Todo nos lleva a suponer que la capacidad de las personas para vivir solas está aumentando. O sea, es cada vez mayor el número de hombres y mujeres que se sienten razonablemente en paz consigo mismos, que son capaces de entretenerse con sus quehaceres e intereses, que saben ir a un cine o a un bar sin sentirse humillados por la falta de compañía. Por cierto, el aspecto social, también muy importante, empieza a verse alterado.
Hasta hace poco, la persona soltera era discriminada y rechazada. Quien no estaba casado era mirado como portador de status social inferior. Había, por tanto, una fuerte presión en dirección al matrimonio. Siempre que constato ese tipo de presiones soy tentado a desconfiar de las “delicias” del objetivo que se pretende imponer. ¡Si fuese todo tan bueno no sería necesario presionar tanto!
La capacidad para una razonable auto-suficiencia es una de las más importantes adquisiciones del hombre contemporáneo. Es fruto del gran empeño que hemos puesto en dirección al auto-conocimiento y la introspección. El progreso tecnológico, que nos ha dado televisión, videocasete y tantos otros equipamientos, también ha venido contribuyendo a que nuestras horas solitarias sean pasadas de modo agradable y rico. Con todo eso, es natural que muchos de nosotros prefieran permanecer solos antes que estar mal acompañados. Los malos matrimonios, soportados tan solo por motivo de las inseguridades y los temores a enfrentarse a un futuro incierto y eventualmente solitario, tienen los días contados.
Las relaciones ricas, plenamente gratificantes, basadas en el respeto mutuo, en la comprensión y en el deseo profundo de contribuir a que la persona amada sea lo más feliz posible, continuarán existiendo y floreciendo como vida en común. Ello siempre que no existan impedimentos externos comprometedores (hijos de relaciones anteriores en actitud destructiva, graves dificultades económicas y divergencias prácticas o filosóficas de envergadura), que pueden ir minando las bases de la alianza afectiva. Pero ¿cuántos son estos matrimonios? ¿Un 10%? Quizá ni siquiera eso.
Lo que está sucediendo, a mi modo de ver, es una importante modificación en las personas capaz de llevarlas a mirar mejor el fenómeno del amor y la institución matrimonial. Como ya no están desesperadas por unirse a alguien a toda costa, pueden, en primer lugar, comprender que el amor es una cosa y el matrimonio es otra.
El amor es una sensación de paz y cercanía protectora que sentimos cuando estamos junto a una persona, que por innumerables motivos, se ha convertido en especial y única para nosotros. El matrimonio es una sociedad civil complicada, últimamente poco afortunada y generadora de conflictos. Habrá que examinarlo a la luz de la razón y no desde el punto de vista del amor. Es lógico que nadie va a querer vivir junto a alguien que no provoque placer romántico. Pero no es solo esto lo que determinará el establecimiento de la sociedad conyugal.
Las dificultades prácticas del convivir llevarán a las personas, según creo, a establecer una convivencia en términos de noviazgo: cada uno vivirá en su casa, con sus finanzas propias, su estilo de vida y sus problemas individuales. Si las dificultades objetivas no existen y hay metas en común que justifiquen el establecimiento de un vínculo societario, entonces las personas van a contraer matrimonio. Es el caso, por ejemplo, de las parejas que efectivamente desean tener hijos y patrimonio en común. La frecuencia de matrimonios será mucho menor, pero su calidad tenderá a ser mejor. Y quien no quiera ese tipo de vida, permanecerá solo y buscará la felicidad por otros caminos.
Publicado dia 6/10/2009 3:12:01 PM em STUM WORLD
