El otro día, durante una vivencia, allá en las montañas, con una ramita de romero en las manos… y los pies dentro de la piscina… diciendo al agua “¡Yo te Amo!”, mientras movía la ramita de un lado para otro… me sorprendió ver que el roce entre la ramita y el agua me trajo una gran alegría y una sensación de conexión… Parecía un crío que descubre que, de un movimiento espontáneo surge algo más…
Hice dibujos del infinito en el agua mientras permanecía diciendo ¡Yo te Amo! ¡Yo te Amo!
Jugando con el agua, sentí que el grupo y yo parecíamos todos niños jugando…
El trabajo se reveló como la cura del niño y fue muy fuerte… con una increíble sintonía… cada cual fue tocado en el punto que propició una gran liberación… pero aquel momento del agua para mí fue muy sagrado…
La víspera del tan comentado 09.09.09, estaba ya acostada preparándome para dormir y con mucho sueño… y sentí deseos de conectarme con Dios… Solo que el sueño no me daba tiempo para grandes preparativos y pedí de repente…
- ¡Dios, habla conmigo!
En el mismo momento me vino aquella escena de la piscina donde yo jugaba con la ramita de romero en el agua… Me vino tan viva y tan real que parecía que yo estaba allí con el grupo y… el roce del romero con el agua me daba la sensación perfecta de conexión.
Permanecí allí… disfrutando de lo bueno que era sentir aquella vibración…
Fue cuando sentí mi corazón crecer… verdaderamente no sé siquiera si era crecer, lo que parecía era que mi corazón estaba fuera y dentro de mi cuerpo… era una sensación física tan real que tuve que tocar con la mano para ver si era verdad…
Era algo nuevo que nunca había sentido antes… pero muy bueno y reconfortante.
Comprendí que allí con el romero en el agua, Dios estaba hablando conmigo.
Hablar con Dios puede ser tan sencillo como jugar con el agua, somos nosotros quienes no lo creemos así. Allí nuestro crío sabía el camino…
Siempre lo sabe…
Dios está en las cosas simples y sencillas… ¿cómo podría no ser así?
Pero el adulto en nosotros quiere crear tantos caminos, algunas veces complicados, para una conexión que puede ser tan simple y natural.
Al día siguiente, al contar esta experiencia a Lucimara, que participaba del curso, ella me dice que ha sentido algo parecido. Que cuando ella pasó el romero por el agua tuvo la sensación de estar cortando un velo que permitiría el acceso a una dimensión más elevada… Como si el velo que estaba cortando fuese la cuarta dimensión que permitía entonces, el acceso a la quinta dimensión…
Fue tan especial ese grupo que parecía un reencuentro… y lo era. Y ha quedado claro que el niño interior es el camino para hablar con Dios… Tal como nos enseña el Ho’oponopono.
El crío saludable nos lleva a Dios… sabe el camino de casa… ¿Dónde fue que escondimos ese niño o que perdimos contacto con esa parte nuestra tan sagrada?
El Ho’oponopono limpia las memorias equivocadas que impiden que nuestro niño nos sople lo Divino en cada respiración.
Encontré estos versos de Fernando Pessoa, que me han encantado y quiero compartirlos con vosotros:
A criança que fui agora chora na estrada.
Deixei-a ali quando vim ser quem sou.
Mas hoje, vendo que o que sou é nada,
quero ir buscar quem fui onde ficou.
(El crío que fui ahora llora en el camino.
Lo he dejado allí cuando vine a ser quien soy.
Pero hoy, viendo que lo que soy es nada,
Quiero ir a buscar quien fui donde quedó.)