En nuestra sociedad moderna – técnica y materialista – a nadie se le orienta para que dé atención a sus sueños. No siempre ha sido así, pues en nuestro pasado, y aún hoy en otras culturas, es tradición dar importancia a los sueño.
Vivimos en un mundo donde la mentalidad iluminista enseña a ver solo lo que está explícito, no importando más que lo que se puede tocar – manipular/controlar; naturalmente, hay prejuicio y desprecio por la experiencia interior, por las manifestaciones inconscientes, cuyo significado práctica solo puede ser rescatado y comprendido con la ayuda del especialista.
Siendo así, la existencia del inconsciente, aunque verificada todos los días, puede ser negada o relegada a un segundo plano. Se nos dice que, para evitar problemas y confusión, es mejor mantener una distancia segura y evitar el contacto efectivo e íntimo con el Inconsciente. De modo bastante concreto se nos induce a permanecer en la periferia de nuestra experiencia de vida; o sea, circunscritos al ego – funcionamiento del campo consciente (estado de vigilia).
Viceversa hay una “inconfesable y no disimulable” necesidad de la experiencia religiosa o mística: lo cual significa que, por más que nos esforcemos, no logramos alejar del todo, de la conciencia, la noción de que hay mucho más para ser vivido: ¡la totalidad de las posibilidades y alternativas humanas nos acompaña inexorablemente! Jung decía que “por más que nos esforcemos por alejar a la naturaleza, ella siempre vuelve…”
Es de dominio común el hecho de que nos sentimos limitados, repetitivos, como circunscritos en exceso a los estrechos límites de nuestra experiencia personal. Quien siente esto necesita dar un paso adelante en su evolución psicológica, ha de ampliar su propia noción de YO para abarcar otras esferas de sí mismo.