La mayoría de las quejas que recibo en mi consultorio es sobre la decepción que las personas nos ocasionan, principalmente en las relaciones afectivas, y todos buscan comprender las posibles causas. Está claro que no podemos responder por nadie, pero sí reflexionar un poco sobre el asunto.
¿Cuántas veces has esperado que alguien tuviese una actitud en una determinada situación y te has decepcionado porque la persona nada hizo, o si lo hizo, fue algo que estaba lejos de lo que esperabas? Todos sabemos que crear expectativas es el mejor camino para la decepción, pero cuál de nosotros no espera ser reconocido, valorado, no solo por lo que hace, sino principalmente, por lo que es? Sí, nosotros mismos debemos aprobarnos, reconocernos y aceptarnos, pero ¿hay relación sin intercambio?
El ser humano necesita cuatro condiciones básicas para vivir: atención, admiración / reconocimiento, afecto/amor y aceptación. Al recibir esto de los que nos son queridos y, especialmente, de la persona amada, muchas de nuestras necesidades emocionales quedan satisfechas, pero si no lo recibimos, la tendencia es sentirnos sin valor alguno y, así, todo parece vacío, sin sentido de existir.
Claro que no podemos ni debemos colocar nuestro valor – en cuanto persona – en manos de nadie, pero ¿quién no espera un abrazo en un momento de dolor? ¿Una mano tendida cuando se encuentra perdido? ¿Una palabra amiga cuando nos sentimos débiles? ¿Un sencillo y simple gracias por todo lo que se ha hecho por otro? Cualquier necesidad que tenemos, sobre todo nuestras necesidades emocionales, cuando no son suplidas, generan insatisfacción, decepción y algunos conflictos internos que no siempre percibimos. Y cuando esto ocurre es inevitable que nos sintamos desamparados y totalmente perdidos.
Lo que más queremos es que la persona que amamos esté a nuestro lado, incondicionalmente, que se acerque lo más posible a aquello que esperamos y sentimos en nuestro corazón; pero casi siempre, sus actitudes, o la falta de ellas, se hacen muy distantes de nosotros y de aquello que necesitamos, y en este momento constatamos una cruel realidad: ¡estamos solos! Solos en el dolor, en el sufrimiento, en la búsqueda de una salida o un camino menos doloroso. ¡Queremos a alguien que nos salve! Nos saque de este lodazal de sufrimiento. Pero ¿quién podrá hacer esto por nosotros?
Muchos de nosotros pedimos y esperamos tan poco, que incluso ese poco, algunas personas son incapaces de darnos: un abrazo, una atención, una palabra, cariño, comprensión, apoyo, exactamente en un determinado momento en que más lo necesitamos.
Y al sentirnos solos, literalmente abandonados, entramos en desesperación y empezamos a demandar, algunos llegan a exigir aquello que no están recibiendo, lo cual vuelve la relación insoportable para ambos.
Muchas veces nos olvidamos de que cada uno da solo de lo que tiene. ¿Será que sirve de algo pedir, implorar, algo que no se nos da espontáneamente? Algunas personas dicen amar y ni siquiera perciben el grito de socorro de aquellos que claman por amor y atención. Y ese grito puede transformarse en diversas formas de suavizar un dolor... ya sea comiendo, bebiendo, durmiendo, trabajando excesivamente, en fin, intentando huir de lo que tanto duele. Todo para colmar un vacío que nada parece conseguir llenar.
Verdaderamente, quien no logra donarse, escuchar al otro, es porque no logra oír ni siquiera su propio susurro en una noche silenciosa. Pasa por alto al otro en la misma proporción en que se pasa por alto a sí mismo. Algunas personas a lo largo del tiempo se vuelven agresivas como forma, aunque inconsciente, de defenderse. Incluso deseando una palabra amiga, solo saben devolver agresión, quizá la misma que han recibido en algún momento de su vida, pero nadie quiere ser el saco de golpes de nadie, ¿no es cierto?
No siempre lo que se expresa en palabras representa lo verdaderamente sentido, pero ¿cómo vamos a distinguir si lo que se ha dicho es sincero o no es más que un desahogo de dolor? ¡Solo sabemos que nos hacen daño! A veces, nos lastiman para siempre, por más que se pueda perdonar, la cicatriz permanecerá.
Y así, lloramos, y en lágrimas acabamos por enfermar. Sentimos el dolor en nuestra alma e incluso cuando miramos al lado y vemos que hay alguien, aún nos sentimos completamente solos, nos sentimos más desvalorizados, menospreciados; así, aún más lastimados nos quedamos. Nos sentimos solos en el amor que expresamos, en el dolor que sentimos. Solos en la atención esperada y en el desprecio recibido. Sufrimos, sí, cuando esperamos una atención que nunca recibimos, unas palabras que nunca se transforman en actitudes concretas. Y pasan minutos, horas, días y meses que se convierten en años y seguimos permitiendo que nuestro sufrimiento se prolongue. ¿Por qué? ¿Por la falta de actitud del otro? ¡No! Sufrimos por nuestra propia falta de actitud al aceptar que tal situación se mantenga. ¡Sufrimos cuando somos rígidos y nos resistimos a cambiar! ¡Sufrimos cuando no tenemos el coraje de decir basta! Sufrimos cuando nos empeñamos en mantener una relación por miedo a quedarnos solos, incluso cuando ya estamos solos desde hace años. Sufrimos cuando no nos sentimos amados, no recibimos atención, no nos sentimos importantes, cuando nuestras necesidades y nuestros sentimientos no son respetados. Pero, con toda seguridad, sufrimos mucho más cuando nos sentimos incapaces de darnos todo esto a nosotros mismos, independientemente de la situación externa.Mientras esperes que el otro seque tus lágrimas, venga a salvarte, te dé un abrazo o una palabra de esperanza, te haga creer que eres importante... y por más que esperas nada recibes, pregúntate: ¿hasta cuándo?
¿Será que no estás solo prolongando tu sufrimiento hasta un punto en que ya no tendrás fuerzas para salir de donde estás en este momento? ¿No será ahora el momento de reaccionar?
Conversa con la persona que amas y si percibes que ella es incapaz de darte lo que tanto necesitas, al menos en este momento, evalúa nuevamente si merece todo tu sufrimiento, todas tus lágrimas, alguien que ni siquiera se da cuenta de cuánto te hace sufrir. El otro puede, si quiere, cambiar, pero no podemos permitirnos sufrir tanto, dilacerar nuestra alma por quien no advierte nuestro real valor.
Mira bien dentro de ti y acuérdate de cuántas situaciones difíciles has logrado ya superar. ¡Esa misma fuerza aún está dentro de ti! Búscala, aunque esté muy escondida en medio de tanto dolor. ¡Encuentra tu fuerza, tu coraje, determinación, esperanza y haz algo por ti mismo, sencilla y solamente por ti! ¿Y el otro? ¡Aprende con todo lo que te ha hecho, ya que en medio de tanto dolor es posible siempre aprender y crecer! Considera tu realidad y no las ilusiones que has creado en función de tus necesidades. Al fin y al cabo ¿tú deseas crecer, ser feliz, o continuar llorando y esperando por aquello que está tan distante de lo que deseas para tu vida? ¡Solo tú podrás responder! ¡Pero recuerda que la atención y el amor por ti mismo(a) solo dependen de ti!
Rosemeire Zago é psicóloga clínica CRP 06/36.933-0, com abordagem junguiana e especialização em Psicossomática. Estudiosa de Alice Miller e Jung, aprofundou-se no ensaio: `A Psicologia do Arquétipo da Criança Interior´ - 1940.
A base de seu trabalho no atendimento individual de adultos é o resgate da autoestima e amor-próprio, com experiência no processo de reencontrar e cuidar da criança que foi vítima de abuso físico, psicológico e/ou sexual, e ainda hoje contamina a vida do adulto com suas dores. Visite seu Site e minha Fan page no Facebook. Email: [email protected] Visite o Site do Autor