El gigantismo y la impersonalidad del Estado moderno son rechazados por el anarquismo. Los anarquistas quieren crear un compañerismo entre individuos y eliminar el distanciamiento entre los hombres, así como el inicio de las actividades sociales necesarias.
Por tanto, lejos de predicar el colapso de la sociedad con la destrucción del Estado, los anarquistas quieren reforzar los lazos y los valores sociales a través del fortalecimiento de las relaciones comunitarias en los niveles más básicos. Su idea es revertir la pirámide del poder, representada por el Estado. Entienden que la responsabilidad empieza entre individuos y pequeños grupos, y no de la autoridad que baja del cielo político por la escalera de la burocracia. Nadie puede evaluar mejor esas necesidades que aquellos que las sienten.
Aquí hay que hacer un paréntesis y determinar la diferencia vital entre anarquistas y marxistas, por lo menos de la forma como los marxistas han venido actuando. A causa de la teoría de Marx, del dominio del factor económico en la explotación del hombre por el hombre, sus seguidores tienden a ignorar las características vitales de otras formas de poder. Como resultado, no solo han elaborado la teoría de la dictadura del proletariado, sino que además han demostrado su falta de validez dejando que la dictadura se convirtiese en un mezquino gobierno partidario en todos los países comunistas. Al ignorar los procesos del poder, los revolucionarios que se decían seguidores de Marx han destruido la libertad con tanta eficacia como cualquier bando de generales sudamericanos.
Los anarquistas tienen la irónica ventaja sobre los marxistas de nunca haber establecido una sociedad libre conforme a sus ideales, a no ser durante poco tiempo y en áreas restrictas y, por lo tanto, no pueden ser acusados de fallos en su evolución.
Las semillas de los grandes movimientos anarquistas están en un trío compuesto por Pierre-Joseph Proudhon (el primer hombre en aceptar el rótulo de anarquista con orgullo y desafío), el ruso Michael Bakunin, que se ocupaba de incitar a la insurrección a las minorías eslavas en el Imperio Austriaco, y el alemán Karl Marx, notable creador de expresiones históricas, que en aquella época era la fuente más irreprensible de la metafísica alemana. La contribución de este último a aquella unión consistía, aparentemente, en largas exposiciones de la filosofía de Hegel para el perfeccionamiento de sus compañeros. Marx sería el ancestro del actual comunismo autoritario, pese a que Engels y él solo han publicado el Manifiesto Comunista en 1848. Proudhon y Bakunin se convertirían en los fundadores del anarquismo, como movimiento revolucionario social. Con el tiempo las animosidades llegarían a separarlos, e incluso en 1840 sus relaciones eran cautelosas. Había un contraste entre el dogmatismo rígido de Marx y la flexibilidad exploratoria de Proudhon. Así habló Bakunin sobre Marx:
Marx y yo éramos amigos en aquella época. Nos veíamos con frecuencia, pues lo respetaba por su sabiduría y devoción seria y apasionada, si bien con cierta vanidad personal, a la causa del proletariado, y acudía a él por su conversación siempre inteligente e instructiva. Pero no había intimidad entre nosotros. Nuestros temperamentos no se adaptaban. Él me llamaba idealista sentimental, y estaba en lo cierto. Yo le llamaba vanidoso, traicionero y ardiloso, ¡y yo también estaba en lo cierto!
Durante algún tiempo Marx y los dos anarquistas fueron de la misma opinión de que las grandes revoluciones anteriores al siglo XIX, como la Revolución Inglesa del siglo XVII y las Revoluciones Francesa y Americana del siglo XVIII, avanzaron poco en dirección a una sociedad justa, porque fueron revoluciones políticas y no sociales. Reajustaron el patrón de autoridad, dando poder a nuevas clases, pero no modificaron efectivamente la estructura social y económica de los países donde se produjeron. El gran eslogan de la Revolución Francesa, libertad, igualdad y fraternidad, se había convertido en un chiste, ya que la igualdad política era imposible sin igualdad económica. La libertad dependía de que el pueblo no fuese esclavizado por la propiedad, y la fraternidad era imposible a través de la brecha que a finales del siglo XVIII aún separaba a ricos y pobres.
Ni Marx, Bakunin o Proudhon consideraron la posibilidad de que tales resultados pudiesen ser heredados del proceso revolucionario, cuya experiencia en el siglo XX sugiere que siempre se impone la sustitución de una elite por otra. Pero Proudhon y Bakunin entendieron, más claramente que Marx, que una revolución que no se deshace de la autoridad creará siempre un poder más penetrante y más duradero que aquel al que sustituyó. Ellos sostenían que podría ser posible una revolución sin autoridad, que destruyese las instituciones poderosas y las sustituyese por instituciones de cooperación voluntaria.
Marx fue más realista. Reconocía el papel del poder en las revoluciones, pero creía que a través del partido sería posible crear una nueva forma de poder, el poder del proletariado, que al final se disolvería y produciría una sociedad anarquista ideal, la que él consideraba objetivo final del esfuerzo humano. Bakunin estaba en lo cierto al acusar a Marx de excesivo optimismo, profetizando que la organización política marxista se convertiría en una rígida oligarquía de funcionarios y tecnócratas.
Solamente en 1860 esas aspiraciones empezaron a aglutinarse en un real movimiento anarquista. Durante la ola de revoluciones que barrió Europa en 1848, tanto Bakunin como Proudhon se implicaron. Un año más tarde, Proudhon fue detenido, por sus críticas al presidente recién-elegido, Luis Napoleón Bonaparte (sobrino del verdadero Napoleón), que más tarde se convirtió en emperador con el nombre de Napoleón III. Proudhon pasó el resto de su vida en prisión o en el exilio. Al final de su vida, lo que sucedió en 1865, escribió “De la capacidad política de las clases trabajadoras”, donde sostenía que los partidos políticos eran operados por miembros de una elite social y que los trabajadores solo controlarían sus propios destinos cuando creasen y controlasen sus propias organizaciones para cambiar la sociedad. Muchos trabajadores franceses fueron influidos por esas ideas, formando un movimiento que visaba la regeneración de la sociedad por medios económicos. Se autodenominaban mutualistas, pero eran esencialmente anarquistas, que querían alcanzar sus resultados pacíficamente, a través de la cooperación entre productores.De las asambleas de 1862 a 1864, entre los discípulos franceses de Proudhon y los sindicatos ingleses, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Primera Internacional. Los seguidores de Marx sostenían que éste había fundado la Internacional, pero verdaderamente, no tomó parte en las primeras negociaciones. En el encuentro final en Londres, el 28 de septiembre de 1864, en el cual la Asociación quedó establecida, Marx era solamente “una figura muda en la plataforma”, como él mismo declaró.
Por tanto, la Primera Internacional nunca fue de mayoría marxista. Incluía a socialistas, varios tipos de anarquistas y personas que no se encajaban en ninguno de los dos. Nadie sabe cuántos miembros tuvo. Tanto sus defensores como sus enemigos, por varias razones, tienden a exagerar su número de socios y su influencia. No hay duda de que, principalmente en los países de lengua latina de la Europa Meridional, la Asociación estimuló a los obreros y campesinos a luchar por sus derechos, como nunca lo habían hecho antes.
Sin embargo, pese a toda devoción y elevadas aspiraciones, la Internacional se convirtió en un campo de batalla de ideologías y de personalidades. Proudhon estaba muerto cuando la Asociación se convirtió en una organización activa, en 1865, y las diferencias que empezaron a aparecer entre el trío de revolucionarios, años atrás en París, sobrevivieron y se agrandaron en la Internacional. El conflicto entre Marx y Bakunin no apenas reflejó diferencias de temperamento entre los protagonistas, sino además diferencias fundamentales de ideas, o sea, de finalidades entre socialistas autoritarios y anarquistas libertarios. Marx y sus seguidores, que tenían mejor táctica, lograron afirmarse en posición de poder organizativo. Fue Marx quien redactó las reglas de la Asociación y obtuvo el control virtual del Consejo General, establecido en Londres. Su influencia en las sucursales, principalmente en los países latinos, no era tan fuerte, y los congresos anuales se convirtieron en batallas entre Marx y Bakunin (quien lideraba los contingentes ((Donde floreció el mayor movimiento anarquista del mundo)) españoles(*), italianos y franco-suizos). Autoritarios contra libertarios, acción política contra acción industrial, dictadura del proletariado transitoria contra abolición inmediata de todos los poderes del Estado: el debate continuó, y los dos puntos de vista eran irreconciliables. El debate se transformó en conflicto, y en 1872 los marxistas expulsaron a Bakunin y trasladaron el Consejo General a Nueva York, donde quedaría fuera del alcance de los anarquistas. Por eso la organización murió en 1874. En cambio, los anarquistas establecieron su Internacional rival, que sobrevivió a los restos marxistas durante tres años y terminó en 1877.
El movimiento anarquista sobrevivió como ideología y no como organización en grupos aislados e individuos que se mantenían en contacto, dando conferencias que amedrentaban a los doctores y raramente los unían. Algunos individuos dedicados y talentosos, como Peter Kropotkin y Enrico Malatesta, moldearon la ideología anarquista entre 1880 y 1900. En un extremo estaban los seguidores de Leon Tolstoi, que predicaba la resistencia no violenta que influenció a Gandhi en su estrategia del Satyagraha (desobediencia civil), que finalmente dio la independencia a la India. Otros se dedicaron a las escuelas libres o a las comunidades donde se intentaba vivir comunitariamente, sin las restricciones impuestas por la teoría utópica. Otros aún, buscaron la alianza entre el anarquismo y la revolución del movimiento artístico que en el cambio de siglo inició el movimiento modernista en Europa, principalmente en Francia. Pintores como Pissarro, Signac, Valminck y el joven Picasso se autodenominaron anarquistas, al igual que el poeta Mallarmé y el escritor Oscar Wilde.
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