¿Quien no conoce un “leve” psicópata? Después de haber leído el libro “Mentes Peligrosas”, de la psiquiatra Ana Beatriz Barbosa Silva, verás que sí, conoces ¡y muchos!
Ellos son narcisistas, egocéntricos. Piensan mucho y sienten poco. Toman decisiones a partir de cómo pueden salir beneficiados con placer, auto-satisfacción, poder, status y diversión.
Además de poner el placer en lo “equivocado”, es decir, de nadar contra corriente, fácilmente se ofenden y se vuelven violentos, pues no soportan contrariedades. Son siempre víctimas.
Intolerantes al tedio o a situaciones rutinarias, los psicópatas buscan situaciones que puedan mantenerlos en un estado permanente de alta excitación. Por eso evitan actividades que demandan gran concentración durante largos períodos. Los compromisos y obligaciones nada significan para ellos.
Naturalmente, las personas así no son dignas de confianza. Mienten, manipulan y chantajean sin la menor dificultad. Inteligentes, manipuladores, especializados en el acoso psicológico, saben convencer a los demás. Conocen las debilidades ajenas, pese a no ser capaces de sentir lo que los otros sienten.
Un dato importante: todo psicópata, en más leve o más alto grado, tiene conciencia de sus actos, pero no siente el dolor que causa a otros, porque simplemente su cerebro no funciona así.
Comprendámoslo mejor. La gran mayoría de los seres humanos está formada por empáticos: el sufrimiento ajeno les produce dolor en sí mismos, lo cual los lleva a intentar ayudar a sus semejantes. Ayudar al otro es una forma de aliviar el dolor que éste les causa. De esta forma, nuestro cerebro nos lleva a tener comportamientos que garantizan la armonía social.
De modo simple y didáctico, podemos resumir nuestro cerebro en dos importantes áreas: el sistema límbico (la sede de las emociones) y el lobo frontal (sede del raciocinio).
Una persona empática es capaz de tener actos compasivos y socialmente adecuados pues, como su sistema límbico es activado por emociones básicas, como rabia y miedo, envía señales al lobo frontal, donde son activadas las áreas responsables por los aspectos cognitivos – fríos y racionales, así como el juicio moral.
Estudios comprueban que el 4% de la población mundial sufre un déficit en los circuitos del sistema límbico, que deja de transmitir, de forma correcta, las informaciones para que el lobo frontal pueda desencadenar comportamientos adecuados. O sea, llega menos información del sistema afectivo al centro ejecutivo del cerebro. Así, el lobo frontal, sin datos emocionales, prepara un comportamiento lógico y racional, pero desprovisto de afecto. ¡Por eso ellos tienen conciencia de sus actos, pero no sienten el dolor que causan a los otros!
De esta forma, los psicópatas no sienten miedo ni ansiedad: parecen inmunes al estrés. Permanecen calmos en situaciones que harían entrar en pánico a otras muchas personas. Son indiferentes a la amenaza de punición. Ellos tienen incluso dificultad para reconocer miedo y tristeza en los rostros y en las voces de las personas.
Una vez que admitimos que una persona es así, biológicamente incapaz de responsabilizarse por sus actos, nos quedamos atónitos. Según la psiquiatra Ana Beatriz Barbosa Silva, estas personas nacen así y van a morir así.
¡Entonces, desiste de querer cambiarlos!
Pero ¿cómo lidiar con ellos? ¿Cómo sentir compasión por esas personas capaces de herir y destruir la vida de tantas otras personas?
He venido pensando bastante sobre eso. En primer lugar, creo que puede ser importante admitir que ciertas personas son de veras así. No es preciso que las rotulemos como psicópatas, asociándolas a personas criminales e intencionalmente agresivas. Tan solo reconocer que ciertas personas son de veras un poco así.
Un poco es un dato relevante. ¡Reconocer este poco ya habrá de ayudarnos mucho! Pues pasaremos a invertir en las relaciones con una moneda de cambio más real y coherente.
Por ejemplo, cuando alguien nos mantiene rehén de sus promesas. Parece que lo mejor está siempre por venir y que nos corresponde a nosotros, tan solo a nosotros mismos, saber contener nuestra ansiedad, responsabilizarnos por los daños de la espera y “confiar en ellos”. Como personas empáticas, no somos impulsivos. Sin embargo, cuando las promesas se revelan como mecanismos de control para mantener la situación vigente, ¡debemos abrir los ojos!
En estos casos, aquí va un consejo: no confundas lo que una persona dice tener para ofrecer, con ella misma. ¡Su capacidad de llevar a cabo lo que dice no es real!
Por tanto, lo primero que hay que hacer es ajustar la intención con que se revelan las promesas, a la realidad concreta de los hechos. Una vez recuperada la lucidez de nuestra real situación, tenemos que prepararnos para contemplarlo desde una nueva perspectiva. Como dice el viejo refrán: “más vale pájaro en mano que ciento volando”.
Detente y reflexiona. ¿Estás siendo rehén de alguna promesa manipuladora? En caso de que la respuesta sea sí, calma. Incluso consciente de tu limitación, será preciso ir poco a poco. Busca ayuda en aquellos que han sabido reconocer y superar relaciones semejantes. Una vez libres de tal juego seductor, podremos sentir compasión por ellos. Pero antes de esto, es preciso curarnos.
¡Recuerda, ellos no cambian y no serás tú quien va a demostrar lo muy buena y capaz que eres al intentar cambiarlos!
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor