Lo primero que veía el niño cuando salía de la escuela era el sombrero del abuelo. Después la gran mano de dedos finos haciéndole señas.
Al llegar a casa, el almuerzo estaba preparado. El niño lavaba el rostro y todo el brazo, desde los codos. Y se sentaba a la mesa al lado del abuelo.
El abuelo le hacía el plato preguntando con una voz muy bajita:
- ¿Está bien así? Mirando una cuchara medio llena de arroz. Es el niño quien sabe el tamaño de su hambre…
Y el niño hacía que sí con la cabeza, mirando para la fuente de patatas fritas. Y le gustaba ver su reflejo en la puerta de espejo de la cristalera del comedor. Era como si pudiese mirarse a sí mismo. Aprobándose.
El abuelo hablaba en el intervalo de las cucharadas y de su boca salían ríos caudalosos cortando matas salvajes, indios cazando jaguares moteados, cascadas precipitándose por las costaneras de las montañas.
Y el abuelo imitaba, alguna que otra vez, el piar de la lechuza.
Y el niño sonreía confiado, al ver el pico que su abuelo ponía reflejado en el cristal de espejo de la puerta de la cristalera del comedor. Aprobándolo.
A los postres, el abuelo se esmeraba en la conversación y enseñaba al niño cómo hacían los monos para comer los plátanos. Lo hacían muy bien. ¡Parecían humanos!
Y el niño se divertía al ver al abuelo comiendo el plátano como los monos. Y miraba a los dos reflejados en la puerta acristalada. Unidos.
Después del almuerzo el abuelo se echaba un rato en el sofá de la sala. Ponía el sombrero sobre la cara para hacer de cuenta que era noche.
Y el niño corría para el patio a hacer el pino. Y le gustaba ver el mundo al revés. Patas arriba.
Un día el abuelo no apareció por la escuela. Y no había almuerzo preparado en la mesa.
Y el niño vio una lágrima correr por su rostro en el cristal de espejo de la puerta de la cristalera.
Solamente por la noche se fue de la mesa para el patio. Vio en el cielo una estrella y le dio el nombre del abuelo. Y ella le hizo un guiño plateada en la oscuridad del infinito.
Después que el sol se fue y volvió muchas veces, el niño dejó de sentirse tan solo. Y fue entonces cuando se fijó en que el sombrero del abuelo estaba encima de la cristalera del comedor.
Fue solamente ese día cuando el padre del niño le dijo que ahora podría quedarse con el sombrero del abuelo.
Pero solamente hasta el día en que tuviese su primer hijo.
Entonces él tendría que ir a buscarlo a la escuela… ¡muchas y muchas veces!
Izabel Telles é terapeuta holística e sensitiva formada pelo American Institute for Mental Imagery de Nova Iorque. Tem três livros publicados: "O outro lado da alma", pela Axis Mundi, "Feche os olhos e veja" e "O livro das transformações" pela Editora Agora. Visite meu Instagram. Email: Visite o Site do Autor