La Mente de los Profetas
por Acid em STUM WORLDAtualizado em 21/01/2008 14:20:35
Traducción de Teresa - [email protected]
En el libro El Yo y el Inconsciente Carl Gustav Jung analiza el delicado equilibrio entre las partes que componen la mente, el consciente y el inconsciente y nos coloca ante cuestiones fantásticas para el campo de la psicología y metafísica, como la posibilidad de que la ‘persona’ (la “máscara” de que nos revestimos para actuar como individuo) sea un mero recorte (algo prestado) de la psiquis colectiva, lo cual nos hace meditar sobre cuánto somos individuos y cuánto somos producto del medio...
Pero no ha sido por esto por lo que he decidido hacer este texto, y sí para mostrar un fragmento donde nuestro querido Jung disecciona un tipo psicológico muy en boga en los medios esotéricos (y exquisotéricos), y sobre el que ya se ha hablado aquí en el blog: el profeta (o ayudante de profeta).
Aunque considere que es estupendo recibir (y divulgar) comunicaciones de cuño espiritual, especialmente si son para alertarnos sobre cosas que podamos corregir para el futuro, cuando eso adquiere contornos de culto, obsesión o dogma, incluso con perjuicios para la propia persona, entonces es un caso para el psicólogo. Las personas en ese caso (y sus seguidores) normalmente se indignan por considerar que el psicólogo es para los locos de atar, las gentes en camisa-de-fuerza, y no se aplica a los “gloriosos contactados” de las orbes celestiales, pero sí vale, porque el tal contactado tiene mente como cualquiera y está sujeto a las influencias del inconsciente – personal y colectivo – ¡como cualquier otra persona!
Aquí es donde entra el texto de Jung, que nos muestra que el inconsciente siempre intenta compensar (equilibrar) el contenido del consciente, generalmente (pero no necesariamente) con oposiciones. Cuando existe un desequilibrio, causado por una conciencia que falla, entra en acción la actividad automática del inconsciente, con vistas a la generación de un nuevo equilibrio. Pero Jung señala que tal meta será alcanzada desde que la conciencia sea capaz de asimilar los contenidos producidos por el inconsciente, es decir, cuando pueda comprenderlos y digerirlos. Si el inconsciente domina la conciencia, se desarrollará un estado psicótico. En caso de que no prevalezca ni se procese una comprensión adecuada, el resultado será un conflicto.
Así, en el capítulo IV (“Tentativas de liberar a la individualidad de la psiquis colectiva”) Jung nos dice que “Si los contenidos del inconsciente llegasen a la conciencia, ¿cómo reaccionaría el individuo? ¿Será dominado por los contenidos? ¿Los aceptará ‘crédulamente’? ¿Los rechazará? El primer caso significa paranoia o esquizofrenia; el segundo convierte al individuo en un excéntrico, con cierto gusto por la profecía, o entonces puede hacerle retroceder a una actitud infantil, apartándose de la sociedad humana; el tercero significa la restauración regresiva de la persona”. Pero el segundo caso es el que más nos interesa:
Identificación con la psiquis colectiva
La segunda posibilidad sería la identificación con el inconsciente colectivo. Esto equivaldría a aceptar la inflación, exaltada ahora a sistema. En otras palabras, el individuo podría ser el feliz propietario de la gran verdad que lo aguardaba a él para ser descubierta, el dueño del conocimiento escatológico para la salvación de las naciones. Tal actitud no implica necesariamente la megalomanía en su forma directa, sino en la forma atenuada y más conocida del reformador, de los profetas y mártires. Las mentes débiles corren el riesgo de sucumbir a esta tentación, toda vez que generalmente se caracterizan por una buena dosis de ambición, amor propio e ingenuidad inoportuna. Abrir el paso a la psiquis colectiva significa una renovación de vida para el individuo, sea agradable o desagradable. Todos quieren agarrarse a esta renovación: unos porque así aumentan su sensación de vida, otros porque ven en ello la promesa de un mayor conocimiento, o entonces esperan descubrir la clave que habrá de transformar sus vidas. Sin embargo, los que no quieran renunciar a los grandes tesoros enterrados en la psiquis colectiva habrán de luchar, de un modo o de otro, a fin de mantener la conexión recién descubierta con los fundamentos originarios de la vida. La identificación parece ser el camino más corto, pues la disolución de la persona en la psiquis colectiva es una invitación directa para las bodas con el abismo, apagándose toda memoria en ese abrazo. Este rasgo de misticismo es característico de los mejores individuos y es tan innato en cada cual como la “nostalgia de la madre”, nostalgia de la fuente de la cual procedemos.
No pretendo negar, en general, la existencia de profetas auténticos, pero por cautela, empezaré dudando en cada caso individual; el tema es demasiado serio como para aceptar, livianamente, a alguien como verdadero profeta. Si fuese este el caso, él mismo luchará contra toda pretensión inconsciente a ese papel. Por tanto, si en un abrir y cerrar de ojos aparece un profeta, sería mejor pensar en un posible desequilibrio psíquico.
Pero más allá de la posibilidad de convertirse en profeta, hay otra alegría seductora, más sutil y aparentemente más legítima: la alegría de ser el discípulo de un profeta. Esta técnica es ideal para la mayoría de las personas. Sus ventajas son: el otium dignitatis, es decir el de la responsabilidad sobrehumana del profeta, que queda sustituido por el otium indignitatis, que es mucho más agradable. El discípulo es indigno; se sienta modestamente a los pies del “Maestro” y se guarda contra los propios pensamientos. La pereza mental se convierte en virtud; por lo menos, es posible calentarse al sol de un ser semi-divino. Puede disfrutar del arcaísmo e infantilismo de sus fantasías inconscientes sin esfuerzo alguno, pues toda la responsabilidad queda reservada para el Maestro. A través de la divinización del Maestro, el discípulo se exalta, sin que aparentemente se dé cuenta de ello. Además, ¿no posee la gran verdad (que, naturalmente no ha sido descubierta por él), recibida directamente de manos del Maestro? Es obvio que los discípulos siempre se unen con solidaridad, no por lazos afectivos, pero con el propósito de confirmar sus propias convicciones, sin esfuerzo, engendrando una atmósfera de unanimidad colectiva.Hay, no obstante, una forma de identificación con la psiquis colectiva que parece mucho más recomendable; alguien tiene el honor de ser un profeta, asumiendo de ese modo una peligrosa responsabilidad. Otro individuo, por su parte, es un simple discípulo, administrador del gran tesoro que el Maestro ha alcanzado. Siente toda la dignidad y el peso de una posición tal y considera una obligación solemne, o incluso una necesidad moral, denigrar a todos cuantos piensan diferentemente; su preocupación es hacer prosélitos e iluminar a toda la humanidad, tal como si él mismo fuese el profeta. Son estas las personas que, ocultándose tras una persona aparentemente modesta, irrumpen de repente en la escena del mundo, infladas por la identificación con el inconsciente colectivo. Así como el profeta es una imagen primordial de la psiquis colectiva, el discípulo del profeta también lo es.
En ambos casos, la inflación proviene del inconsciente colectivo y la independencia de la individualidad sufre quebranto. Pero puesto que no todos poseen la fuerza de una individualidad independiente, la fantasía del discípulo es tal vez la más conveniente.
Las gratificaciones de la inflación resultante representan, por lo menos, una pequeña compensación por la pérdida de la libertad espiritual. Tampoco debemos subestimar el hecho de que la vida de un profeta, real o imaginario, está llena de tristezas, desengaños y privaciones; así, pues, el grupo de discípulos y la gritería de los hosanna adquieren el valor de una compensación. Todo esto es humanamente tan comprensible, que casi debería asombrarnos si hubiese de conducir más allá.