Una de las frases que estamos acostumbrados a oír es: ‘Yo amo a mi modo’. Está claro que esto se dice como consecuencia de las quejas e insatisfacciones del compañero, que se siente poco atendido en sus pretensiones de cariño y atención. ¿Será cierto que hay varios modos de amar? ¿O será que esa hipótesis se utiliza, de mala fe, para encubrir la falta de capacidad de amar?
Hay personas que gustan – y necesitan – de relaciones afectivas cercanas e intensas, mientras que otras prefieren relaciones más flojas. Cuando dos personas con expectativas amorosas diferentes se unen, está claro que aquella que espera una relación más intensa queda insatisfecha, aun cuando el compañero se dedica a ella de la forma más leal y honesta. Considero que quizá sea más adecuado pensar en distintos grados de intensidad amorosa en vez de pensar en diferentes formas de amar.
Sí, porque esta última forma de razonar abre las puertas a muchas clases de comportamientos claramente egoístas, en que se pueden decir palabras de naturaleza amorosa sin que éstas vengan acompañadas de comportamientos compatibles. Decir ‘te amo’ no cuesta ningún tipo de esfuerzo o sacrificio. Si expresiones de esa clase no vienen acompañadas de actitudes propias de esta emoción, no son más que pura demagogia.
Funciona más o menos así: el demagogo dice que ama a su modo y que esto no significa tener actitudes de dedicación y agrado respecto de su pareja. Por otra parte, él espera del compañero la renuncia y la generosidad propias del modo de amar del otro. El proceso implica, pues, dos pesos y dos medidas, toda vez que las personas que aman a su modo nunca se relacionan íntimamente con otras personas que aman del mismo modo que ellas, prefiriendo a personas que aman de un modo más convencional.
Tenemos todas las razones del mundo para desconfiar de las palabras, especialmente de las que no vienen acompañadas de actitudes coherentes con ellas. Me parece mejor encontrar una sola forma de describir el amor y definitivamente solo considerar como capaces de amar a aquellos que se comportan conforme a lo descrito. O sea, pienso que la mejor forma de conceptuar el amor puede ser el considerar que aquel que ama se siente muy bien en agradar y mimar a la persona amada.
Para ello, unos harán mayores sacrificios que otros, pero todos aquellos que aman de verdad se sienten felices interiormente cuando son capaces de proporcionar alegría y felicidad al amado. Amar es, entonces, gustar de agradar a la persona amada, estar feliz con su felicidad, querer ver prosperar a esa persona. Es hacer todo lo posible para que estas cosas se realicen.
Agradar a la persona amada significa hacer las cosas que la dejan satisfecha y, principalmente, que la hacen sentirse amada. Y lo que agrada a la otra persona no es obligatoriamente lo que nosotros consideramos que le va a agradar. Es importante observar a quien se ama, conocer sus gustos y deseos. ¡No tiene razón de ser que un hombre regale una joya a una mujer a quien no le gustan las joyas! A veces vale más una flor que un anillo de brillantes.
Cuando no existe ese tipo de intercambio en una relación, pienso que no deberíamos usar la palabra amor para describir el lazo que une a dos personas. No es raro que uno de los individuos sea del tipo a quien siempre gusta hacer mimos al compañero, mientras que el otro es displicente, solo le gusta recibir agrados, ‘ama a su modo’. En este caso, el que agrada ama, pero no está siendo amado, está siendo explotado. Es coautor de una historia de amor unilateral.
No puedo ocultar las reservas que tengo respecto de ese tipo de relación. Ésta no forma parte de las verdaderas historias de amor, que son siempre intercambios ricos y gratificantes para ambos implicados. Las verdaderas historias de amor ocurren cuando dos personas aman del mismo modo, y el sentimiento provoca siempre un deseo enorme de cuidar del amado.