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Dolor agudo, dolor crónico y gemido - una lectura psicoanalítica
por WebMaster
Autora BARBARA BOESEL
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Traducción de Teresa
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“No todo el que está sufriendo busca alivio para su dolor.” Parece absurdo, pero es real. ¿Será el dolor y el gemido una forma inconsciente de que el paciente se pruebe a sí mismo la continuidad de su existencia? A partir del gemido se escucha y molesta a los otros para sentirse vivo – prueba cabal de la existencia que perdura – la vida todavía pulsa, pues los resultados son verdaderos. La letanía del gemido trae una significación casi ecuménica de existencia. Al mismo tiempo que denota una sensación de sumisión y de convertirse en sujeto, existe la constatación de que “si aún me oyen es que no he muerto. Si aún duele es porque estoy vivo”. El dolor es la prueba de que el cuerpo existe y es capaz de sentir, tener deseos y actuar. Aún hay vida pulsando y es posible sentirla porque duele.
No obstante, sentir no es suficiente. Es preciso tener expresión y certeza de que eso es verdad y no una fantasía. Solamente a partir de la percepción del otro sobre mis actitudes, puedo admitir de forma inequívoca que aún estoy vivo. El lamento vocaliza entonces la abstracción del dolor que no cesa y de esa forma la lógica es la de que la vida no cese. “Mientras haya dolor, habrá cuerpo. Mientras haya voz, habrá vida”. El lamento para escucharse y el dolor para sentirse. Garantía ilusoria de control de la propia finitud, aunque a través del sufrimiento gozoso, a pesar de legítimo.
La impresión que sigue es la de que el paciente se siente un sujeto a partir de la constatación del dolor y de ahí la necesidad de vocalización de éste, como modo de expresión social. Me parece que de esta forma ocurre el gozo en el dolor. Gozo este que se liga al gemido del bebé que un día fue y a partir de entonces se sintió poco a poco reconocido como sujeto. El gozo primordial y primitivo del gemido de la relación sexual de sus padres, que le dio origen. El gozo de la atención parental, cuando de sus gemidos al hacerse daño siendo aún pequeño, y sentirse acogido y reconocido enseguida. Su dolor estaba autorizado. El dolor genera entonces una falsa sensación de placer vinculada a la propia existencia - “si siento dolor, luego existo”. ¿Cómo entonces librarse de él, si es a partir de él y con él como la propia existencia es demostrada?
Esa misma pulsión invertida pasa en algún momento a dictar la orden de que sin dolor no se vive. Y el individuo pasa entonces a depender de ese estado para sentirse parte integrante del mundo y la tentativa de reducir el dolor puede transmitir la falsa sensación de que la vida también se está reduciendo. Siendo así, cuanto más dolor, más gemidos y, en la fantasía, más vida.
Y ¿no será así con todos los dolores crónicos, ya sean emocionales, sociales o físicos? Quizá el psiquismo ya tan anestesiado por los dolores de la vida, tenga la necesidad de sentirlo constantemente para constar que continúa existiendo, a pesar de todo. Y ¿no sería el dolor crónico la somatización de diversos pequeños dolores del alma, todavía no tratados? Y ¿cuál sería el primero de ellos – el dolor original? El dolor ligado al sonido de lo que se dice, de la voz humana y del sentimiento que ella despierta, en la incomodidad que ella trae y en la fijación de aquel contenido.
El parto, repleto de creencias limitantes sobre dolores insoportables - “el mayor dolor que se puede tener” - asusta a los padres de aquel bebé que tiene su psiquismo formado con esa información. El dolor que genera vida. El dolor que “vale la pena”. La gestación, no menos salpicada de incomodidades y malestares que llaman la atención hacia la madre y, consecuentemente, hacia el bebé. Por tanto, sentir dolor puede tener una lectura invertida de vida debido a varios factores y escenas anteriores incluso al nacimiento, que él mismo viene de un dolor y gemidos que traen vida, felicidad y amor.
De esa forma es posible, sí, que haya una interpretación equivocada en el registro de dolor en el individuo. Es como si el gemido fuese la forma encontrada para expresar la palabra no dicha. La forma del corazón de comunicar lo indecible. Aquello que no tiene palabras correspondientes para expresar es abstracción y es amor. Y la expresión del amor caracteriza al sujeto. Entonces el gemido es la forma de vocalización encontrada por el individuo que no consigue definir lo que siente. La manera que el individuo encuentra para convertirse en sujeto es a través del gemido, del lamento, de la letanía incesante que permite que lo vean y que lo escuchen. Lo indecible se hace gemido para expresar una sensación en una lógica primitiva. Entonces el sonido es proferido como una válvula de escape del amor primordial. Y el individuo hace la tentativa de expresarse como sujeto encontrando una significación para aquel espacio que ha quedado vacío. Él, en fin, da nombre, a través de sonidos, a aquello que le causa dolor y amor.
Podemos observar que ambos son los momentos en que el gemido se hace presente. En el dolor y en el amor, en la tentativa de dar nombre a lo que se siente. Y la incomodidad se da por la percepción del dolor y del amor no expresados hacia el otro. El gemido es aquello que escapa, así como el suspiro, la tos, el estornudo. Todo ello representaciones del sentimiento sobre lo que ha dejado de ser expresado desde el momento en que existimos, aunque sin comprensión ni consciencia. El gemido es la acción de compartir lo que se siente. Si la sensación es de malestar, ¿qué o quién estaría en la raíz de esa experiencia? El gemido incesante del dolor incesante del malestar incesante creando una cadena de impulsos y resultados incesantes.
Y ¿cuántos gemidos mudos podemos observar en las miradas de una enfermería o UCI? El gemido casi inaudible del recién nacido que no tiene fuerza para llenar sus pulmones de aire, pero que sabe que necesita llorar para ser oído y atendido. Y ¿qué es el llanto si no un gemido más denso, más cargado de catarsis? El gemido que se vuelve llanto, gritos, aullidos… es una petición desesperada de ayuda.
Es el creciente del ser humano que necesita reconocerse sujeto de su historia hasta que poco a poco perciba que sí es posible convertirse en sujeto dentro de una comunicación sana, con los papeles parentales en sus debidos lugares. De esa forma, es posible comprender la actitud, si bien inconsciente, de boicot a tratamientos contra el dolor. Es la tentativa, quizá la última esperanza de quien ya se sabe gravemente enfermo.
Cabe al psicoanalista, por tanto, ser el oído acogedor de aquel que necesita terminantemente expresarse y atenuar su dolor.
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