"La Espiritualidad Budista y la Sombra Psicológica y sus Relaciones con la Educación y Formación Humana - Parte 1"
Voy a proponernos a todos nosotros una reflexión y asociación entre Budismo, Psicología y Educación. En principio, son áreas de la vida por las cuales me intereso, ya que aportan contribuciones para la formación humana.
Pero ¿por qué Budismo y no otra filosofía oriental, o incluso occidental?
En la Psicología Clínica hay abordajes de conocimiento que pueden y deben ser utilizados para mejor comprensión del ser humano. Muchos Psicólogos Clínicos, originalmente entrenados en los abordajes occidentales de psicoterapia, han venido siendo atraídos por el carácter introspectivo de la “psicología budista”, que es contemplada como un soporte capaz de auxiliar al hombre en su búsqueda del significado de la vida, y en la tentativa de comprensión de sí mismo, de la mente y de la naturaleza de la experiencia.
La Psicoterapia Transpersonal es una de ellas, y resulta de una expansión o ampliación del campo de la pesquisa psicológica. Ha venido estando profundamente influenciada por el Budismo, uno de los más antiguos sistemas médico-filosóficos conocidos, cuyo contenido ético, religioso y espiritual es de gran profundidad. No obstante, inicialmente voy a exponer las interlocuciones entre Budismo y Educación; posteriormente iré incluyendo cómo la Psicología se ha ido apropiando de nuevas miradas para integrar al ser humano.
Para una comprensión adecuada de las posibles contribuciones del budismo a la educación, es preciso desarrollar nociones centrales de ambos campos. No se puede pensar en la educación, sea desde el punto de vista teórico, sea del práctico, sin presuponer que la misma está fundada en admitir que el ser humano debe alcanzar una determinada condición que todavía no se encuentra desarrollada, actualizada o presente. Según el Prof. Dr. Policarpo Junior, el significado de “Educación”, en su forma profunda y amplia, es traer de dentro a fuera, es saber convivir consigo mismo y con los otros, teniendo ahí una contribución griega, en que crecer significa crecer juntos, con todos, con la propia polis.
La ciencia ha sufrido, a lo largo de los siglos, una conversión progresiva hacia el estudio de aquello que es, o sea, de lo que existe independientemente del sujeto, y que está desnudo de toda consideración en cuanto a lo que debe ser. Así, para hacer referencia tan solo a las últimas décadas, algunas de las finalidades educativas pregonadas con mucha influencia en Brasil fueron: la producción de capital humano, la revolución o transformación social, la formación para la democracia, la ciudadanía, la competencia y la formación del sujeto que aprende (esto último principalmente y casi únicamente, y obsérvese que ni siquiera me estoy refiriendo a las escuelas públicas). No se debe negar la pertinencia de ninguno de esos objetivos, ni tampoco su relación determinada con la tarea educativa. Sin embargo, es importante reconocer que todas esas finalidades se originan de preocupaciones exteriores a la educación, o de otros campos del saber – como la economía, sociología, ciencias políticas, psicología – que no la propia educación. La teorización sobre el educar, muchas veces termina por consagrar la subordinación de la educación a los dictámenes sociales y culturales, legitimando así la falsificación del concepto y de la práctica educacionales.
Sin embargo, la dimensión del conocimiento y su principio orientador es la búsqueda de la verdad (o debería serlo). Tal principio está también relacionado con la condición de la vida humana. Educar para el Amor sería, entonces, el mayor desafío a conseguir en la Educación; y, caso se consiga esto, el objetivo de la educación como “Convivir consigo mismo y con los otros” habrá sido alcanzado.
Pero como los hombres en medio del mundo se encuentran aún en la imperfección – y en un estado que por sí solo justifica la existencia de la educación – esta propia finalidad antes citada no puede, por tanto, constituirse en representante final y exclusiva del criterio de la utilidad, porque aquello que se configura como útil en el estado actual no necesariamente se reviste del sentido de aquella utilidad aliada a la búsqueda de la verdad. Entonces, la dimensión a resaltar en la educación, como teoría y práctica formativas de la humanidad en el hombre, debe ser el ejercicio de la introspección.
Cuando la vida personal es vivida con sabiduría, la tendencia es percibir que, de hecho, no hay separación entre introspección y acción en el mundo. Por medio de la auto-reflexión, es decir, los hábitos mentales y de comportamiento, los sentimientos y emociones pueden volverse progresivamente más conocidos, y con esto es posible que el individuo transforme sus límites, debilidades, miedos, potencialidades y virtudes en algo familiar, reflexionando sobre ellos y pasando de hecho a conocerlos (y no solamente viviendo como rehén de ellos). En otras palabras, en Psicología Transpersonal, esto significa integrar su sombra. Por medio de ese examen interno minucioso y frecuente, se hace posible a la persona contemplar con serenidad sus actitudes y costumbres mentales, y gradualmente proceder conforme a los principios de la propia auto- reflexión y contemplación; y, aunque la coherencia no se alcance inmediatamente, surgirá poco a poco la percepción clara de los aspectos personales que se resisten a integrarse, a fin de que la persona pueda llegar a aceptarse tal como es, y asumir de hecho la dirección de sí con plena lucidez, comprensión y coherencia. A partir de esa integridad surge la idea de una unificación progresiva consigo mismo (individuación), comprendida como el proceso de superación continua de las diversas escisiones interiores, lo cual permite que se disipen muchas de las oposiciones antes consideradas como conflicto, como observó Carl Jung en sus estudios. Los aspectos vistos hasta aquí se refieren a la formación humana, aquí entendida como la idea de que la humanización es un proceso. Nuestro nacimiento biológico, e incluso las diversas formas de socialización universalmente disponibles no son, por sí solas, garantía de realización puramente humana. Formación humana es un modo propio de vivir que se constituye por el reconocimiento dignificante en relación a los otros seres humanos y a la naturaleza, de modo a tener actitudes de compromiso, respeto y cuidado en los ámbitos personales, interpersonales, comunitarios, sociales, naturales y ambientales.
Para el budismo, la formación humana se entiende como la disolución progresiva de la ignorancia básica de los seres. Para esa tradición, la naturaleza fundamental de todos los entes permanece pura, compasiva, amorosa, y ecuánime, en medio a sus innumerables ignorancias, de un modo completo, inalterado e incesante. Para facilitar la comprensión y permitir la comparación de los elementos pertenecientes a la tradición budista con lo antes escrito, es preciso dar algunas observaciones puntuales sobre el budismo y las contribuciones que podría aportar en las escuelas occidentales, así como en las orientales:
La primera observación budista se refiere al sufrimiento universal de los seres humanos y no humanos. Esa comprensión alcanzada por el Buda antes incluso de llegar a su liberación completa fue el principal motivo que lo movió en su jornada espiritual de auto-descubrimiento. El Buda descubrió que el sufrimiento se alimenta de causalidades surgidas de la ignorancia de los seres en cuanto a su naturaleza intrínseca; sin embargo, si éstos lograsen reconocer tal naturaleza y en ella reposasen con estabilidad, podrían superar sus engaños y retirar las causas de esos sufrimientos.
Al reconocer la profundidad del origen del sufrimiento, la tendencia de las enseñanzas budistas es nutrir un sentimiento de compasión por los seres, por comprender la condición de igualdad entre aquel que sobre esto reflexiona y todos los demás seres. En palabras del Dalai Lama, esa comprensión aparece como la base de la comprensión y proceder éticos, que no necesitan estar asociados a ningún credo o tradición, pero pueden ser la base de una ética laica, que se afirma del siguiente modo: “Todos los seres tienen el mismo derecho a la felicidad y a la liberación del sufrimiento”.
De esta forma, el acto de reconocer, acoger y contemplar la condición de sufrimiento de todos los seres y su deseo de felicidad proporciona el desarrollo del sentido de igualdad y la aparición de un sentimiento compartido: la compasión. Así como naturalmente, sin esfuerzo alguno, cualquiera es capaz de conmoverse por un amigo o pariente que sufre, o alegrarse con su éxito, del mismo modo la identificación personal es vivenciada con la condición universal de los seres para experimentar el sufrimiento o la felicidad, que es el presupuesto según el cual, conforme a la enseñanza budista, se puede nutrir una compasión progresivamente ecuánime y profunda para con todos. Así, la compasión es el resultado verdadero de la realización del principio de la igualdad, en la tradición budista.
Otra dimensión observada por el budismo es la de la verdad. El tema de la verdad es de gran complejidad en todas las tradiciones filosóficas, y en el budismo no constituye una excepción. Según el Prof. Dr. Aurino Lima, la educación formal occidental prioriza las enseñanzas escolares como la verdad única, impidiendo el ensanchamiento hacia el sentir, y hacia otras enseñanzas que no las transmitidas por el maestro en la escuela.
En la mayoría de las escuelas de filosofía budista se reconoce la existencia de dos verdades: una verdad absoluta y una verdad relativa. También hay, de escuela a escuela, variaciones en el modo de entender los sentidos de esas verdades. Se adoptan aquí, sin embargo, los sentidos de las verdades relativa y absoluta tales como han sido concebidos y propagados por la escuela de pensamiento Mahayana la escuela Madhyamika (o Madhyamaka), que tuvo como fundador a uno de los mayores exponentes, el maestro espiritual y erudito Nagarjuna. Por medio de la comprensión de la naturaleza absoluta y de su permanente inspiración en la vida personal y social, el budismo admite que los seres pueden, finalmente liberarse de las causas del sufrimiento.
Todos admiten sin cuestionarlo la realidad independiente del mundo, de las cosas y seres a su alrededor. La propia ciencia es una creación sofisticada, que consiste en demostrar de forma inequívoca la naturaleza y las propiedades de las cosas y fenómenos desde un punto de vista fundamentalmente objetivo, es decir, de un modo que no restrinja la simple opinión o preferencia. En este ámbito existe la verdad relativa. Ésta se refiere, por tanto, a un mundo convencional.
Con el hecho de que los seres humanos pueden visualizar, comprender, apreciar e interactuar con el mundo a través de su estructura sensorial y mental, es posible operar la distinción entre fallo y acierto, entre verdad y falsedad. Sin embargo, no hace falta mucha reflexión para discernir que tal verdad es relativa a la experiencia humana, y posible tan solo en determinados tiempos históricos y contextos culturales. Ese análisis de la verdad relativa, para el budismo, no se aplica tan solo a los objetos materiales, sino igualmente a las sensaciones, percepciones, pensamientos, formulaciones abstractas y al propio “yo” humano. Así, la sensación humana de frío o calor es totalmente relativa. Aquí ni siquiera cabe resaltar cuán susceptibles de relatividad son las emociones y la mente. Pero en síntesis: corporeidad, emociones y pensamientos no gozan de existencia intrínseca, y ninguno de ellos en particular puede definir la naturaleza del “yo”.
Por tanto ¿dónde podría encontrarse el aspecto de la verdad absoluta?
Admitiendo que toda dualidad entre sujeto y objeto, sean éstos cuales fueren, significa una verdad relativa, se llega a la conclusión de que la verdad absoluta o última no es algo que pueda ser hallado de esa manera. La verdad absoluta puede ser experimentada por la percepción no dual, pero ella misma no se restringe a la experiencia. La verdad absoluta es algo que no puede ser aprehendido de forma independiente de la experiencia o de la condición del propio observador. Así, la verdad absoluta es la propia condición, sin condiciones, del surgimiento de los fenómenos; la dimensión sin dimensión del surgimiento de sujeto y objeto; la vacuidad de fenómenos que también se expresa en los propios fenómenos. Surgir, estabilizarse y extinguirse son aspectos de la naturaleza relativa, que, sin embargo, se sustenta en la naturaleza absoluta: que no nace, no se estabiliza ni se desestabiliza, ni muere. Tan solo ES.
El principal motivo de la comprensión y estabilización de la verdad absoluta tiene por meta la acción desapegada y compasiva en medio del mundo y los seres, teniendo por objeto el bienestar de todos ellos, que también son la expresión de la verdad absoluta.
Se nota así que las enseñanzas budistas – aunque empleando lenguaje distinto de las teorías clásicas de la educación en occidente – convergen en sus principios con la meta educacional. Más que una simple coincidencia, tal convergencia parece surgir debido a la naturaleza del objeto educacional, que es la formación humana. De ese modo, lo fundamental para el ámbito educativo no parece ser la contribución de una tradición o teoría en particular, sino, principalmente, la clareza sobre los principios que configuran la naturaleza del educar. Sin éstos, la propia idea de posibles contribuciones de otros campos teóricos, científicos o espirituales puede más estorbar que aportar beneficios a la teoría y a la práctica de la formación humana, o sea, la Educación.
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