Reflexiones sobre `Lo Femenino´ - Parte 3
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 14/07/2008 17:11:24
Traducción de Teresa - [email protected]
Consideraciones acerca del origen de la guerra entre los sexos
Cierto grupo de muchachas aprende a lidiar con su propia sexualidad; pasan a tener control sobre ese instinto y pierden el miedo de ser “desencaminadas” a causa de él. Tal temor era más intenso en el pasado, cuando eran muy intimidadas por sus padres en cuanto a las peculiaridades del sexo. Hoy, al contrario, las de 13 años “quedan” con chavales de su misma franja de edad en las fiestas y, a través de esa saludable experiencia, van aprendiendo a sentir la excitación sexual sin miedos y sin recelo de perder el control sobre sí mismas. Aprenden esto por medio de las sensaciones táctiles que los intercambios de caricias determinan; notan que la excitación determinada por miradas de deseo no es de naturaleza diferente, de modo que pierden la ingenuidad y parte del miedo que eventualmente han experimentado al crecer y haberse vuelto atrayentes, y con eso aprenden a lidiar con su sexualidad. Perciben que muchas chicas pueden usarla como arma de seducción y de humillación respecto de los muchachos, pero no siempre siguen por ese camino.
Otro grupo de chicas, nada pequeño, percibe el poder que ellas tienen a los ojos de los hombres, tanto mayor cuanto más capaces sean de vestirse y comportarse de determinados modos que ellos sientan como particularmente excitantes. La excitación que eso les causa puede provocar cierta perturbación íntima, pero aprenden a sentir más placer en provocar el deseo que en sentir cualquier tipo de excitación sexual que no sea la derivada del ejercicio de la vanidad. Para ellas, despertar el deseo de los hombres, tenerles rendidos a sus pies, se convierte en lo más importante. En ese caso, existe el beneficio simultáneo de dos componentes del proceso: la vanidad y el deseo agresivo; el ingrediente vengativo y envidioso pasa a participar activamente del fenómeno sexual. Por cierto, es por motivos de ese orden que aún tenemos mucho que pensar sobre la dramática asociación entre sexualidad y agresividad, presente en casi todos nosotros, aunque en dosis variadas. Para tales muchachas, por lo regular las más atractivas, el poder sensual se convierte en instrumento de dominación, humillación y en un arma muy poderosa. Sí, porque sabemos lo muy sensibles que son los hombres a ese tipo de encantos.
No puedo dejar de registrar un importante subproducto derivado de esos procesos psíquicos típicamente femeninos, que tienen que ver con el poder que, sin mucho esfuerzo, pasan a tener a su disposición. Surge una importante y grave tendencia, en la mayoría de las chicas más atractivas, a acomodarse en la condición privilegiada que la naturaleza les ha creado. Se desempeñan muy bien socialmente, son requeridas, invitadas a muchas fiestas y siempre muy bien recibidas por los chicos; todo en virtud de sus propiedades innatas, de su apariencia física. Ellas saben que el mundo se inclina a sus pies, y que eso ocurre aunque no hagan ningún esfuerzo. Tienen acceso a lo que se considera lo mejor sin tener que hacer otra cosa más que existir y mantenerse atractivas. Pocas son las que comprenden, en la juventud, que tales propiedades no durarán más que unas pocas décadas y que sería importante que cultivasen otras cualidades, tanto morales como intelectuales, capaces de generar competencias prácticas que pudiesen hacerlas personas verdaderamente independientes y productivas. Se juzgan muy listas porque tienen todo “a besar la mano” y no perciben que están construyendo un futuro muy sombrío para sí mismas.
La instrumentalización del poder sensual, ejecutada precisamente por un buen número de las mujeres más bonitas, atractivas y codiciadas por muchos hombres, acaba por ser percibida por los más inteligentes y perspicaces. ¿Qué hacen ellos? Tratan de sofisticar aún más sus poderes y de instrumentalizarlos en la misma medida. Así, muchos hombres van apercibiéndose de que sólo tendrán acceso a esas mujeres si están en buena posición económica, social y profesional. Se esfuerzan por conseguir tales distinciones y, aparentemente, las ofrecen a las bellas mujeres que tanto les encantan. En la realidad, solamente emplean sus éxitos como una especie de “señuelo”, al igual que como ellas se sirven de la belleza. Muestran lo que tienen, pero no dan nada. Llevan a las guapas chicas a pasear en sus lindos coches, les dan “regalitos” de dudoso valor y tratan de, a través de sus poderes, seducirlas a partir de la hipótesis de que no es imposible que consigan conquistar a un hombre así, un “vencedor”. Ellos, en verdad, buscan el éxito esencialmente con el propósito de mejorar su posición en ese juego de poder que se establece en relación a las mujeres más bellas; después, lo que de veras quieren es envolverlas, tener la intimidad física deseada para, luego en seguida, rechazarlas y humillarlas. Ellas perfeccionan sus armas por un lado y ellos hacen lo mismo por otro.
Un número nada despreciable de hombres puede reaccionar de forma diferente ante la instrumentalización de la sexualidad femenina: inhiben el deseo en relación a ellas. Tal inhibición podrá determinar una variedad de síntomas que llamamos impotencia sexual, sobre los cuales tenemos que reflexionar más profundamente, toda vez que pueden ser muy bien explicados por motivos lógicos e incluso plausibles y no siempre como una patología. Otros hombres, especialmente cuando entran en juego otros factores que no cabe aquí discutir, no sólo inhiben el deseo en relación a las mujeres, sino que lo liberan en dirección a otros hombres. No me cabe duda de que esa dramática condición de guerra entre los sexos es un importante factor causante del encaminamiento homosexual, principalmente en hombres de índole delicada, poco agresivos y de buena apariencia física – tal vez por ello más tentados por miradas de deseo provenientes de otros hombres que ya han transferido el deseo del sexo opuesto para los del mismo sexo.
La envidia recíproca sólo crece, al igual que las hostilidades. Todo queda camuflado por una aparente disposición de naturaleza romántica entre hombres y mujeres, siendo que lo que realmente está en vigor es una terrible lucha por el poder. No creo que se pueda siquiera pensar en ingredientes amorosos en tales condiciones – que, en la práctica, corresponden apenas a uno de los ingredientes que componen esa compleja condición de relaciones entre los sexos. Ni siquiera se puede pensar en importantes componentes eróticos, toda vez que el elemento fundamental implicado es verdaderamente el de naturaleza agresiva. Mi intención principal ha sido la de mostrar, a partir de esta sumarísima descripción, como todos nosotros, hombres y mujeres, nos perdemos de nosotros mismos y, en virtud de la forma en cómo asumimos internamente y sentimos esa diferencia en la naturaleza de nuestra sexualidad, nos convertimos en esclavos unos de otros. Realmente, en esa guerra, como en tantas otras, no hay vencedores ni vencidos. Todos perdemos. Nos alejamos de nosotros mismos, pasamos a preocuparnos, más de lo que debiéramos, por lo que piensan los demás de nosotros y, en especial, los del sexo opuesto. Hombres y mujeres no buscan sus identidades, no pueden encontrarse consigo mismos y con sus verdaderas pretensiones. Se convierten en esclavos de esa diferencia sexual mal planteada y mal aceptada; además, pierden el contacto con el sexo como fuente de puro placer. La gran verdad es que, en nuestra especie, el sexo está asociado a la agresividad de forma mucho más categórica que al amor; claro que son muchas las excepciones.
No estoy defendiendo la tesis de que el sexo debe asociarse al amor. Considero que eso ha sido estimulado en las mujeres según los intereses de los hombres. No es que no sea una buena asociación, pero ha estado a servicio de propósitos represores. Los hombres podrían tener su sexualidad libre del amor, mientras que las mujeres competentes para el sexo fuera del contexto romántico era vistas como ligeras o prostitutas. Ciertamente esa es otra manifestación más de la inseguridad sexual masculina, que no podría dejar de ser muy fuerte si tomamos en serio toda la descripción que acabo de hacer; ellos hacen de todo para intentar reprimir sexualmente a las mujeres, sobre todo aquellas que son relevantes para ellos – esposas, hijas, madres. Así, las mujeres “de bien” sólo pueden tener interés sexual en el contexto de la familia o, para ser más modernos, en un contexto amoroso. Estoy entre quienes desearían ver que la sexualidad puede ejercerse de forma libre, aislada y no como un impulso que está siempre acoplado a otros. Con ello, no estoy dejando de considerar que puede haber asociaciones, y mucho menos que la asociación de sexo y amor no sea una cosa óptima. No me gustaría que se utilizase a las asociaciones con propósito represivo o que estuviesen a servicio de empobrecer nuestro principal instinto.