Buena y Mala Suerte: Escépticos Versus Creyentes
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 02/08/2007 18:57:07
Traducción de Teresa - [email protected]
Nosotros, los humanos, siempre nos asombramos ante nuestra circunstancia, cual sea la de estar sometidos a acontecimientos sobre los que no tenemos ningún control. Esta condición de incertidumbre en relación al futuro nos lleva a prodigar gran cantidad de energía intentando, gracias al uso de la mente, obtener cuando menos algunas señales de lo que está por venir. Intentamos, por todas las vías, protegernos contra los acontecimientos negativos a lo que, cuando son más frecuentes de lo que nos gustaría, denominamos mala suerte.
Intentamos colocarnos de forma a aumentar al máximo las posibilidades de sucesos positivos, a lo que llamamos suerte.
A todos nos gusta mucho la idea de ser personas con suerte. Parece que nos sentimos más protegidos, como si la condición de incertidumbre nos favoreciese de una forma especial. Tememos incluso la convivencia con personas más propensas a la mala suerte y a muchos no les gusta siquiera usar esa palabra. No sé si sabemos muy bien catalogarnos en una u otra categoría, puesto que la gran mayoría de nosotros vivencia tanto eventos inesperados de carácter positivo como negativo en la misma proporción. Lo que más perplejidad nos causa es que algunas personas parecen de veras sujetas a más acontecimientos raros de un tipo que del otro. O sea, parece que ciertamente existen personas afortunadas y otras con muy mala pata.
Nos sentimos de forma muy semejante, pero pensamos acerca del tema con enormes y radicales diferencias. Claro que todos estamos de acuerdo en que una parte de lo que nos sucede depende esencialmente de nuestros propios actos. No cabe considerar gafe a un estudiante que, no habiéndose dedicado suficientemente, haya suspendido. Podemos considerar que tiene suerte si consigue aprobar (eso, claro está, si no ha copiado en los exámenes). Aún así, no estamos ante un acontecimiento tan inesperado, pues el estudiante puede estar beneficiándose de su inteligencia privilegiada.
Consideremos tan sólo aquellos acontecimientos que no dependen de nosotros (de nuestras aptitudes y empeño). En este contexto es donde nos sentimos más amenazados y donde intentamos, por todos los medios, protegernos. Las personas que son movidas por fuertes creencias religiosas gustan mucho de decir que “nada ocurre por casualidad”. Es curioso que los escépticos, casi siempre ateos, piensan exactamente lo contrario: todo nos sucede por casualidad. O sea, cuando sufrimos un accidente de tráfico, los primeros ven en eso un signo de que algo debe ser modificado en nuestra forma de proceder. Los segundos, se basan apenas en las probabilidades estadísticas que nos dan tantas y tales posibilidades de colisionar.
Es un hecho que las personas prefieren considerar que no chocan con otros vehículos gracias a que conducen muy bien. Sí, porque si todo ocurre por acaso, nuestras cualidades son menos relevantes. Así, preferimos las explicaciones que mejoren nuestra autoestima (nuestras cualidades o la bendición de los dioses) y, desde el punto de vista emocional, rechazamos las leyes de las probabilidades. Los escépticos se enorgullecen de ser capaces de mirar la vida sin esas defensas y se sienten superiores por esa razón. Consideran que una persona con suerte es aquella a quien sucedió un acontecimiento raro, de carácter positivo y que puede determinar gran alteración de rumbo en su vida. Una persona se enriquece por fuerza de sus competencias, pero también gracias a un golpe de suerte. El suceso raro negativo puede llevar a la persona rica a empobrecerse. No son signos de nada, son las simples y frías probabilidades estadísticas.
Los creyentes, por otra parte, ven la mano de los dioses en todo lugar, incluso en acontecimientos relativamente probables. Rezan mucho y tratan de protegerse de todas las maneras, siempre con el propósito de aumentar sus posibilidades de ser favorecidos.
No he conseguido verme como miembro de ninguno de estos dos grupos radicales. Pienso que la mayor parte de los acontecimientos son casuales y no creo que exista la necesidad de explicaciones complejas para los topetazos de los coches, para el hecho de haber pisado las cacas de un perro al pasear por una ciudad descuidada, para el hecho de que hayamos ganado en un juego de bingo. Ahora bien, ¿cómo explicar aquellos hechos que ocurren con una frecuencia completamente fuera de las probabilidades estadísticas? El hecho de que una persona gane en el bonoloto es una suerte que está dentro de probabilidades bajas, pero que puede suceder. Sin embargo, ¿qué decir de las que, de manera honesta, ganan más de una vez? ¿Cómo explicar el enorme número de veces que me despierto pensando en una persona y en las primeras horas de la mañana recibo una llamada de teléfono suya? ¿Qué decir de aquellas personas a las que todo parece salir mal por sistema, independientemente de sus acciones? Esas son tan sólo algunas de las cuestiones que podemos proponer y que nos causan perplejidad.
No hay medio de explicar estos fenómenos. Sin embargo no me parece buena idea reducirlos apenas a acontecimientos raros que han ocurrido por casualidad. Pienso que lo más sabio es considerarlos como existentes; y más, que no tenemos medio alguno de intentar explicarlos por el momento. Creo que el mejor destino para ellos es el “cuaderno de las dudas”, donde guardamos todo lo que parece existir y que no tenemos la menor idea de cómo explicar. Las explicaciones precipitadas son anticientíficas y la negación de su existencia es falta todavía más grave.
La existencia de esta punta de iceberg, la de que acontecimientos raros positivos o negativos pueden tornarse más frecuentes en algunas personas y en determinadas circunstancias, es lo que conduce a la aparición periódica de libros y películas que tratan de los poderes especiales de nuestras mentes. Venden la idea, falsa, de que tenemos medios para llegar a ellos y, con eso, favorecernos. No es verdad, puesto que todavía no tenemos siquiera cómo empezar a pensar sobre el tema. Además, es siempre bueno recordar que si todo el mundo tiene acceso a la fórmula de la fortuna fácil, ¡ésta dejará inmediatamente de tener cualquier valía! La fortuna es privilegio de unos pocos y, si todos aprenden el camino en dirección a ella, ¡la carretera va a estar congestionada!
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