A la búsqueda de un gurú - Capítulo 5
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 24/10/2010 07:06:30
por Márcio Lupion - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
En aquel momento, lo más importante era intentar mantenerse en sanidad; la luz que surgía y se disipaba de los ojos de Márcio parecía más una proyección de un estado de angustia psicológica, que una actividad espiritual. Pero aquella foto del señor Ramana Maharishi ante él con una historia de coraje, de búsqueda de la conciencia, de un ser que deseaba ser el 63º santo del templo de Viruya Namalaia, con aquellos relatos increíbles sobre vivir en la caverna de un tigre y, cuando éste muere delante de él, su piel se convierte en una alfombra de meditación, exactamente igual que el Señor Shiva en sus imágenes.
Todo aquello, para un joven de 20 años, era un encuentro con lo que es sano, con lo que daba sentido a la vida y aclaraba que la paz y el vivir consciente eran posibles y que nosotros podíamos, sí, no estar conformes con el sistema, con sus normas del vivir y divertirse a partir de los sentidos, llevándolos hasta su límite; envejecer, tener algún placer, mucho dolor y morir.
La búsqueda de un gurú en aquel momento era fundamental. porque Márcio casi estaba enloqueciendo, ya no era soportable seguir viviendo solamente de libros.
Entonces, en cierta ocasión, mientras él lavaba las escaleras y atendía al cuidado del jardín, su madre llega con un libro de la editora Planeta, llamado Maha Yoga, o sea, la Gran Unión.
Aquel libro tenía las mismas imágenes de los maestros que Márcio había encontrado en los muchos libros, buscando comprender lo que le había pasado a él. allí estaba San Francisco de Asís, el mismo de la película Hermano Sol, Hermana Luna, de Franco Zeffirelli; estaba Jesucristo, en la página del fondo, estaba Mahatma Gandhi, allá adelante estaba Buda, más adelante todavía estaba Paramahansa Yogananda, el Babaji.
Parecía que todos los libros se habían transformado en uno solo y que todo aquello era un compendio de su búsqueda espiritual, y aquel libro - distinto a todos los demás -, traía la dirección de un ashram, en el corazón de la ciudad de São Paulo, en la Calle Bela Cintra, muy cercano a la universidad y a su casa.
Transcurrieron tres días hasta que él halló el coraje para visitar ese lugar sagrado, y al llegar frente a esa casa, bañado y en silencio, con flores y frutas en las manos, tocó el timbre.
Sin embargo, empezó a temblar, su cuerpo entero se estremecía, la atención se dispersó, notaba como si estuviese a punto de desmayarse, entregó las flores a la primera persona que encontró en la calle, una anciana señora que pasaba y, más adelante, entregó los frutos a un mendigo. Caminó confuso hasta su casa, a media tarde, se sentó en el pequeño altar que había construido con cajones de madera, simples paños e imágenes recortadas de revistas, de libros, y lloró. Puso la cabeza en el suelo, no se sintió realmente aceptado, porque la reacción del cuerpo, de la mente y de su propia habla, se transformó en angustia y rechazo. Lloró mucho, sintiéndose no capaz y en ese estado simplemente desistió.
Se acostó, durmió con una modorra ya corriente, después de la presencia del Ramana en su vida, un dormir entre sueños, un dormir profundo, en el cual simplemente se acostaba, cerraba los ojos y cuando los abría nuevamente habían pasado una o dos horas; y el cuerpo no pedía ningún tipo de movimiento.
Aquella sensación pasó y él se levantó, se preparó para ir a la facultad, entró en una librería cercana, en la Calle Martins Fontes, de nombre Zipak, una de las pocas en aquella época que tenía libros espirituales, fue hasta el dueño de la librería - el Sr. Luís - y le pidió: por favor, este ashram, yo sé que queda aquí en Brasil, pero estoy seguro de que se ha mudado - Márcio no sabía que el ashram se había mudado, lo había dicho de manera absolutamente intuitiva, simplemente oyó lo que decía, no le extrañó, solamente salió el sonido y el Sr. Luís, muy amable, le dijo indicando en la imagen: "ah, sí, aquí es la casa del Sr. Mahakrishna Swami, es su ashram, y realmente se ha mudado de la Calle Bela Cintra y se ha ido a la Lapa, a la Calle Toneleiros; ¿quieres la dirección?
Márcio, de repente, quedó absolutamente en paz, como si fuese un observador contemplando todo aquel escenario de certezas y dudas, recogió la dirección y se preparó nuevamente durante otros tres días, con meditación, ayuno, limpieza y silencio; compró nuevamente flores y frutas. Llegó a la Calle Toneleiros, en la Lapa, bajó por la calle y llegó frente a una cuesta. allí estaba la casa, toda blanca, con suave aroma de incienso y una primavera grande a la entrada. y tocó el timbre.
Una voz con fuerte acento extranjero, lo atendió y él dijo: Buenos días, por favor, me gustaría conocer el ashram, conocer el swami, si es posible.
El extranjero contestó: Pero la hora de la clase es a las siete de la noche. Marcio, entonces, argumentó: ya sé que aún son las cinco de la tarde, pero llevo tres días esperando para entrar en contacto. me gustaría al menos dejar las flores y las frutas.
Y entonces, como en cualquier película que se precie, la puerta se abrió y un hombre de piel muy oscura, no como la de los descendientes de africanos, sino como la de los hindúes, con los cabellos muy lisos y oscuros, con los ojos blancos, brillantes, una barriga algo prominente (espero que allá donde esté, no se sienta molesto con esta descripción), y de una dulzura impresionante y gestos serenos, apareció.
Miró dentro de sus ojos y le preguntó qué deseaba. Y entonces Márcio contestó: yo solo quiero encontrar la felicidad y devolver mi mirada a mí mismo.
Entonces él le dijo que subiese y le contase su historia.
Subimos una gran escalinata de unos tres o cuatro metros, una primavera sobre nuestras cabezas; a la derecha, pasamos por una fuente que contenía la imagen de San Antonio de Padua, franciscano. Y entonces caminando llegamos a una casa de ladrillitos, con una puerta en arco, algunas vidrieras muy bonitas, con Krishna, Brahman, Radha. Subí aquella escalinata con flores blancas, paredes blancas y, cuando llegamos al último tramo, había una enorme alfombra verde, en una sala que debía medir unos 10m x 20m, con un lindo altar, con la figura del Ramana Maharishi en el centro; a la derecha, una imagen de Jesucristo y a su izquierda, una imagen del Señor Buda.Eran fotos que representaban más que a los maestros, simbolizaban la historia de Márcio y en aquel instante parecía que él estaba regresando al hogar, volviendo a casa por primera vez, y, finalmente, llegando a comprender algo después de aquella película.
Sentado frente a ese swami, que se mantuvo en silencio, casi no era posible verlo respirando. Márcio no sabía si llorar o reír, lágrimas de gratitud brotaban de sus ojos y él, por primera vez, contó la historia de la película. Después de tres años, fue la primera vez que contó acerca de las luces, del mendigo, de la carroza, de la paz que notó al lado de aquel ser humilde, de los días de serenidad que siguieron y de la gran alegría por haber encontrado el libro de Ramana Maharishi.
El swami lo miró diciendo: hijo, tus intenciones son legítimas, estamos aquí para servirte, a partir de mañana puedes venir a las clases.
Allí comenzó el camino de la iluminación, del comprender que la vida está hecha de amor.