Inocencia
por Elisabeth Cavalcante em STUM WORLDAtualizado em 08/01/2008 15:32:01
Traducción de Teresa - [email protected]
Cuando oímos la palabra inocencia, inmediatamente nos viene a la mente un niño. Y, de hecho, la infancia es la época de la vida en que esa condición, en la cual todos nacemos, aún permanece intocada.
En el diccionario, inocencia está definida como ingenuidad y ausencia de culpa. Si reflexionamos sobre estos dos conceptos, veremos que son muy importantes para que podamos rescatar la inocencia que hemos ido perdiendo a lo largo de la vida.
Ingenuidad significa estar libre de malicias, artimañas, estrategias, o sea, colocarse ante la vida de forma natural, auténtica, sin tener como base de las actitudes el alcanzar alguna meta, objetivo o ventaja.
La ausencia de culpa sólo es posible si nuestras acciones son totalmente conscientes, y si comprendemos que aun cuando nos equivocamos, los errores pueden ser una importante fuente de aprendizaje, y no apenas motivo de arrepentimiento y condenación.
Comenzar un nuevo año sin metas grandiosas, visando únicamente recuperar nuestra inocencia, puede parecer a primera vista un deseo demasiado banal. Pero, al contrario, relajarse en ese simple objetivo podrá conducirnos a los más elevados estados de alegría que un ser humano puede alcanzar. Abandonemos, pues, en este momento, todas las concepciones filosóficas que nos han llevado a querer alcanzar una condición de seres diferentes, especiales. La grandiosidad reside sobre todo en la inocencia y en la sencillez.
“Oí decir que un ciempiés, un pequeño animal con cien piernas, está saliendo a dar un paseo por la mañana. Y un pequeño conejo está perplejo, tiene una mente filosófica, empieza a pensar: “¿Cómo ese compañero consigue administrar cien piernas? ¿Cómo hace para recordar cuál pierna va primero, luego la segunda, después la tercera? ¡Cien piernas, Dios mío!”
Detuvo al ciempiés y le dijo: “Tío, perdóname por perturbar tu paseo matutino, pero soy un tipo algo filosófico. Ha surgido una cuestión que sólo tú puedes resolver.”
El ciempiés dijo: “¿Qué preguntas?”
El otro dijo: “Mirando tus cien piernas, estoy perplejo de cómo las administras, cómo te acuerdas de cuál de ellas va primero, luego la segunda, después la tercera, hasta cien”.
El ciempiés dijo: “Nunca he pensado sobre eso. He estado andando desde mi infancia, la cuestión nunca ha surgido en mi mente. Tal vez yo no sea filosófico. Pero voy a intentar descubrirlo. Tú espera debajo del árbol, que voy a caminar y ver.”
En minutos se cayó al suelo, porque ponerse a contar cien piernas y luego recordar cuál de ellas va tras la otra... tropezó, se confundió y cayó. Se enfadó mucho con el conejo.
Y le dijo: “Escucha, nunca más le hagas esta pregunta a ningún otro ciempiés. Estamos viviendo perfectamente bien sin esa filosofía. Me iba tan bien en mi paseo matutino y ahora no creo que pueda proseguir. Debo volver a casa y descansar. Me has puesto un problema complejo y fatigoso, ¡y pareces tan inocente! Pero recuerda, guárdate esa filosofía para ti mismo.”
Osho