La mayoría de los seres humanos pasa toda la vida debatiéndose entre estos dos símbolos: el infierno y el paraíso. Está claro que todos anhelan el paraíso, y muchos están convictos de que es un lugar perfecto, a donde iremos después de la muerte y en el cual el dolor y el sufrimiento son inexistentes.
Sin embargo, si observamos con atención, podemos percibir que las características que definen ambos lugares coexisten todo el tiempo aquí mismo en nuestro planeta.
Si consideramos que el infierno es un estado en que la luz se encuentra momentáneamente ausente y el paraíso, la condición en que ella brilla en toda su intensidad, podemos inferir que ellos se refieren a nuestro propio interior.
Cuanto más identificados estemos con lo negativo y los sentimientos que hace brotar en nosotros, como: el resentimiento, el odio, el deseo de venganza, más fuertemente experimentaremos el infierno.
El sentimiento de víctima también es un componente esencial del infierno interior, pues nos paraliza en un estado de permanente lamentación, y nos hace echar sobre el mundo la responsabilidad de nuestra infelicidad.
Cuando, por el contrario, cambiamos de rumbo y nos conectamos con el bien, la luz y la capacidad de trasmutar cualquier suceso, por más negativo que sea, en una oportunidad de crecimiento interior, pasamos a vivenciar el otro polo y descubrimos que es posible experimentar el paraíso en el presente, en vez de esperar por él como una promesa solamente alcanzable en un futuro lejano.
“La vida ha de ser cuidada de manera muy realista. Tenéis que mirar dentro de vuestros problemas, tenéis que ir a sus verdaderas raíces, tenéis que quemar la verdadera raíz de vuestros problemas…
¿Estabais buscando un paraíso?
Es lo que han venido haciendo las personas durante muchas generaciones. Ellas no se modifican a sí mismas, sino que buscan un paraíso, pero donde quiera que vayan, allí crearán el infierno.
Ellas son el infierno. La cuestión no es encontrar el paraíso en algún lugar. A menos que ya lo tengas en ti, no habrás de encontrarlo en ningún otro lugar.
Anubodhi me contó una bella parábola:
Una vez conocí a un hombre que había ganado un viaje, con todos los gastos pagados, a ambos lugares, el paraíso y el infierno. Le preguntaron a dónde le gustaría ir primero. “Me gustaría visitar primero el infierno”, contestó. Y se tomaron providencias para ello.
Llegando al infierno, una gran visión sorprendió sus ojos. Él se encontró a sí mismo en un gran banquete, en el cual largas mesas estaban repletas de todos los tipos de comida imaginables.
Las personas se sentaban a lo largo de las mesas, con los cubiertos puestos sobre la comida, que estaba cocinada deliciosamente y llenaba el aire con tentadores aromas – pero nadie estaba comiendo. El hombre estaba perplejo, pero cuando miró desde más cerca observó que todas las personas padecían una extraña parálisis en el codo. Lo intentaban bravamente, pero no podían llevar la comida a la boca.
Entonces esto es el infierno, pensó el hombre, vivir en un universo abundante, abundante en todo lo que una persona pueda necesitar o desear, pero privarse en medio de la hartura, incapaz de satisfacerse a sí mismo.
Saliendo fuera, el hombre pidió ser transportado al paraíso. En el paraíso, vio el mismo gran banquete en el zaguán, repleto con las mismas largas mesas, recubiertas con la misma deliciosa comida. Mirando desde más cerca, notó que las personas padecían la misma parálisis en el codo.
“¡Este es el paraíso!”, lloró casi gritando. Pero después de una inspección más próxima, notó una diferencia: Vio que entre el paraíso y el infierno había una pequeña particularidad que marcaba toda la diferencia. Y era que en el paraíso estaba cada uno de ellos alimentando al otro.
Estaban paralizados del mismo modo, pero estaban alimentando al otro. Era imposible traer la comida a sus propias bocas, pero era posible nutrir a los otros, y los otros los estaban nutriendo a ellos.
Esta era la única diferencia. Pero la diferencia es interior. La compasión tiene que despertar. A menos que seas un bodhisattva, donde quiera que estés te sentirás en el infierno. Cuando la pasión se transforma en compasión… entonces, donde quiera que estés, estarás en el paraíso. Este es el único paraíso que hay.”
Osho, El Sutra diamante.