Charlando con una amiga el otro día, me contó que compró un libro y quedó extremadamente decepcionada... el libro era muy malo... mal escrito, y además, el autor había abordado el tema de forma equivocada...
Le pregunté por qué el libro le había parecido así tan malo... y me contestó que, por el título, consideró que el tema sería abordado de una forma y que en realidad se trataba de otro enfoque muy distinto del que ella esperaba, más con base psicológica.
Le dije que quizá ella había comprado el libro con una expectativa muy grande y que por el hecho de no haber colmado esa expectativa, le pareció que no era tan bueno...
Estuvo de acuerdo y hasta le pareció que el libro incluso podría ser muy útil para otras personas...
Me entró la curiosidad y le pedí el libro para echarle un vistazo... lo abrí en una página cualquiera y leí... Por increíble que parezca, el mensaje que leí era muy bonito y se encajaba perfectamente con el momento que mi amiga viene pasando y... si ella dejase de lado todo el peso negativo que ha puesto sobre el libro, sé que podría sorprenderse...
Me puse a pensar en que casi siempre tenemos expectativas... ya sea por un viaje, un curso... una fiesta... o incluso sobre una vida entera.
Creamos modelos que consideramos ideales de lo que queremos conquistar... de lo que queremos ser... de cómo queremos actuar y nos prendemos a esas expectativas sin percibir que nos limitan y nos sujetan a posibilidades muy pequeñas en comparación con las infinitas opciones que el Universo nos ofrece cuando nos abrimos para recibir...
Casi nunca estamos abiertos para recibir lo que nos viene porque siempre estamos esperando cosas específicas ya determinadas por nuestras expectativas, que nos impiden aceptar lo que nos llega simplemente tal como es.
Podemos estar tiempos y mundos protestando por las cosas solo porque no atienden a nuestras expectativas... y así casi todo lo que nos llega ya viene con el peso de estar inevitablemente clasificado como bueno o malo al compararlo con lo que esperábamos...
Pero ¿quién hace esa clasificación?
¿Quién compara?
Casi siempre quien compara las cosas para clasificarlas en buenas o malas es nuestro pequeño ego, que está guiado por memorias equivocadas. Memorias producidas por experiencias ya vividas, que nos encadenan al interminable ciclo de repetición...
El Espíritu no compara ni clasifica, simplemente recibe el regalo por entero...
Siempre, en todo final de ciclo y comienzo de otro, es casi inevitable que nos atiborremos de expectativas sobre cómo va a ser el próximo año... si va a ser mejor que el que pasó... y con ello creamos fórmulas y recetas, que pueden ser buenas y servirnos de guía, siempre que no nos limitemos a ellas como única posibilidad aceptable.
¿Cuántas cosas dejamos pasar sin siquiera mirarlas porque escapan a lo que queremos?
Qué bueno sería si pudiésemos recibir cada uno de los días vacíos de expectativas y contemplásemos cada cosa que nos viene con la mirada limpia de quien sabe percibir que todo es un regalo...
¡Que cada día de este nuevo año sea un regalo... y que tú te abras para recibir!
Publicado dia 12/23/2009 2:33:14 PM em STUM WORLD
