Uno de los aprendizajes más importantes en el camino del autoconocimiento es realizar el cambio en nuestro patrón usual de reacción ante los acontecimientos de la vida.
Cuando las cosas no suceden de acuerdo con nuestros deseos, la reacción más común que tenemos es de rabia. Sentimos que la existencia ha sido injusta y que, de acuerdo con nuestra visión nos castiga por algún motivo que ni siquiera conocemos.
Cuanto más nos sumergimos en nuestro interior, más fuertemente nos damos cuenta de que todo, absolutamente todo en el Universo, se mueve en total sintonía con la energía creadora.
Por qué, entonces, solamente nosotros parecemos siempre estar fuera del compás, como si algo nos faltase todo el tiempo como para que este sentimiento de unión y complitud con el Todo jamás se vuelva real?
En verdad, mientras este sentimiento persista, podemos reconocerlo como una señal de que todavía no llegamos a la fuente original de nuestro ser. La presencia divina en nosotros emana apenas amor y complitud.
Cuando ella se vuelva, de nuevo, nuestra única realidad interna, seremos capaces de vislumbrar los motivos que tenemos para manifestar gratitud. Mientras el sentimiento de victimas de una injusticia nos domine, no conseguiremos reconocer cuanto recibimos de la vida.
Mismo en los momentos difíciles, cuando todo parece sin sentido, volvamos a nuestra esencia y busquemos allí las respuestas a todas las dudas y cuestionamientos que nos afligen.
Solamente cuando sea posible para nosotros comprender y aceptar los motivos por los cuales la vida nos mueve para esta o aquella dirección, es que podremos finalmente experimentar la paz.
La persona inteligente vive alegremente, contenta,
sea cual sea la situación en que se encuentre.
Sea lo que sea que tenga, ella vive alegremente, grata y agradecida.
Su alegría no es dependiente de nada, de ninguna otra causa.
Su alegría es su comprensión interna,
la comprensión de que la persona jamás alcanza la alegría a partir de lo
externo, que a partir del deseo la persona llega a las lágrimas.
Al ver esa naturaleza del deseo, su deseo desaparece.
Y vivir sin deseo es vivir en contentamiento, es vivir sin ningún anhelo por más.
Entonces sea lo que sea que exista es más que suficiente.
O tú vives en deseo o vives en gratitud: recuerda esto.
El hombre que vive en deseo no puede ser grato, él puede solamente
reclamar y reclamar.
Él siempre tendrá algún rencor contra la existencia.
Pero el hombre que no tiene ningún deseo, tiene solamente gratitud.
Hasta aquello que le es dado, es más de lo que siempre mereció.