Los peligros de la mitificación
por Izabel Telles em STUM WORLDAtualizado em 09/01/2008 16:08:34
Traducción de Teresa - [email protected]
El artículo que escribí la semana pasada “Ainda não estamos prontos” (“Aún no estamos preparados” ha resultado en una avalancha de e-mails que, aunque quisiera, no tendría tiempo hábil para contestar.
El noventa y nueve por ciento de ellos contenía largos relatos de situaciones parecidas a las que he afrontado. ¡Parece que la gente estaba realmente necesitando desahogarse!
He recibido muchos consejos. Algunos sugestivos, como “Sal de la pasividad y responde al mal que te hacen con palabras que estén a la altura”... “Jesús era duro con las personas”... “Ataca a quien hiere tu alma”... “Yo, en tu lugar, le hubiera dado unos guantazos a la ejecutiva”... “Deberías haber dicho al viejo del coche japonés que él era un grosero, un maleducado, un ingrato”...
Agradezco a los lectores de esta Web y prometo que voy a reflexionar sobre cada consejo y pedir a mi alma que seleccione aquello que pueda añadir algo positivo a mi experiencia humana en este planeta.
Pero lo que más me ha llamado la atención ha sido la cantidad de personas que han escrito más o menos esto: “¡Si tú, que estás espiritualizada, sufres eso, imagina nosotros, que todavía vamos dando palos de ciego por el camino!”
He dedicado parte de mi día a reflexionar sobre el contenido de esta afirmación y empecé este artículo, en que hablaré acerca de la mitificación.
Mitificar tiene que ver con la creación de mitos. Que, según el diccionario del maestro Aurélio, quiere decir “cosa o persona ficticia, irreal”.
Existe un juicio (o prejuicio) de que las personas que escriben, atienden, aconsejan, dialogan, regidas, guiadas o inspiradas por una conducta espiritualista, no padecen los males de lo común de los mortales. Algunas personas mitifican a estos profesionales, sobreestimando sus atributos y conocimientos.
Advierto esto en mi consultorio.
Si estoy resfriada, oigo:
- ¿También tú?
Si anulo una consulta porque tengo que ir a mi abogado, oigo:
- Pero ¿tienes algún problema que necesite de un abogado que lo resuelva?
Sé que esto ocurre a muchos terapeutas, médicos, psicólogos y demás.
Al recibir estos e-mails he tenido la confirmación de ello.
Algunas personas consideran que abandonamos nuestra condición humana para convertirnos en mitos. Y, tal como está escrito en el Aurélio, los mitos son fantasías que no tienen cuerpo real. Y nosotros lo tenemos. Además, los mitos también sufren, lloran, pierden sus amores, pierden sus poderes, pierden muchas veces su condición y se van a vivir algún tiempo al infierno.
Por todo ello, escribo hoy para ti esta pequeña crónica en forma de advertencia: nunca mitifiques a nadie, ni a cosa alguna. Tampoco te sientas menor o menos preparado que los personajes de tu mitificación.
Toda la cuestión queda a cargo de cuánto ha desarrollado cada cual su conciencia. Un espiritualista conoce bien las leyes de causa y efecto y sabe que el movimiento de la vida es circular. Lo que va, suele volver al lugar de partida.
El odio que emito en dirección a alguien, me hace el mismo daño a mí.
La rabia que siento corroe, primero, todos mis cuerpos, para después llegar a los cuerpos del otro.
Cuando oímos hablar de los beneficios y el poder del perdón, podemos entenderlo como una posibilidad de vivir con salud. ¿Sabes por qué? Porque cuando no perdonamos nos quedamos con el tema rumiando dentro de nosotros y eso nos quita la energía disponible para crear lo nuevo. Sin embargo, cuando perdonamos, aliviamos nuestro sistema y liberamos al otro para que pueda continuar su andadura sin nuestra presión energética sobre su vida.
Por eso es importante perdonar también. Perdonar, antes que un acto espiritual, es una confesión de inteligencia emocional.
Además, me gusta mucho un refrán muy antiguo que dice: cuando uno no quiere, dos no pelean.
¡Por eso, muchas veces prefiero cerrar mis oídos, poner tierra por medio, evitando las pequeñas guerrillas que dan inicio a las grandes y sangrientas batallas! Claro que eso también cuesta alguna entrega y sacrificio. Cuesta tragar algunos sapos de vez en cuando. Pero, sirviéndome de la imaginación, devuelvo los sapos a la charca, quemo la cruz donde me he sentido sacrificada ¡y mando a las estrellas a esas personas que nunca más quiero ver!