando el momento es para estar en lo profundo… en las cuevas… cada cual aportando sus misterios.
Allí, con mi mantón y el broche con plumas… perlas y rosa, me sentía en casa… y nadie miraba para él con aquel enjuiciamiento que viene de fuera.
Enjuiciamiento que viene de fuera es aquel juicio que hacemos, basado en medidas y reglas que no vienen de dentro. Por ejemplo…
- Aunque te guste algo, juzgas no poder llevarlo puesto, porque no está de moda. O llevas lo que no te gusta por querer estar a la moda.
- Aunque te parezca absurdo lo que dicen y hacen algunas personas, acabas por creer en ellas y juzgarte inferior por no estar en concordancia con aquello.
- Aunque muchas declaraciones de líderes mundiales hieran los derechos humanos, son aceptados porque se les juzga según el poder económico que detentan…
En fin, hay mil maneras de juzgar al otro y a nosotros mismos conforme a ese tipo de evaluación que viene de fuera y que no tiene en cuenta nuestra verdad más profunda… y por eso nos aleja cada vez más del camino de vuelta a casa.
Y, por increíble que parezca, a la gente le gustamos mucho más cuando somos fieles a nuestra Alma y cuando honramos nuestra verdad. Entonces no importa la ropa que llevemos ni el color de nuestro mantón… todo parece estar bonito y en su lugar.
Cuando vamos vestidos con la verdad del otro, parece que llevamos puestas unas ropas que no nos corresponden… ni en el color ni en el estilo, y por eso a nadie le gustan… y mucho menos a nosotros mismos. Algunos incluso pueden fingir que les gustan, caso haya otros intereses en juego… pero ¿quién desea tener personas así a su lado?
Continuando con el cuento del mantón, un día tuve que ir a una fiesta que no era en las montañas… Y fui de la forma que a mí me gustaba, con mi mantón…
Claro que una parte de mí pensó que algunas personas podrían extrañarse de aquel trozo de tela medio deshilachado, sin remates y completamente “fuera de moda”. Pero yo me sentía tan bien con él que ni siquiera me importó esa parte… e incluso me olvidé de cómo estaba vestida… Recuerdo que nos reímos mucho y era muy bueno estar con personas queridas.
Y casi al final de la fiesta, una mujer muy elegante me preguntó dónde había comprado aquel mantón tan bonito…
La toma del mantón es una enseñanza Paiute poco conocida, que surgió en una época en que algunos miembros de los Piel Roja ya no conseguían vivir en el mundo de los blancos. Esos nativos americanos que eligieron volver para casa y abrazar las enseñanzas de sus Ancianos fueron los primeros en tomar el mantón.
El mantón simbolizaba el retorno al hogar y a los brazos de la Madre Tierra y significaba sentirse envuelto por su amor y su protección.
Jamie Sams
Sé que el camino que voy recorriendo de vuelta para Casa aún habrá de tejerse con muchos hilos… y todavía habré de cubrirme con muchos mantones, pero cada vez que me siento acogida por el Amor de la Gran Madre tengo la seguridad de que cuanto más profundizamos nuestras raíces en la Tierra, más nos abrimos para recibir las bendiciones del Padre del Cielo.
Publicado dia 3/13/2009 1:12:48 PM em STUM WORLD
