¿Por qué será que muchas veces nos defendemos incluso antes de ser atacados? Porque estamos sobrecargados de sentimientos reactivos: sin darnos cuenta, hemos aprendido a evitar sentimientos que despierten en nosotros miedo y duda. Pero evitarlos no hace que se vayan. Es como si nos hubiésemos vuelto alérgicos a nosotros mismos… El antídoto para curar ese proceso inflamatorio surgirá en la medida en que lentamente nos acerquemos a nosotros mismos, de modo sincero y real.
Acercarnos a nosotros mismos significa reconocer nuestra totalidad. O sea, cuando nos acercamos a nuestras heridas emocionales, así como a nuestras habilidades y recursos para enfrentarlas, entramos en un proceso tanto de enfrentamiento como de superación. Lama Gangchen Rinpoche nos dice que de esta manera podemos erradicar la violencia interior, cesar de luchar contra nosotros mismos.
Por ejemplo, cuando estamos ante una elección afectiva – decidir o no – unirnos maritalmente con alguien. Sabemos que esta decisión va a representar el inicio de un nuevo capítulo de nuestra vida, que implica un derrotero de dramas y soluciones. Una parte de nosotros dice que sí y otra que no. ¿Cuál tiene la razón? ¿Cuál está a nuestro favor?
Este es un momento en que tendremos que acercarnos a ambas partes para escuchar con sinceridad lo que tienen que decirnos. Una vez “oídas”, ellas estarán listas para conversar entre sí y establecer acuerdos de paz.
Pero, por lo regular, saltamos esa etapa de escucha interior porque evitamos el fastidio de lidiar con nuestros sentimientos antagónicos.
Somos amigos de nosotros mismos cuando nos acercamos a nuestros sentimientos sin reaccionar contra ellos. Así como cuando recibimos ayuda de un buen amigo: inicialmente, él nos escucha sin decir nada, después introduce su percepción respecto del conflicto en cuestión y, por fin, juntos encontramos un modo de conseguir dar el salto: encontrar una nueva mirada con la cual recuperamos fuerza para seguir adelante.
La cuestión que nos impide ser buenos amigos de nosotros mismos es que negamos nuestros sentimientos debido a la costumbre de interpretarlos, ¡antes incluso de conocerlos!
Desde pequeños hemos sido enseñados a pensar nuestros sentimientos en lugar de sentirlos. Se nos incentivó a ser racionales y a tener lógica y buen sentido.
Obviamente, si estuviésemos en constante armonía con nuestro mundo emocional, esta sería una actitud acertada ante nuestros procesos de decisión afectiva. Pero, por lo regular, no es precisamente así como ocurre. Tomamos decisiones basadas en la lógica, pero precipitadas… Frente a la inhabilidad para lidiar con la desazón de los sentimientos antagónicos, pasamos por encima de ellos. Cuando procedemos así, nuestras decisiones no son elecciones, sino mecanismos de defensa para no sentir nuestros sentimientos. Es como salir del baño con frío y poner una ropa cualquiera solo para no sentir frío. Después, cuando nos deparamos mal vestidos, tenemos que volver atrás y elegir qué vamos a vestir.
¡Queremos y no queremos un montón de cosas al mismo tiempo! Creo que aprendimos demasiado pronto una premisa sobre nosotros mismos que no es tan verdadera cuanto pensábamos: ¡la de que somos mamíferos racionales!
¿Será que somos así tan racionales? Al fin y al cabo, cuando nos deparamos con emociones más fuertes nos sorprendemos con el modo en cómo ellas nos dominan, hasta el punto de que perdemos la capacidad de razonar.
Creo que ya hemos aprendido a pensar, ahora nos falta aprender a sentir. Si no, correremos el riesgo de convertirnos en excesivamente racionales, hasta el punto de no saber ya qué es lo que, de hecho, estamos sintiendo.
De esta forma, creamos cierta distancia con relación a nosotros mismos.
Extrañamente, sentimos esa distancia como una barrera que nos impide armonizarnos internamente. ¿Quién no conoce la sensación de no lograr sentirse en sintonía consigo mismo?
Esto se hace cada vez más evidente cuando nuestro mundo interior vive en un contexto muy diferente del mundo exterior. Es decir, aparentemente estamos de acuerdo con los eventos externos, pero internamente vivimos “en otro mundo”. Lo contrario también sucede cuando vivimos intensamente nuestro mundo interno, pero disociados de los eventos externos.
La cuestión es: ya sea lejos de nosotros mismos o lejos de nuestro mundo externo, habrá un momento en que tengamos que lidiar con ambas realidades.
En la medida en que, por una razón u otra, los sentimientos poco “sentidos” salen a la superficie, tenemos la oportunidad de acercarnos a nosotros mismos. Este acercamiento nos trae un sentido natural de pertenencia, de continuidad, o sea, de poder seguir adelante sin barreras.
Por eso, contrariamente a lo que se pueda pensar, sentirse cercano a sí mismo no es una actitud egocéntrica ni egoísta, sino de auto-conocimiento. ¡Al fin y al cabo, cuanto más a gusto estemos con nosotros mismos, menos reactivos seremos! En otras palabras, más relajados y serenos para lidiar con las reacciones ajenas.
Cuanto más reactivos seamos a nosotros mismos, menos capacidad tendremos para acercarnos a nuestros sentimientos. Sentir los sentimientos es más que pensar sobre ellos. Sentirlos significa acercarse a uno mismo con amistad, apertura y gentileza.
No reaccionar emocionalmente es un signo de madurez y equilibrio. Pero para ello es preciso sentir la tensión interna y disolverla gradualmente. ¡Si no advertimos la presión interna en su estado inicial, ella crecerá hasta estallar por no encontrar una vía de escape!
Lama Gangchen Rinpoche nos advierte de cuán preciosa es esta sensación de cercanía en todas las relaciones, sean éstas entre médico y paciente, padres e hijos, entre hermanos, amigos, o entre instituciones y pueblos de diferentes razas. Rinpoche resalta que sentirse cercano no quiere decir sentirse íntimo. Pero sí ser tocado por la esencia del otro. De esta forma, sentimos naturalmente empatía por él y disponibilidad para ayudarlo. Aquel que siente este tipo de cercanía no siente soledad.
Muchas veces, cuando estamos solos, buscamos instintivamente el contacto con la Naturaleza para consolarnos.
Lama Gangchen enfatiza que este sentimiento de cercanía con la Naturaleza está estrechamente vinculado con nuestra capacidad de implicarnos afectivamente con las personas. Por cierto, dice él, que hay una conexión directa entre el distanciamiento, que vivimos hoy día, de la Naturaleza al vivir en la ciudad, con el aumento de conflictos en las relaciones afectivas.En este sentido, si deseamos mejorar nuestras relaciones afectivas, hemos de dedicar más tiempo a estar en contacto directo con el viento, el fuego, la tierra, el agua y el espacio. Lugares abiertos, como la vista del horizonte en alta mar o de la cumbre de una montaña, son experiencias que cuando las vivimos, las guardamos como tesoros en la memoria de nuestro corazón.
Cuanto más cercanos nos sentimos a la Naturaleza, más respeto y amor tendremos por ella. Cuanto más cercanos nos sintamos los unos de los otros, más alegría y gratitud tendremos por estar vivos, cerca unos de otros.
Bel Cesar é psicóloga, pratica a psicoterapia sob a perspectiva do Budismo Tibetano desde 1990. Dedica-se ao tratamento do estresse traumático com os métodos de S.E.® - Somatic Experiencing (Experiência Somática) e de EMDR (Dessensibilização e Reprocessamento através de Movimentos Oculares). Desde 1991, dedica-se ao acompanhamento daqueles que enfrentam a morte. É também autora dos livros `Viagem Interior ao Tibete´ e `Morrer não se improvisa´, `O livro das Emoções´, `Mania de Sofrer´, `O sutil desequilíbrio do estresse´ em parceria com o psiquiatra Dr. Sergio Klepacz e `O Grande Amor - um objetivo de vida´ em parceria com Lama Michel Rinpoche. Todos editados pela Editora Gaia. Email: [email protected] Visite o Site do Autor